Mujeres que dicen adiós con la mano
Diego Doncel
3 septiembre, 2010 02:00La novela está estructurada en dos partes, precedidas de un "Preludio" neoyorquino en el verano de 2004 y seguidas de una breve "Nota aclaratoria" final con algunas reflexiones del autor acerca de la realidad inventada en su relato. Las dos partes centrales ocupan casi todo el texto de la novela. En ellas se desarrollan sendas historias ambientadas en el otoño de 2005, una en París y otra en Madrid, las cuales bien podrían ser dos variaciones de la misma historia. Porque en "Gente nerviosa (París, otoño de 2005)" una mujer que lleva una existencia solitaria en los suburbios periféricos, habitados por inmigrantes africanos, magrebíes y senegaleses en su mayoría, narra en primera persona su experiencia de los disturbios provocados por los jóvenes excluidos del sistema social francés. Vera es la narradora de esta primera parte. En su relato se integran su experiencia individual de soledad y el desarraigo social en medio de tanta violencia.
En "La estación abandonada (Madrid, otoño de 2005)" se narra una historia complementaria de tragedia y soledad. Su narradora se presenta con toda su incertidumbre: "Me llamo Teresa (aunque no podría jurar que ese sea mi verdadero nombre)". Porque arrastra su locura malviviendo en una casa paredaña con la estación de Atocha, donde perdió a su marido y a su hija en el atentado terrorista. Para superar el dolor se fue a Nueva York, donde también sufrió la herida de los recuerdos del 11S. Con ello descubrimos la función del citado "Preludio". Allí conoció a una amiga francesa que había abandonado a sus hijas. En esto radica el nexo principal de la segunda parte con la primera. Ahora Teresa sobrelleva su fracaso de madre y su imposible deseo de seguir siéndolo raptando a niños a los que después abandona. Y su final es igualmente trágico.
Se trata, pues, de dos historias que componen la misma, ya en el desarraigo y el miedo producidos por la violencia en la banlieue parisina, ya en la angustia de una madre que se siente "ese menos que nada que los terroristas han hecho de mí" (p. 193), o, como se destaca en el antetexto y se repite después, "los restos de la madre que fui" (pp. 11 y 135).