La muerte lenta de Luciana B
Guillermo Martínez
27 septiembre, 2007 02:00Guillermo Martínez. Foto: Quique García
He aquí una novela que conviene leer cuidadosamente, no sólo porque es algo más -bastante más- que el relato de un mero encadenamiento de acciones, sino porque constituye una extraordinaria y precisa construcción, gracias a la cual cada elemento de la obra trasciende su aparente sustancia de contenido y descubre inesperados sentidos ocultos.Como sucede en toda buena novela, la historia es únicamente el sustento material, la armazón que permite erigir un discurso sobre la naturaleza de la ficción y su relación con una realidad posible que es tan sólo, como ya apuntó Ortega, una suma de perspectivas, una entidad huidiza, inaprensible, que apenas tolera otra cosa que acercamientos incompletos y visiones amputadas.
Como en su novela anterior, Los crímenes de Oxford, Guillermo Martínez (1962) ha compuesto una obra con multitud de ingredientes propios del relato de misterio, si bien al final no se aclaran los enigmas planteados, como sucede a menudo en la realidad y porque, en resumidas cuentas, el propósito del escritor no se cifraba en resolver misterios, sino en plantearlos para remitirlos luego a un estrato de significaciones diferente del que parecen mostrar las peripecias externas de la historia.
El primer acierto del autor argentino es haber hecho del narrador un novelista que, de hecho, relata unas experiencias personales pero, sobre todo, incorpora y transmite relatos ajenos. Su antigua relación laboral con Luciana, a la que contrató durante un mes para dictarle una novela, motiva que la muchacha lo llame al cabo de diez años para contarle una historia desdichada: sus desavenencias con el famoso escritor Kloster -que habitualmente la contrata para poner en limpio sus manuscritos-, su ruptura y ciertas muertes sorprendentes y cercanas del entorno de Luciana -su novio, sus padres, su hermano- que parecen naturales y que ella tiñe de misterio, sin embargo, y las atribuye a las vengativas maquinaciones de Kloster.
Se acumulan los indicios y el narrador ordena todas estas informaciones en el relato que el lector ve crecer ante él, hasta que el improvisado compilador decide visitar a Kloster y dárselo a conocer. Naturalmente, éste niega las acusaciones de Luciana y ofrece su propia versión de los hechos: otro relato, pues, que se integra en el anterior.
Guillermo Martínez procede, por así decirlo, cervantinamente, lo mismo que un historiador que maneja fuentes diversas y hasta contradictorias para rehacer hechos de un pasado que no ha vivido: construye su historia mediante el procedimiento de yuxtaponer narraciones fragmentarias y perspectivas distintas, porque habla de lo que no conoce directamente. Como ocurre en novelas tan diferentes como L'école des femmes, de Gide, Ramo de errores, de Madariaga, o Muertes de perro y El fondo del vaso, de Francisco Ayala, o en alguna película celebérrima, como Rashomon, de Kurosawa, la historia permanece brumosa porque lo que al final poseemos no es más que un conjunto de perspectivas, ninguna de las cuales ofrece por sí misma mayor garantía que las otras.
Se diría que el relato fragmentado en versiones diferentes de un suceso, nacidas de puntos de vista distintos, es un molde perfecto para las historias de intriga, porque la contraposición de perspectivas dificulta la línea normal del razonamiento. Y eso es lo que sucede en este caso. El lector de La muerte lenta de Luciana B se quedará sin saber si las muertes de la novela fueron provocadas por Kloster o tal idea ha nacido exclusivamente de la mente dolorida y perturbada de Luciana. Incluso podrá aventurar, si lo desea, su propia versión de los hechos.
Pero, en realidad, todo esto es secundario, porque lo importante es que habrá tenido en sus manos los materiales suficientes para reflexionar sobre el poder de la ficción -a la manera de Henry James-, sobre la verosimilitud narrativa, sobre la naturaleza insegura de nuestra percepción de la realidad y sobre las relaciones entre literatura y vida. No es un parvo botín el que se extrae de esta novela excelente, precisa como un mecanismo y de sobria y eficaz escritura.
Tres cuestiones para Guillermo Martínez
l En su libro, como en la Babilonia borgiana, bullen el azar y la necesidad. ¿Cuánto de cada uno pone en juego al escribir?
- En la novela deslicé una idea que escapa al sentido común: que en el azar, en el lanzamiento reiterado de una moneda, también aparecen repeticiones y embriones de figuras. En la escritura hay siempre algo de cálculo y deliberación (el plan original) y una multitud de formas embrionarias y posibilidades más o menos tentadoras e imprevistas que tuercen el camino. Gran parte de mi trabajo es mantener un estado de vigilia para "escuchar" estas modulaciones.
l Un personaje afirma que lo que cuenta en una novela policial no son los crímenes, sino las conjeturas. ¿Aplicaría tal dictamen a sus libros?
- Lo aplicaría, supongo, a ‘Los crímenes de Oxford’ y también a éste, aunque está más lejos del género. Creo que lo más interesante del género policial, es que impone desde el principio al lector la obligación de concebir sus propias conjeturas, por entrelíneas y muchas veces en contra de lo dicho en el texto.
l La admiración y la envidia se confunden en el narrador respecto al gran escritor Kloster. ¿Cuáles son los 'kloster' literarios de G. M.?
- Borges, por supuesto. Pero el Kloster de mi novela es un escritor muy diferente: yo lo imagino como un narrador potente y oscuro: un Conrad contemporáneo, en el corazón de sus tinieblas.