Image: Fernando León después de la batalla

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Cine

Fernando León después de la batalla

3 octubre, 2002 02:00

Luis Tosar y Javier Bardem en Los lunes al sol

Después de su éxito en el Festival de San Sebastián y de la acogida que ha recibido tras su reciente estreno, el tercer largometraje de Fernando León se consolida como una de las grandes películas españolas del año. El Cultural profundiza en las razones que hacen de Los lunes al sol un título necesario y único en la cinematografía española actual.

Dice Fernando León de Aranoa que Los lunes al sol es una película sobre "un grupo de hombres sin trabajo", protagonizada por unos personajes a los que define como "daños colaterales de una economía globalizada", figuras "que caminan por los callejones del sistema buscándole a la vida las salidas de emergencia". Como definición está muy bien, pero si el nuevo trabajo del director de Familia y de Barrio se contentara con ofrecer únicamente estas facetas, su alcance sería tan estimable como reducido, tan necesario como -a fin de cuentas- insuficiente en tanto que obra de creación. La verdadera apuesta de fondo que Los lunes al sol coloca sobre la pantalla posee, sin embargo, un alcance mayor. Más allá de una sincera aproximación a la realidad cotidiana del desempleo y de la desmoralización, la película pone en juego dos jugosas operaciones que enriquecen su propuesta.

Radiografía colectiva
La primera es una rebelión, un desafío fílmico y moral contra el estado de las cosas. La segunda es una respuesta, un espejo para dar cuenta de los refugios en los que se recluyen los parados de la historia. La rebelión se ocupa de oponer, en términos dramáticos, el movimiento interno frente al paro laboral, la complejidad emocional frente al desierto industrial, la pluralidad enriquecedora de miradas frente al discurso castrador del pensamiento único. Por eso Fernando León de Aranoa compone una radiografía colectiva que no se muestra quejumbrosa ni autocomplaciente, que no se limita a ilustrar una situación que nos rodea a diario y que, pese a todo, muy pocas veces consigue llamar la atención del cine español.

Por eso estamos ante una película que no habla de las luchas obreras, sino de lo que viene después, del paisaje que queda tras la batalla; es decir, de la vida, de las emociones, de las luchas que siguen librándose, todos los días, después de la derrota. La respuesta es la que ofrece a los protagonistas del relato el engañoso refugio de los sucedáneos y de los simulacros: la casa lujosa que nunca tendrán, los zapatos que nunca podrán comprar a sus esposas, el programa de televisión que nunca los tendrá como protagonistas, el barco en el que nunca podrán viajar hacia las antípodas en busca de un mundo diferente...

Mentiras, espejismos y fantasías, en definitiva, que conectan lo más profundo de Los lunes al sol con las operaciones equivalentes articuladas ya por su director en Familia y en Barrio, eslabones precedentes de un discurso de fondo que se prolonga aquí de forma tan lúcida como penetrante. Frente a la carencia de una familia, de dinero para salir de vacaciones o de trabajo para ganarse la vida, las criaturas de Fernando León de Aranoa se aferran a sucedáneos y falacias que hablan, por sí solos, de la verdadera naturaleza de una sociedad donde la representación ha sustituido a la vivencia biográfica, donde los reclamos publicitarios ofrecen a los desheredados del sistema el disfrute simulado de lo que nunca podrán alcanzar, donde los escaparates de la abundancia ocultan bajo el subsuelo la miseria atroz de lo que no conviene mostrar ni recordar, donde el confort ajeno, el espectáculo televisivo y el sueño de un viaje imposible han tomado el lugar del trabajo diario, de la realidad vivida y de las esperanzas fundadas.

Inconmensurable Bardem
De esta grave suplantación hablan, en realidad, las imágenes de Los lunes al sol, del análisis de esta peligrosa espiral se alimenta su dramaturgia y de la combinación de ambas facetas surge lo más personal y enriquecedor de la película. El poderoso y enérgico motor que mueve su carrocería encuentra después, adicionalmente, la gasolina de explosión que introducen actores como Javier Bardem (inconmensurable, dueño y señor de la pantalla), Luis Tosar, Nieve de Medina o José ángel Egido, y el conjunto se mueve con armonía, finalmente, gracias a la secreta pócima que acierta a conjugar, con las proporciones justas, el drama y el humor, la tragedia y la comedia.

Le falta a la película, si acaso, un vuelo visual más libre, menos deudor de una rígida estructura que constriñe en exceso el desarrollo de los personajes. Le sobran también algunos circunloquios dialogados que se dilatan más allá de lo necesario, pero el resultado es una obra tan estimulante como original, una valiosa, imprescindible indagación en la trastienda menos complaciente de nuestra sociedad. Un brote de inteligencia madura y de cine vivo, necesario, capaz de hacernos pensar y mirar con responsabilidad a nuestro alrededor, a la pantalla y fuera de la pantalla.