El perdón de los pecados
Antonio Fontana
19 febrero, 2004 01:00Antonio Fontana. Foto: Gonzalo Cruz
Nada, absolutamente nada, que distraiga la atención del grave conflicto que traumatiza a una maestra llamada ángela se encuentra en El perdón de los pecados, una intensa y dura novela corta de un joven autor malagueño, Antonio Fontana.Avisada por el médico y amigo de la familia, la mujer acude al entierro de su madre y de su hermana, subnormal, muertas en circunstancias misteriosas. Con este motivo vuelve a su pueblo, del que huyó mucho tiempo atrás. Parte del relato lo ocupa el viaje en tren. Otra, el sepelio. Y nada más terminar éste, la protagonista emprende el regreso. ángela cuenta en primera persona esta pequeña anécdota externa con calma, pero sin perder tiempo en elementos ornamentales de ningún tipo. Evita las descripciones, o las hace muy sucintas. Y el autor, centrado en un problema psicológico, no quiere sacar partido ni siquiera del suspense de esa muerte simultánea, cuya verdad última desconocemos porque la deja en una fértil ambigöedad.
En ese breve recorte temporal, la narradora traza con vigorosos trazos la historia familiar: el abandono del padre, la soledad de la madre, la amistad del médico, su egoísta determinación de marcharse después de un impulso cainita, su silencio contumaz. Y poco más, salvo algunos sucesos corrientes que realzan esa línea leve. Lo mismo hace en el relato del viaje. En todo momento, sin embargo, la simplicidad es engañosa, porque se apoya en apuntes expresionistas para dar a toda la obra un aire inquietante o utiliza con cautela elementos simbólicos (el paralelismo con el regreso a Manderley de Rebeca o el episodio de una extranjera que manda matar a sus perros).
El argumento se ciñe sin concesiones a una historia verdadera, de un realismo directo, con el fin de facilitar una indagación en la memoria. Buena parte del texto recupera la vivencia de un pasado amargo y estos recuerdos van descu-
briendo un interior atormentado donde bullen el rencor, la mala conciencia, los remordimientos, el desamor o el rumbo de la vida.
Se trata de un problema tan viejo como nuestra especie, y la novedad no está tanto en él como en dotarlo del asiento de una buena historia y en el modo de afrontarlo. Lo hace mediante una narración en una lengua cuidadosa, llena de aciertos verbales; una narración escueta y esencial, emparentada con el modo unamuniano de contar, de una gran hondura y densidad. Esta amarga nouvelle descubre a Fontana como un narrador de primera categoría.