Acceso no autorizado
Belén Gopegui
3 junio, 2011 02:00Belén Gopegui. Foto: Francisco Vega
Estos pasajes muestran sobradamente el sesgo de la historia, donde es decisivo, además, el motivo del control electrónico, de la vigilancia y seguimiento de personas, la práctica del chantaje y de otros modos de presión que mezclan a veces los tentáculos de la política con actividades abiertamente delictivas. La intromisión del abogado, insuficiencientemente justificada, en el ordenador de la vicepresidenta, el diálogo intermitente que se establece entre ambos personajes -que nunca llegan a conocerse- es la palanca que actúa como estímulo en la conciencia de la mujer, una auténtica voz interior que la induce a la reflexión y precipita su alejamiento de un poder corrompido y sin escrúpulos y, en definitiva, su salvación moral. Lástima que el planteamiento narrativo de una historia de interés indudable como ésta sea premioso y hasta titubeante. Toda la parte primera, con su alternancia de tiempo presente y saltos atrás que narran -siguiendo el modelo narrativo de muchos telefilmes- la creciente amistad entre el abogado y el joven "hacker" que le prestará ayuda, necesitaría podas. Y algo parecido cabría decir de algunos diálogos, excesivamente envarados -así, el de la vicepresidenta y el ministro del interior- o elusivos, como el chateo entre abogado y vicepresidenta. En algunos personajes secundarios, como la Vikinga, Curto o el Irlandés, se advierte esta misma inclinación a la expresión hermética, al sobreentendido y al acartonamiento. Por último, las palabras de despedida de la vicepresidenta ante los medios de comunicación traducen algo más deseado que verosímil.
La escritura es, en general, nítida, con leves lunares: un prefijo innecesario en "quien se autoconcede un privilegio" (p. 263), alguna trivialidad de moda ("se volcaba en la gestión del día a día", p. 211) y alguna frase embarullada: "había habido un tiempo [...] en que los parques le pertenecieron y la irresponsabilidad maravillada" (p. 171); "ninguno de los dos estaba receptivo al estado del otro" (p. 244).