Tarea de esperanza
Yves Bonnefoy
20 diciembre, 2007 01:00Yves Bonnefoy. Foto: José Ayma
Hay en esta antología de Yves Bonnefoy (Tours, 1923) no sólo una muestra muy amplia y bien seleccionada de la voz de este gran poeta sino también una teoría sobre el traducir. El mismo Bonnefoy sabía que en el poema que surge de la nueva lengua las frases son "inciertas", porque restituido el texto "el origen es una Troya que arde,/ la Belleza un pesar, la obra tomar/ a manos llenas un agua que se escapa". Hasta aquí el radical juicio del autor. Pero el traductor, de manera no menos radical, sabe que "traducción es devoción", en la medida en que "traducir es comprender incompletamente". Hay en traducir poesía una amarga sensación de fracaso, pero a la vez hay en el texto nuevo esos visos de infinitud cuando el traductor logra salvar el espíritu del texto. No vale, pues, ni el estricto rigor filológico ni la cómoda libertad de interpretar, sino la tensión sobre esa cuerda floja que conduce a la salvación de lo esencial del poema: a su espíritu.Son muy necesarias estas apreciaciones para valorar una obra como la de Bonnefoy, poeta de un gran rigor expresivo y en el que apreciamos muy bien esa otra sensación de que el nuevo poema sólo se derrama a través de una especie de brecha. En Bonnefoy esta fidelidad a una palabra exclusivamente suya se nos muestra ya desde los primeros libros y particularmente desde esa figura -Douve- que tempranamente revela lo que muere. Quizá radique aquí esa lucidez extremada que muestra la poética de este autor, pues mediante una definición escueta y terrible nos dijo que "La materia de la poesía es la meditación de la muerte". Late por tanto en sus versos un sentido de intemporalidad que no se compromete lo más mínimo con el presente. Al igual que para la tarea de traducir, Bonnefoy ha encontrado para su poética expresiones e imágenes muy lúcidas por finales, pero a la vez llenas de "oscuridades cegadoras", como si las palabras del poema se las transmitieran "ángeles que hablan de un dios siempre desconocido".
éstas son las razones de fondo del poetizar de Bonnefoy. Hay luego en su obra unas referencias literarias que no cabe ignorar. En primer lugar, la de su inicial adscripción al movimiento surrealista, con el que rompe pronto para evitar la esclerosis creativa y volver sin interferencias al caudal de la propia voz. Esta ruptura se verá sustituida por la influencia de otro mundo, el de la cultura italiana, particularmente la clásica y, dentro de ésta, la de los primitivos pintores de la Toscana. No es baladí esta influencia a la hora de interpretar los poemas de Bonnefoy, el carácter que éstos poseen de simplicidad, de instantánea engañosamente detenida. Tampoco pasan inadvertidas las huellas de determinados autores que amó; unos, influyentes a través del campo de las ideas (Shakespeare), de ese lirismo tembloroso que a veces aflora en el texto hermético (los románticos europeos, Keats) y, sobre todo, por ese tono más recio, seco, existencial, que muestra su afecto por las obras de Leopardi o Yeats.
Hay evidentemente en sus poemas un mundo francamente nuevo, revelador de esa "segunda realidad" que para nosotros es la poesía, pero también observamos esas fuentes culturales que explican muy bien su mundo a la vez claro y enigmático, áspero y delicado. Lo que cuenta, en cualquier caso, es ese afán nada mediocre del autor, que es probable que provenga no sólo de su vocación para la filosofía sino también para las matemáticas. Luego, al fondo del fondo de sus 16 libros, hallaremos el poder sanador de los símbolos (la luz, la flecha, la nieve), así como el manantial de la memoria, que cierra el círculo vital y creativo sacando a la luz ese otro manantial que siempre es la infancia.
La tarea de esperanza
Es el alba. ¿Y esta lámpara acabó así
Su tarea de esperanza, mano sobre
El espejo empañado en la fiebre
De quien velaba sin saber morir?
Pero es cierto que él no la apagó,
Que arde para él, a pesar del cielo.
Las gaviotas gritan su alma en tus vidrios escarchados,
Oh durmiente de las mañanas, barca de otro río.