Novela

El auténtico David Copperfield

Robert Graves

14 diciembre, 2006 01:00

Graves en Cracovia, en 1974

Trad. de Antonio Padilla. El Aleph. Barcelona, 2006. 512 páginas, 18 euros

David Copperfield (1850), de Charles Dickens, se encuentra entre las diez novelas más apreciadas universalmente. Escritores tan diversos como Henry James, Kafka, Joyce or Freud, la ensalzaron en numerosas ocasiones, pues Dickens representa el latido de la vida social con auténtica genialidad. Algunos lectores modernos, menos pacientes, sienten que el texto resulta pesado por la reiteración de advertencias dirigidas al lector o por ciertas digresiones prescindibles. éstas, sin embargo, resultaban preceptivas por la forma original de publicación, en 20 entregas mensuales, que obligaba al autor a terminar siempre los capítulos en un momento de alta tensión argumental. Instigado por destilar lo mejor de Dickens, Robert Graves (1895-1985), otro excelente escritor inglés, reescribió en 1933 la obra para el lector corriente. El resultado no pudo ser mejor. David Copperfield se lee sin ninguna traba y con verdadero placer. Bien podemos hablar de un clásico restaurado. El poeta, novelista y ensayista Graves, famoso por la obra que publicaría un año después de ésta, Yo, Claudio (1934), se vio envuelto en una fuerte controversia a raíz de la salida de su Dickens, pues los puristas malinterpretaron sus intenciones. En el prólogo de la obra explica con meridiano lujo de detalles los cambios efectuados en el texto. Son de dos órdenes principalmente, la supresión de trozos de texto innecesarios, unas 250.000 mil palabras, y la modificación de una escena que desencadenada el final de la novela, que queda mejor perfilada, ahorrando al lector unas 180 páginas. Lo que hizo Graves fue simplemente limpiar la trama natural de la obra, quitando lo que el modo de publicación, seriada, y las convenciones estéticas del momento, la hacían parecer anticuada. Muchos autores españoles del XIX, incluido Galdós, ganarían mucho si, por ejemplo, a Fortunata y Jacinta se le quitaran las hipérboles y las repeticiones.

La historia dickensiana de David Copperfield narra la vida del protagonista, en cierta manera un doble del escritor, donde aparecen personajes que pertenecen ya al imaginario universal, como Uriah Heep o Wilkins Micawber. Se trata del cruce entre gentes de la clase alta y de la clase baja en la Inglaterra decimónica, donde el paso de una a otra era casi imposible. Dickens constata este hecho, mediante la villanía de James Steerforth, un amigo de David, que deshonra a una joven con malas artes, prometiendo elevarla a la categoría de dama. Lo que Dickens trata indirectamente, como haría luego su discípulo Pérez Galdós en Tormento con ámparo Sánchez Emperador, Graves lo perfila, lo reescribe, mostrando la pobreza moral de una sociedad prisionera en celdas económicas o clases sociales. Dickens no podía hacerlo, porque quería ganarse el favor de la clase que precisamente compraba sus libros.

No puedo pensar en una mejor manera de leer a Dickens que en esta excelente versión y en la espléndida traducción de Antonio Padilla.