Image: La vida entera

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Novela

La vida entera

David Grossman

25 junio, 2010 02:00

David Grossman. Foto: Julián Jaén

Trad.Ana María Bejarano. Lumen. Barcelona, 2010. 848 páginas, 22'90 euros


Hay escritores que tocan las fibras íntimas del hombre con la palabra, como David Grossman (Jerusalén,1954), que sobresale en la maestría de ese arte. La vida entera aproxima al lector a la angustia sentida por los ciudadanos de Israel y Palestina, encerrados en un círculo de destrucción emocional y física difícil de romper. Grossman, figura muy controvertida en su país, exige constantemente en la Prensa el fin del conflicto y el diálogo con los países vecinos, actitud poco apreciada por un sector político pero que le acaba de suponer el premio de la Paz (2010) de los libreros alemanes.

La vida entera inicia un viaje por las tinieblas del miedo de unos personajes que vivieron demasiadas guerras (Seis Días, 1967;Yom Kippur,1973; Líbano, 2006), y que experimentan ahora las emociones y sentimientos comunes -el amor, el goce de la maternidad, las preocupaciones causadas por la enfermedad, el deseo de paz-, y, junto a tales estados de animo, el temor y la inseguridad generados por la violencia. Protagonizan la novela unos adolescentes, Ora, Abram y Ila, abandonados como enfermos contagiosos en un hospital, a cargo de una enfermera árabe mientras fuera ruge la guerra. Los jóvenen forjan mediante sus charlas una amistad perenne y comparten sus recuerdos más personales sobre aquellos tiempos en los que, por ejemplo, Ora "todavía sabía hacer reír" (pág. 38): Vidas que, como le confiesa a Abram, se truncaron cuando su inseparable amiga Ada se fue a visitar a "una prima. Iba andando por la calle, vino un autobús y se acabó" (pág. 39). Pasado el tiempo, Abram, ya adulto, se convertirá en prisionero de guerra y, tras un tiempo, en las cárceles egipcias, regresará roto a Israel. Mientras, Ora se ha casado con Ila y tienen dos hijos, Adam y Ofer. El mensaje subliminal del relato acongoja el ánimo del lector, pues viene a decir que la vida apenas ofrece momentos de respiro; incluso las señales portadoras de esperanza se convierten de inmediato en malos presagios. Los hombres perdemos siempre la partida. Así, cuando Ofer regresa a casa tras licenciarse del ejército, se alista voluntario para ir a sofocar un levantamiento. Ora, incapaz de soportar la tensión, decide huir pero antes acompañará a Ofer al campamento donde debe incorporarse al ejército.

Conduce el taxi Sami, un árabe israelí, a quien conoce desde hace tiempo. Ora se da cuenta durante el viaje que lleva al hijo a incorporarse a una guerra dirigida a castigar a los árabes del otro lado de la frontera. "Por eso -piensa Ora- le resultaba muy importante observarlo [a Sami] con todos sus sentidos para aprender de él cómo había sido capaz de no haber caído en la amargura ni en el rencor" (pág. 113). Sami seguía siendo una persona libre. Quizá, piensa Ora, le pide demasiado, llevar a su hijo a luchar contra los suyos, en Jenín o en Nablús, una humillación que se suma a las sufridas a diario por los árabes en cada control del ejército. El efecto producido en Sami al saber el destino del chico da la medida del poder verbal de Grossman: "Por la oscura piel de su rostro se extendió, como quien sopla en la ceniza, el resplandor de un rescoldo que se apagó en un abrir y cerrar de ojos" (pág. 117).

La novela menudea en la expresión de sentimientos de Ora sobre sus hijos y su marido y los de Abram y su novia, que se entrelazan durante el viaje que hacen a pie los viejos amigos. Tras partir Ofer a la guerra, la madre, Ora, cargada con una mochila y tras recoger a Abram, parte de Galilea a caminar sin rumbo fijo por Israel. Es una manera de matar el tiempo y la angustia, y el terror, contándole a su antiguo amigo lo que ha sido su vida, mientras conjura las malas noticias sobre el hijo. La tensión llega a ser insoportable...

Y en el trasfondo, los lectores sabrán que Uri, el hijo de Daniel Grossman de veinte años, murió en su tanque durante la segunda guerra del Líbano (2006), cuando su padre finalizaba La vida entera. Muerte que añade dramatismo y realidad a la huida materna del destino de Ofer.