Los lobos de Praga
Benjamin Black
1 marzo, 2019 01:00John Banville. Foto: Marta Calvo
Leer a John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) es una fiesta. Pero aún lo es más desde que en 2006, con el seudónimo de Benjamin Black, creó al melancólico patólogo Quirke -en una serie noir que ya cuenta con siete entregas-, luego continuó transmutándose en Raymond Chandler en La rubia de ojos negros para dar vida al romántico y filosófico Philip Marlowe, y hace apenas dos años ideó una nueva serie con el policía Strafford, que le valió el Premio RBA.Sin embargo, la nueva entrega de Banville/Black es una intriga criminal de corte histórico -o "fantasía histórica", como la define el propio autor- que se lee como un thriller existencial, pues lo detectivesco, como suele ser norma en el autor, no es más importante que la indagación/exploración de la naturaleza humana y el ambiente de sombras en que se mueven los personajes de esta ensoñadora novela. Aquí sustituye el Dublín de la década de los 50 por la Praga de 1599/1600, previa a la Guerra de los Treinta Años. "Esa ciudad de máscaras y engaños", centro del mundo bajo el reinado de Rodolfo II -una corte poblada de alquimistas, nigromantes, enanos, matemáticos-, pero también una ciudad de contrastes, cruel, de corrupción e indecencia donde nada es sencillo ni es lo que parece.
Christian Stern, el protagonista de Los lobos de Praga, recuerda los días que pasó en la corte de Rodolfo II. Este joven ambicioso, ingenuo, estudioso de la filosofía natural, bastardo del príncipe-obispo de Ratisbona, acude a la ciudad con la intención de ser uno de los consejeros del emperador. La primera noche encuentra el cadáver de Magdalena Kroll, amante de Rodolfo II e hija del médico real. La superstición o la suerte se alían con él, porque el emperador había soñado con una estrella que llegaba del oeste, el propio Stern. "No hay nadie en quien podamos confiar. Estamos rodeados de aduladores e intrigantes. Nuestros cortesanos nos chupan la sangre como sanguijuelas (…). Pero ahora habéis venido vos, Christian Stern. Habéis venido salido de un sueño. Decidme, ¿sois un fantasma o sois real?"
Stern tiene el cometido de averiguar quién le rebanó el cuello a la joven, tarea para la que no está preparado. Una excusa para que Benjamin Black despliegue un mundo de traiciones y venganzas donde la conspiración es constante. Lo de menos es la búsqueda del criminal o los criminales. En Los lobos de Praga resulta relevante el tono ensoñador, envolvente, confidente de la narración, las circunstancias con las que los personajes -reales e inventados- perpetran sus acciones, la descripción de la corte y de la ciudad, Praga, que se conforma como un personaje más. A través del narrador -Stern-, Black va dejando pensamientos que alientan ese mundo oscuro -algo que potencia el invierno de Praga- de deseos y cuchillos afilados. "Siempre he pensado que la apariencia de las cosas no es más que un velo de gasa detrás del cual una realidad más cierta actúa maravillosamente y a escondidas".Lo de menos es la búsqueda del asesino. En
En esta novela vuelven a estar presentes algunas de las constantes de la exquisita obra de Banville/Black, como las alusiones pictóricas (La fiesta del Rosario de Alberto Durero), el mal que engendra las religiones y las muertes que ha provocado ("No tenemos la menor fe en Dios ni en el Hombre. El mundo es maldad y locura, y el cielo y el infierno son una mentira para consolarnos o asustarnos"), la cuestión de saber mirar el mundo desde una lucidez perceptiva para radiografiar la moral o amoralidad y el orden de las cosas materiales, el sexo con sus excesos y limitaciones y dobles verdades… Y, a la vez, vuelven a resonar ecos de Samuel Beckett, del estilismo heredado de Nabokov, de la visión temporal de las roman durs (novelas duras) de George Simenon.
Banville/Black es un gran escritor porque desciende al reino profundo y difuso de lo que representa el ser humano: "también detrás del mundo en el que vivimos [...], hay un reino secreto donde gobiernan los maestros de marionetas y tiran de los hilos que nos controlan lo que imaginamos que es la libertad de nuestros actos". Algo que hace por medio de una escritura delicada, fluida, en la que, como afirma el propio autor: "el estilo avanza dando triunfales zancadas y la trama va por detrás arrastrando los pies". No en vano, el narrador cita el epitafio de Kepler: "Medí los cielos, ahora mido las sombras".