Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la corte del último Austria
Jaime Contreras
20 marzo, 2003 01:00Carlos II por Carreño de Miranda
De entre los monarcas españoles, Carlos II, con su típico sobrenombre, es de los más conocibles. Un individuo enfermizo, atrabilioso o melancólico, de nulas capacidades, no ya para el desempeño del gobierno sino incluso para procrear, cuya vida desmayada parece metáfora del estado decadente del país sobre el que reinó.Con su vida se extinguiría la rama de Austria en España y los dominios europeos de la monarquía, efecto de una sucesión endiabladamente compleja que puso en almoneda lo que no había poder para conservar. Su sobrenombre deriva de hechos en lo esencial ciertos que se diría inventados de lo que aquella vida y aquel tiempo de la historia de España parecen haber sido: en 1698, tras un período de debilidad tan extrema que los médicos le vedaron cohabitar con la reina, el rey pareció revivir tras ser sometido a exorcismos con los que eclesiásticos del más alto rango querían neutralizar los maleficios causa de sus dolencias y su de impotencia. Los historiadores positivistas juzgaron aquello como muestra acabada de lo que estaba en el origen de la postración política, el fanatismo, la credulidad irracional, la ignorancia.
Explica Contreras que la mentalidad mágica y la capacidad de creer en conjuros e intervenciones diabólicas no era una tara peculiar ni del país ni de la corte. Lo peculiar de Carlos II no serían creencias propias de su época, sinola calamidad de que se sumaran la debilidad política, la impotencia económica y la ausencia de clases dirigentes a su total carencia de dotes. La explicación se incluye en un texto de poca comple- jidad estructural que resume bien una larga serie de estudios sobre el personaje y su circunstancia, muy aumentada recientemente pero que sigue teniendo en los estudios de Maura y Kamen aportaciones imprescindibles.
Hijo de un padre envejecido, raquítico, infantiloide e indolente, Carlos II no fue nunca dueño de sus actos. De la descripción de Contreras se desprende un personaje dependiente siempre de su madre, de sus esposas, su medio hermano Juan José de Austria, y centro de intrigas políticas, cortesanas e internacionales, que tenían por eje su salud quebradiza y su imposibilidad de engendrar. La primera parte de su vida, como huérfano y en tutela por su minoridad, la llenan más que las pocas noticias de su crianza y deficiente educación, el avispero de intrigas que era la corte madrileña atizadas muy en especial por su hermano bastardo, ansioso de honores y poder con el apoyo de una alta nobleza que por su falta de principios o altura de miras parece cofradía de monopodio. Los "señores desacomodados", aristócratas quejosos por la falta de sinecuras o lo insuficiente de ella son en la exposición de Contreras, uno de los lastres de primera magnitud para hacer viable cualquier posibilidad de enderezamiento de la situación. El otro habría de ser el propio Juan de Austria; juntos nobles y bastardo se lanzaron por la vía de la fronda que si no conoció hechos como los de Francia una generación antes fue solo por la imposibilidad de resistir su sedición y la facilidad con que doblegaron la voluntad de la reina regente y sus pocos y poco capaces asociados. En la declaración de propósitos de su prólogo dice Contreras haber evitado toda expresión de filias o fobias, pero su animosidad respecto a este personaje parece ir más allá de la mucha severidad que sus actos podrían merecer. Dueño de la voluntad real desde 1677, con el rey "prisionero de su hermano" gracias a su aislamiento de la persona real que, como otros en su situación, lograría mediante la etiqueta de corte, Juan de Austria daría muestras de un buen sentido que su temprana muerte y lo complejo de las circuenstancias no permitirían rendir frutos especiales. Insiste Contreras en combatir la extendida interpretación de un Juan de Austria portavoz del irredentismo foralista de la Corona de Aragón; no habría habido tal, sólo utilización para sus propios fines y ambiciones del apoyo que entre esos sectores pudiera obtener.
Propósito programático del libro es ofrecer una explicación de los avatares de la sociedad coetánea; hay, sin embargo, poco de eso en lo que se ajusta más a una biografía política convencional. Lo que más se le acerca es la descarnada visión de la avilantez de la clase nobiliaria, por no hablar de ocasionales apariciones de muchedumbres amotinadas o entusiasmadas por agentes de las facciones en lucha por el poder. Como reflejo de las mentalidades de la época se encuentra una espéndida descripción del auto de fe de 1680. Conterras vuelve a demostrar lo bien que conoce los entresijos inquisitoriales, y aunque sólo fuera por las páginas que le dedica ya valdría la pena este libro.