Apuntes de una amistad
por Norman Foster
3 septiembre, 2010 02:00Un joven Norman Foster escucha a Fuller. © Ken Kirkwood
El plan era que me reuniera con Buckminster Fuller en un pequeño almuerzo organizado en el comedor del ICA en 1971. Él estaba en Londres para entrevistar a arquitectos y seleccionar a un colaborador para su primer proyecto en Inglaterra: el Samuel Beckett Theatre, un teatro experimental en el patio interior de St. Peter's College, en Oxford. Yo esperaba una comida social seguida de una visita a mi oficina. Estaba nervioso porque Fuller era uno de mis héroes y fue pura casualidad que un amigo común hiciera posible el encuentro. En su pensamiento y sus logros, Bucky (así le llamaban todos) era radical en extremo. Fue una sorpresa, por tanto, encontrarme con un hombre vestido con traje negro convencional, camisa blanca y corbata. No tardé en descubrir que esa elegante combinación era "su uniforme". Entró en la habitación con andar bamboleante. Sus ojos, tras gafas bifocales de pasta negra, eran agudos y se movían constantemente, como si quisiera cazar todos los detalles. Pero había también en ellos un brillo de calidez y humor.La conversación durante el almuerzo fue en gran medida una entrevista. Yo estaba interesado en cuestiones ecológicas y sobre eso estuvimos charlando. Bucky a veces hablaba como si su mente fuese más rápida de lo que podía ir su voz, como era probablemente el caso. Al final del almuerzo asumí que todos iríamos a la oficina, pero Bucky tenía otros planes: "Está todo decidido -dijo-. La próxima reunión será en Oxford".
Doce años más tarde, puedo recordar otro encuentro con Bucky en nuestra oficina en Londres. Estábamos revisando el proyecto de la Solar House. La idea era que ambos tendríamos una, él en Los Ángeles y nosotros en Witshire. En un momento de nuestra charla, su secretaria le tocó el brazo y le recordó que su mujer, Anne, estaba muy enferma y que sería poco probable realizar su parte del proyecto. "Tienes razón querida", respondió. El uso de "querida" era una de las viejas costumbres de Bucky. En ese mismo encuentro rememoró su estilo de vida extraordinaria, su actividad frenética, con sus conferencias, congresos, reuniones con estudiantes, encuentros con distinguidos jefes de estado... En una de sus visitas para revisar nuestro trabajo dijo que necesitaba una siesta rápida. Fuimos a una tienda de muebles que había frente a la oficina y pidió prestado un sofá. Cayó rendido y se despertó exactamente 20 minutos después, lleno de energía. Ese ritmo le dejaba poco tiempo para escribir, algo esencial para él. Una vez se escapó para permanecer un tiempo en el Hotel Stafford de Londres, con el objetivo de entregar un nuevo libro que añadir a sus muchas publicaciones. Después de cualquiera de sus numerosas estancias, expresaba su agradecimiento al personal del hotel con un sobre, cada uno marcado con su nombre y un mensaje. Creo que era un tipo generoso y poco convencional.
Vuelvo a la reunión en torno a Solar House. Me contó entonces que su médico no entendía cómo podía mantener esa frenética actividad con 87 años. "Es muy simple -comentó- todo está en la motivación, pero puedo tirar del enchufe cuando quiera". Tres días más tarde, regresó con su esposa, ingresada en Los Ángeles con una enfermedad terminal. Poco después, los dos murieron con 36 horas de diferencia. Creo que Bucky, finalmente, decidió tirar del enchufe.