Image: La democracia asesinada

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Ensayo

La democracia asesinada

Jean-François Berdah

3 octubre, 2002 02:00

Benito Mussolini

Trad. Mª José Furio. Crítica. Barcelona, 2002. 532 páginas, 30 euros

Las relaciones internacionales durante la guerra civil española han sido objeto de frecuente atención por parte de los historiadores ya que el pronunciamiento militar puso al gobierno republicano en una difícil situación, que le obligó a buscar rápidamente el apoyo de los regímenes democráticos europeos. Actuaba así el gobierno en la confianza de que podría obtener de ellos los recursos indispensables para neutralizar un movimiento que, previsiblemente, podría llevar a España a las filas de los regímenes totalitarios que, en la estela de Hitler y Mussolini, amenazaban con colapsar la supervivencia de las instituciones democráticas en Europa.

Por otra parte, el decidido protagonismo de la España republicana en apoyo de la Sociedad de Naciones y de las iniciativas de paz alentadas desde aquel organismo -que es el más inmediato precedente de la ONU actual- había hecho concebir a los dirigentes republicanos españoles la esperanza de que obtendrían fácilmente el apoyo de las potencias democráticas europeas. Como se sabe no fue así, y ni Francia, estudiada con detalle por Juan Avilés, ni el Reino Unido, al que ha dirigido repetidamente su atención Enrique Moradiellos, impidieron la constitución de un Comité de No Intervención que, en la práctica, resultó beneficioso para los intereses de los rebeldes. La República tuvo que acudir al mercado de armamentos en unas condiciones muy onerosas, como nos ha descrito recientemente Pablo Martín Aceña.

Pero las relaciones internacionales del gobierno de la República durante el periodo de la guerra civil, con ser muy importantes, no deben desligarse de las que el mismo régimen planteó desde su proclamación en 1931. Ese es el primero de los aciertos del enfoque de Jean-François Berdah, un profesor de la Universidad de Toulouse que ofrece en este libro un fruto reelaborado de su tesis doctoral, realizada a partir de archivos alemanes, ingleses y españoles, junto a una notable acumulación de prensa, documentos editados y bibliografía relacionada con estos temas. El libro tiene, por tanto, un origen académico, pero se presenta ahora de manera que satisface los intereses de cualquier lector, ya que las notas han sido puestas al final del texto del mismo modo que las indicaciones sobre fuentes y bibliografía, y el índice de nombres, indispensable en cualquier obra que pretenda tener un mínimo valor científico.

El punto de arranque es, por tanto, el de la proclamación de la segunda República española, en abril de 1931, que supuso la ruptura con una tradición de neutralismo y una nueva voluntad de participar en iniciativas colectivas de paz y la aceptación de los principios del arbitraje internacional. El autor concede un notable relieve, en ese sentido, a Salvador de Madariaga, al que presenta como figura destacada de esa nueva diplomacia española, que tal vez aparezca algo sobredimensionada, ya que cualquier conocedor de la vida política del periodo republicano, sabe bien del pequeño papel que los asuntos internacionales jugaron en el desarrollo de la vida política de aquellos años. Azaña sugiere en sus diarios que algunos de los viajes del primer ministro de Estado -Lerroux- a Ginebra eran un puro pretexto para rehuir sus responsabilidades políticas, y el propio autor reconoce que, en la designación de los ministros de Estado, predominaba una cierta falta de entusiasmo que revelaba la "marginación de la política exterior respecto a los asuntos internos".

El cambio de talante de la política exterior republicana, en cualquier caso, está fuera de toda duda y la decepción que siguió a la rebelión militar de julio de 1936 tuvo todas las características del despertar de un mal sueño. Lo malo es que lo que vino a continuación fue una auténtica pesadilla.