Image: El buen empresario

Image: El buen empresario

Cine

El buen empresario

Ridley Scott estrena 'American Gangster'

20 diciembre, 2007 01:00

Denzel Washington como Franz Lucas el día de su boda

Frank Lukas es la perfecta encarnación del sueño americano. Salvo cuando prende fuego a un competidor o machaca con la tapa del piano la cabeza de un inoportuno, toda madre se sentiría orgullosa de un hijo así. No sólo porque se ocupa del bienestar de sus hermanos y satisface los deseos de mamá, no sólo porque es elegante, bien educado y tiene una sonrisa cautivadora. También porque es un hombre con valores muy firmes. Salido de una familia tan numerosa como mísera -aqui tenemos el mito del limpiabotas que puede llegar a presidente-, sabe cuántas trabas encuentra el recién llegado para hacerse un hueco en la sociedad. Es lógico que sea un ardiente defensor del liberalismo y aborrezca los monopolios: por ejemplo, el que defiende la mafia siciliana en Harlem sobre el tráfico de heroína.

Como un ejecutivo agresivo cualquiera -quizá algo más agresivo que la media-, no se conforma con satisfacer la demanda: quiere crearla. Para llegar a más consumidores a menor precio, y de paso eliminar a la competencia, prescinde de intermediarios: en Camboya establece relaciones comerciales directas con los productores de heroína y monta un sofisticado sistema logístico y de transporte hasta el punto de venta. Frank está a medio camino entre la empresa familiar y el capitalismo moderno. Concede los cargos de importancia a sus familiares, imitando a la mafia, pero al mismo tiempo lanza campañas de relaciones públicas: regala pavos a los pobres igual que hoy algunos bancos prometen hacer donativos a ONGs si les confiamos nuestros ahorros; y, sobre todo, sabe que la marca lo es todo en el marketing capitalista: "Blue Magic, eso es una marca, como Pepsi", dice. Blue Magic; suena bien; podría ser el nombre de un perfume de lujo; pero no se lo ponen actrices lánguidas, sino prostitutas sentadas en un retrete, los tirados sin futuro, los espectros que recorren los callejones de Harlem.

Mientras tanto, Frank se compra una mansión en New Jersey y se comporta como cualquier nuevo rico, pero sin olvidar los valores americanos: la familia, la religión, el trabajo. Acompaña a misa a su madre, celebra Acción de Gracias en compañía de los suyos, vela noche y día por el negocio. "¡Esto es América!", gritará cuando su mujer le ruegue que huyan a un lugar seguro; esto es América, un país libre, donde prosperan los que lo merecen. ¿Algún tipo de remordimiento? Claro que no. Si no lo hace él, lo hará otro. Drogados habrá siempre. Como un comerciante de armas o de tabaco no se preocupa de las consecuencias; él hace su trabajo lo mejor que puede: esa es su ética. Nadie le ha regalado nada, y él no va a renunciar a lo que ha conseguido, solo, sin ayuda de nadie. A pesar de cierta arrogancia, Frank Lukas es un tipo simpático. Le cae bien hasta al policía que lo detiene. Le infunde el respeto que nos infunde a todos el que impone sus reglas. Salvo cuando vuela los sesos a otro traficante o cuando pega una paliza a un desgraciado, a mí también me gustaría ser amigo de Frank Lukas.