Un andar solitario entre la gente
Antonio Muñoz Molina
16 febrero, 2018 01:00Antonio Muñoz Molina. Foto: Elena Blanco
Un andar solitario entre la gente, la nueva novela de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) es un libro que mira hacia atrás: aunque el sentido de su discurso reside en la contraposición entre una voz narrativa solitaria y el paisaje urbano estrictamente actual que lo rodea, y aunque parece entender el collage como una herramienta urgente porque "en el corte, en la escisión de la cadena fónica, reside el significado" (No tan incendiario, Marta Sanz, Periférica), estas páginas remiten más bien a la tradición modernista, en sentido anglosajón, de un modo demasiado epigonal. De ahí que sea oportuno verlo encabezado por una cita de James Joyce sumándose a otras dos de Camões y Quevedo, coincidentes, que son las que dan título a la obra. De ahí, también, que el esfuerzo resulte estéril, que avancemos a través un tejido textual cuyo crecimiento resulta más acumulativo que indagativo, y que no acierta a incorporar las formas de ruido más decisivas de nuestra época, salvo de soslayo.Cuando, después de un larguísimo viaje a través de sonidos arbitrarios y citas de anuncios o cartelería urbana y anécdotas ínfimas y reescritura del anecdotario de Walter Benjamin y Joyce y Pessoa y Melville y Thomas de Quincey, llegamos a las páginas finales y el narrador se pregunta al fin, agotado, qué sentido tiene su trabajo y si tendrá algún impacto en "el tiempo que me ha tocado", los lectores confirmamos la sensación de haber asistido al esfuerzo por retener algo que no es exactamente el mundo, y que no es exactamente interesante. Un andar solitario entre la gente mira hacia atrás, no con la perturbadora dinámica del Angelus novus de Benjamin, sino luchando en vano por evitar la parálisis que finalmente lo vence. Mira hacia atrás no como el fotógrafo Tichý, convocado en unas páginas valiosas, cuyas instantáneas capturaban lo que había de futuro pasado en su presente novedoso; aquí, nuestro paisaje sometido a cambios críticos y velocísimos acaba pareciendo lento, horizontal.
Es cierto que el libro se presenta atrevido en su planteamiento: se nos propone una novela fragmentaria, sin trama, articulada mediante secciones cuyos títulos son frases extraídas de la atmósfera mediática. Es la novela de un paseante que recorre Madrid o Nueva York, pero también París o Lisboa; que transcribe conversaciones callejeras o fragmentos mediáticos, pero también fantasea con los grandes nombres de la tradición literaria en torno a la idea de ciudad o se va encontrando con un personaje fantasmagórico que le anima a imaginar el gran poema de hoy como una acumulación de detritos. De vez en cuando, se reproducen fragmentos de los collages que el autor ha ido elaborando durante el tiempo de creación del libro: es una forma valiente de exponer todas las minucias de la construcción de una voz como esta. Y desde luego, reserva chispas de belleza por todas partes.
Sin embargo, los problemas también se acumulan: es una lástima tener el olfato de introducir collages en la obra pero que estos sean tan romos en comparación con los que una nueva escena millennial está ofreciendo en docenas de publicaciones subterráneas: este arte povera vive un momento renovador ante el que la parte visual de Un andar solitario entre la gente tiene poco que aportar. Y aunque el narrador de este libro insiste en equipararse a "la grabadora de un iPhone" y las referencias a la tecnología son abundantes, con especial énfasis en su lógica comercial, el intrincado exoesqueleto digital que suponen Internet, las redes sociales o el big data no alcanzan a ser capturados en la red textual, quedando como referencias anecdóticas. Surgen así una ciudad anacrónica y una voz desorientada, pero no en el sentido interesante, de lo marginal a lo central, que el narrador atribuye a los proyectos literarios "malogrados" o "monstruosos" que se revelan lúcidos. En Un andar solitario entre la gente asistimos a un repliegue ordenado, metódico, fallido.
@Nadal_Suau