André Malraux. Una vida
Olivier Todd
3 octubre, 2002 02:00André Malraux, por Grau Santos
La vida de Olivier Todd es la de un buscador de vidas: publicó biografías de Camus o Jacques Brel y ahora nos llega esta de Malraux, polémica y controvertida. Yves Stavridès dijo en L’Express que "Todd nos ofrece un Malraux humano". Pierre Marcabru discrepó desde Le Figaro: "Todd intenta desvelar los secretos, pero queda el misterio del hombre, su opacidad. Malraux es una creación de Malraux: su obra maestra".
Intelectual comprometido, aventurero, arqueólogo, hombre de acción, aviador, soldado, especialista en la interpretación del arte, novelista, luchador en la Resistencia, mujeriego (pese a su importante primera mujer, Clara) ministro del general de De Gaulle... Olivier Todd -que parte de la idea de que para su generación, apenas adolescente durante la II Guerra Mundial, André Malraux fue un mito, la encarnación de héroe- no a través de tantísimas páginas (si prolijas, amenas) sino preguntarse por Malraux. ¿Quién fue de verdad ese hombre?
La conclusión -documentada- baja bastante al escritor aventurero del pedestal, sin exlcuir que su genuina edad de oro abarcó desde sus viajes a Indochina a fines de la década del 20, hasta el final de la II Guerra. Admirador de escritores teatrales como Barrès y D’Annunzio (aunque su ideología fuera, de entrada, muy otra) Malraux -para Todd- resulta una suerte de maravilloso farsante que se tomaba en serio a sí mismo, como si aspirase mejor -indudable personaje- a construir su vida que su obra. Escribió dos novelas sobre China (y sus luchas sociales y revolucionarias, Los conquistadores, 1928, y La condición humana, 1933) sin haber estado más que de pasada en China... Fue un comunista acérrimo que coqueteó con casi todo hasta terminar en la derecha junto a De Gaulle. Luchó en la guerra de España, y escribió otra novela, La esperanza -1937- y rodó una película, Sierra de Teruel; pero quizá como Hemingway su actitud -su pose- resultó más efectiva que su militancia republicana. Camus (y Gide) adoraban las novelas comprometidas de Malraux. Cocteau -más artista- las consideraba periodismo y añadía que eran detestables. Cocteau, otro experto en poses.
Aunque era un seductor nato y sabía cómo utilizar su voz y su actitud, a caballo entre el poeta maldito y el pirata distinguido, Malraux propendió a creerse mucho más importante de lo que fue, aunque en muchos momentos tuvo -por un lado u otro- poder e influencias. Pero no tanto. Logró que Bergamín dijera de él (en 1937) que "había comprendido a España mejor que ningún escritor de su tiempo". Admirador de Trotski y también -en su momento- de Stalin, tan incompatibles, Malraux soñó infructuosamente con reconciliarlos. Presumía nuestro novelista y hombre de acción (sospechoso para casi todas las policías) de poder llegar a Moscú -a donde fue múltiples veces- y entrevistarse con Stalin de inmediato. No era verdad.
Igualmente, cuando la izquierda le consideraba un traidor y trabajaba como embajador volante para De Gaulle (el general tuvo siempre debilidad por Malraux, admiración mutua; pero los gaullistas, en general, no soportaban al escritor) Malraux, que ya no era joven ni apuesto, pero que seguía utilizando su magnetismo, afirmaba -o creía- poder influir fácilmente sobre sus altos interlocutores, a los que llegaba con una carta de presentación del propio presidente francés. Se entrevistó con Richard Nixon, con Chu-en-Lai, y con Henry Kissinger, en relación a la guerra de Vietnam. Se jactaba de ser experto en China y en el sureste asiático. Parece que Nixon lo recibió porque John Fitzgerald Kennedy lo había recibido antes.
Todos le trataban muy atentamente, pero su influencia fue ninguna. Presumía de conocer a Mao Zedong. Su modelo pudo haber sido (y tampoco le hicieron caso) Lawrence de Arabia.
En suma -si creemos a Todd- el Malraux que distrajo a De Gaulle y aburrió a Mao cuando se entrevistó con él, fue un magnífico artista de sí mismo. Un autofabricador y un aventurero, que metía también arte e ideas en la aventura. Algo mal parado en conjunto (aunque sin quererle restar importancia) para Todd la vida de Malraux es su mejor obra, pese a la nombradía inicial de sus novelas o de sus casi finales Antimemorias (1967). Dice: "Se instalaba en su mirto arrastrando tras de sí leyendas, rumores, cotilleos, obras y hazañas". Malraux posaba de intelectual. Todd -sin negar el talento-lo encaminaba más a un ring de emociones. Actor (algo megalómano) de su propio drama.