El señor Norris cambia de tren
Christopher Isherwood
8 abril, 2016 02:00Christopher Isherwood. Foto: R. H.
No es un secreto que las novelas del escritor inglés Christopher Isherwood (1904-1986), quien murió siendo residente de Santa Mónica en California, son autobiográficas; los narradores o alter egos, como el de la presente, llevan sus segundos nombres, William Bradshaw. Esta obra, publicada originalmente en 1935, ficcionaliza el momento en que Isherwood impartía clases particulares de inglés en Berlín, justo cuando los nazis tomaban el poder. Su relación con Virginia Woolf, que publicó la novela en Hogarth Press, ha reafirmado la opinión crítica de que sus ficciones del momento pertenecen al modernismo, la escritura donde la psicología y las emociones de los personajes cobran una relevante importancia. En una entrevista concedida al The París Review (1974), Isherwood recordó una visita a Virginia Woolf, la belleza de esta mujer que era mayor que él y sus constantes cambios de humor.Hay varios aspectos del texto que resultan altamente atractivos. Por un lado, el trato, la amistad del protagonista Bradshaw con un intrigante llamado Arthur Norris, que se gana la vida vendiendo información sobre sus amigos comunistas alemanes a la policía secreta francesa. Es un hombre refinado, mimado y mimoso, un dandy caprichoso, al que le gusta acicalarse, comer en los mejores restaurantes y recibir la visita nocturna de una prostituta tres veces a la semana. El narrador se hace amigo suyo, atraído por la singularidad del personaje. Y en ningún momento Bradshaw hace una crítica directa del creciente nazismo, ni del propio Arthur, lo que trasmite al lector un sentimiento de ambigüedad ideológica. Otros aspectos relevantes de la obra son la riqueza del argumento, la relación entre Arthur y William, el trato con los comunistas alemanes, la aparición de personajes homosexuales, como lo era el propio Christopher Isherwood, pero sobre todo la manera en que viene narrada la historia novelesca con constantes sorpresas y vueltas de la intriga, que terminan por captar nuestro interés.
El encanto de la narración viene, sin embargo, socavado por la falta de compromiso autorial con los graves sucesos políticos de la época en que se sitúa la obra. ¿Cómo podían los escritores vivir tan de espaldas a la realidad? ¿Vivían demasiado preocupados consigo mismos? La finura con que se describen los personajes, Arthur y su mullida existencia, los numerosos comparsas que la pueblan, como la encantadora anciana, fräulein Schroeder, enamorada de Arthur por sus aires distinguidos, y lo bien que encajan las piezas del argumento, casi consiguen que, gracias a estos aspectos literarios del texto, olvidemos la subyacente frívolidad antisocial que lo recorre.
La obra comienza cuando Bradshaw conoce a Arthur en un viaje en tren de Holanda a Berlín, en el que el carácter frívolo de Norris queda claro. Arthur, un personaje en las antípodas de lo que uno desearía tener por amigo, acaba enganchando el interés de Bradshaw (y del lector). El hombre resulta gracioso, y parece que a cada momento va a sufrir una crisis, por la falta de dinero, por los líos con su secretario, o las aventuras sexuales, las traiciones a los camaradas, la vigilancia a que lo tiene sometido la policía… De todas estas situaciones sale airoso. E incluso unas páginas después sabemos que se ha rehecho, y vuelven las botellas de coñac, los restaurantes, las bromas, hasta que en un momento todo se tuerce de nuevo. Esta cualidad gelatinosa del personaje acaba por escapársenos, pero quedamos intrigados, con ganas de encontrarlo unas páginas después para ver cómo le va.
Y la acción ocurre contra el trasfondo de los oscuros años treinta de Europa, que siguieron a los alocados veinte. Fue una época de grandes escritores, como Virginia Woolf o James Joyce, y de estupendos clásicos menores como Christopher Isherwood. Mucho le debe la obra a su amigo E. M. Forster, cuya prosa emuló con enorme éxito al comienzo de su carrera. Años después, cuando Isherwood se muda a EE.UU. y sale del armario, Forster fue el que siguió a su amigo, confiándole el manuscrito de una novela de homosexuales que Isherwood publicaría a su muerte. Esta traición es el picante que sentimos también tras la lectura de esta novela. ¿Amigo o traidor?
@GGullon