Admirado por Borges (que le dedicó el cuento “There are more Things”) y Michel Houellebecq, autor de H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, y maestro confeso de Stephen King –quien lo retrató como “el príncipe oscuro y barroco de la historia del horror del siglo XX” y aseguró que “sus mejores relatos nos hacen sentir el peso del universo suspendido sobre nuestras cabezas, y sugieren fuerzas sombrías capaces de destruirnos a todos con solo gruñir en sueños”–, todo en Lovecraft resultaba extraño, inquietante, perturbador.

De carácter enfermizamente reservado, sobreprotegido en su infancia y educado por su madre en un clasismo y racismo extremos al punto de no dejarle ir al colegio hasta los ocho años para que no se mezclase con seres inferiores, Lovecraft (Providence, 1890-1937) malvivió acosado por las deudas de una fortuna mal gestionada y por la locura que acabó con sus padres. Solitario vocacional, tras fracasar en sus estudios se dedicó a la poesía hasta que en 1913 descubrió los relatos de Poe y comenzó a escribir y publicar. La muerte de su madre en 1921 le obligó a trabajar corrigiendo escritos de otros narradores, lo que le permitió tratar con quienes con el tiempo llegarían a formar el llamado Círculo de Lovecraft, compuesto, entre otros, por Robert E. Howard, Robert Bloch y August Derleth. Lo más asombroso de todo es que mientras en sus relatos se mostraba comedido y formal y en sus relaciones personales era retraído y hostil, en su desbordada correspondencia de cien mil cartas surgía un H. P. ingenioso, bromista incluso, y cordial. Sólo entonces desaparecía de escena el aristócrata Lovecraft que odiaba la democracia, el progreso y el dinero, encastillado en su torre literaria de mitos tan oscuros como Cthulhu o los horrores preternaturales que acechan en la oscuridad.

Tras un breve matrimonio (1924-1927) que le condujo a Nueva York y que le mostró lo peor de la vida moderna, avarienta y mezquina, regresó a Providence, donde moriría de cáncer, sumido en la pobreza, el 15 de marzo de 1937.

Solitario y racista, si en su tiempo resultaba poco simpático ahora lo es menos aún, incluso para Jiménez Morato, editor de sus Ensayos literarios, que no siente una especial fascinación por Lovecraft como autor ni como personaje. Cuando era adolescente le aburría –“Las historias de seres más o menos fantásticos y los temores cósmicos que despertaban me dejaban muy frío”, confiesa a El Cultural. Sin embargo, al vivir en Estados Unidos, conocer más profundamente el inglés, y leerlo en su lengua original, descubrió algo que lo cambió todo, “un terreno poco visible. Que Lovecraft realmente se enfrenta a lo indecible, a lo inefable. Sus narraciones, detallistas y minuciosas en la descripción de seres extraordinarios y las consecuencias de la toma de contacto de los hombres con esa realidad insospechada, sirven para plasmar los límites mismos del lenguaje, del pensamiento. Me interesa ese ámbito en el que el lenguaje se demuestra inservible, donde se rinde, por así decirlo”.

Apegado a la vida, a lo real

De asombro en asombro, el lector de este volumen descubre pronto que Jiménez Morato tiene razón cuando asegura que Lovecraft estaba “mucho más apegado a lo real, a la vida práctica, de lo que podría parecer”. Así, hay ensayos sobre la posibilidad de formar un sindicato de escritores, por ejemplo, que en realidad es pura crítica social de la época. También sorprende la vigencia de un artículo sobre “La manía de simplificar la ortografía”, en el que denuncia como “el más pernicioso crimen de esta inquieta época” la destrucción intencionada de la correcta ortografía. ¡Cuántos autores españoles consagrados suscriben en privado afirmaciones como esta!: “Los pecados métricos de los ‘poetas’ contemporáneos son múltiples y graves, las atrocidades coloquiales del escritor en prosa son, si cabe, más numerosas y abominables”.

"En las antípodas del 'pulp', Lovecraft fue un refinado poeta, capaz de hacer sentir emociones al lector", destaca Antonio Jiménez Morato

Desconcierta además su conocimiento profundo de la tradición literaria, algo que según Jiménez Morato “uno no sospecha leyendo sus narraciones. Lovecraft había leído con muchísima atención a Poe, pero también la literatura grecolatina clásica y la poesía áurea anglosajona con mucho detenimiento”. Obsesionado por la forma, reivindicaba el clasicismo, pero también a Lord Dunsany, “el más original, e imaginativamente rico de los autores vivos”.

Si eligió una temática aparentemente marginal, incluso denostada por la crítica, es porque sabía que era un terreno más apto para explorar ciertos asuntos que a día de hoy lo hacen mucho más contemporáneo que muchos de los escritores coetáneos que disfrutaban, entonces, del prestigio y el reconocimiento del mundo literario. Además tenía una vocación didáctica notable, hay varios ensayos llenos de recomendaciones sobre cómo escribir o qué leer”.

Quizá el mejor ejemplo de esta voluntad didáctica sea uno de los ensayos favoritos de Jiménez Morato, “Apuntes sobre la escritura de ficción extraña”, en el que el autor de Providence reconoce que escribe para darse la satisfacción “de visualizar del modo más claro, detallado y estable las impresiones elusivas y fragmentarias […] que me producen determinadas visiones, ideas, ocurrencias e imágenes que encuentro en el arte y la literatura”. En realidad, dice, si cultiva el género del terror es porque desea alcanzar “la ilusión de algún tipo de extraña suspensión o violación de las mortificantes leyes naturales del tiempo y el espacio”. Al tiempo, explica que cada una de sus narraciones tiene un método diferente, que a veces transcribe literalmente un sueño, pero que de modo habitual comienza con un estado de ánimo o una imagen que desea expresar. Y que cada proceso de escritura es distinto, “como lo son las elecciones de tema y concepción iniciales”, para acabar dando un ramillete de reglas de trabajo, que van desde preparar una sinopsis de los sucesos que se van a ir desarrollando “en el orden en que estos tendrán lugar de modo absoluto”, a “preparar una copia mecanografiada limpia de erratas, añadiendo sin dudar toques en la revisión final”.

El que acecha en la oscuridad

A contracorriente de las modas de su tiempo, al final va a resultar que quien acechaba en la oscuridad era el propio Lovecraft, crítico y esteta. “La verdad es que sí –confirma risueño Jiménez Morato–. Pese a su propio éxito, ridiculizaba el pulp y consideraba que estaba destinado al consumo de lectores poco exigentes. Lo que destacaba era que en el pulp los hechos fantásticos se aceptan sin más, cuando él abogaba porque los personajes, siguiendo una estética estrictamente realista, mostraran el extrañamiento y asombro que dichos hechos suscitarían, y que debe estar reflejado por el narrador y el estilo elegido como vehículo. Y eso está en las antípodas del pulp. En ese sentido fue un refinado poeta, capaz de hacer sentir emociones al lector. Si Lovecraft ha pasado la historia es porque nos hace sentir la misma angustia que sus personajes sienten. Nos entrega experiencia, y una experiencia muy improbable desde cánones estrictamente realistas. Eso es lo que lo hace grande, un maestro. Y sí, es algo que acecha en la oscuridad, incluso en la oscuridad de esas traducciones más entregadas a contar lo que pasa sin reparar en cómo hacer sentir al lector todas esas cosas”.

¿Qué es el arte?

¿Qué es el arte sino un asunto repleto de impresiones, imágenes, emociones y sensaciones simétricas? Debe tener belleza y conmovernos, sin que nada más sea relevante. Puede tener coherencia o no. Puede versar sobre asuntos externos o fantasías simples, producido de un modo simple, y puede que siga un modelo claro y continuo, o si gira en torno a reacciones individuales a la vida de modo complejo y analítico, como lo hace mucho el arte moderno, tiende a fragmentarse en transcripciones aisladas de sensaciones ocultas y ofrecen un tejido suelto que requiere del espectador una exigente duplicación del estado de ánimo del artista. El clamor filisteo por una literatura de expresión plana y tema superficial pierde fuerza cuando asignamos a la literatura el lugar que le corresponde en el espacio de la estética.

@nmazancot