El legendario Josep Pla en una biografía monumental: el catalanismo auténtico
La exhaustiva obra de Xavier Pla descubre una personalidad artística compleja y atractiva por esa mezcla de talento y de carácter destemplado.
24 junio, 2024 01:13Josep Pla (1897-1981) resulta un escritor legendario. Su presencia en el panorama de la cultura española remite a conductas atípicas de una personalidad artística compleja, atractiva precisamente por esa mezcla de talento y de personalidad destemplada. El color que mejor define su persona es, sin duda, el gris. Cuando comienzas la lectura de una biografía sobre personas así, crece el nivel de interés por la anticipación de los descubrimientos que vamos a hacer sobre el personaje.
Sin embargo, en la presente noto la decisión del autor, Xavier Pla (Girona, 1966), de no empañar con castellanismos el aura personal del sujeto, enfocando la atención en la persona Pla y a través de su entorno catalán. El relato biográfico, muy trabajado y exhaustivo, te lleva por una infinidad de datos, de referencias, de citas, muchas merecedoras de ir a pie de página.
Es, en fin, una biografía informativa, como la denominan los anglosajones, que condensa lo sabido de Pla y mucha información desconocida. El ser humano Pla aparece intermitentemente pero Pla el hombre, su figura, y el contexto de su vida en España, su relación con el franquismo, merece, creo, un examen diferente al ofrecido.
Cuando entramos en lo comentado sobre la época de la Segunda República, el biógrafo aborda la postura cambiante de Josep Pla ante el nuevo régimen, constatando el frenesí de artículos que publica en diversos periódicos, bastantes con seudónimos, y su implacable marcha hacia una condena del régimen republicano. También la biografía se va abriendo a otros personajes, pues Pla no sólo es un periodista notable, sino también un escritor que mira y percibe desde sí mismo.
Su compañera de viaje, a la que llama su mujer, Adi Enberg, aparece cada vez más como colaboradora que le sugiere lecturas y que complementa su vida. Noruega de origen, le aporta cultura, sabe muchas lenguas, escribe bien, le puede corregir sus trabajos y recomendar lecturas que constituyen el canon de la cultura occidental, como Goethe o Proust.
Poco a poco, a este Pla le vemos criticado por quienes consideran que ha vendido su alma política al mejor postor, mientras aparece la fuerza de un catalanismo auténtico, regenerador. Junto al amor a la geografía humana de su entorno, el Palafrugell natal o el Bajo Ampurdán, la casa familiar, la masía, se fortalece la conciencia de la riqueza de una lengua, de una manera de ser, que constituye su orgullo personal, y que quiere trasladar al mundo.
Uno de los pasajes más intensos del libro narra el encuentro entre Pla y Santiago Rusiñol. Dice el biógrafo que el artista tiene 80 años (pág. 537), aunque murió a los 70, y que se encuentra pintando de nuevo en los jardines de Aranjuez. Le tiemblan las manos, pero ahí está disfrutando de su pasión.
Cuando Pla pregunta cómo puede pintar con espesos temblores, le responde: "¡No crea! […] Este temblor es magnífico para [pintar] las hojas tocadas por un poco de viento". (p. 538). Al poco asistirá a la muerte del pintor. El talante de hombre bueno de Rusiñol, lleno de sabiduría vital, le permite reconocerse en un modelo de persona, de intelectual. Luego, en 1942 publicará Ruisiñol y su tiempo, uno de sus mejores libros.
El apartado dedicado a contar las relaciones mantenidas con tres novelistas norteamericanos –Rex Smith, Robert Ruark y Ernest Hemingway– en el Madrid republicano confirma la trayectoria personal del ampurdanés. Los tres son aficionados a las aventuras violentas y a la lidia, bien distintos a él, que además no gusta de los toros. Lo que más les une es el alcohol, mucho alcohol, cuya ingesta anima a la escritura pero que acaba derrotando al cuerpo.
Esta biografía permite saber más de Josep Pla, pero poco de su contexto no catalán
Con ellos vive las aficiones de aventuras y violencia que él no tiene, y la más duradera, la de Rex Smith, que siempre tendrá puestos importantes en Associated Press y American Airlines, le pondrá –como Rusiñol– ante un espejo, en este caso la relación del exceso y el alcohol. Y, en contraste, aparece bien contada su relación con la tierra, la amistad con pescadores, gentes diversas del pueblo, que le enseñaron la cara feliz de personas que nunca dejaron su tierra, y la supieron valorar. En este sentido, Pla descubrió la riqueza de su mundo, hoy algo oculta por la hojarasca del turismo.
Tras los años de la Guerra Civil, su afiliación a la derecha española, antirepublicana, le lleva a tener una reputación muy merecida. Su opinión es solicitada, y sus columnas aparecen firmadas o anónimas en varias cabeceras. Luego viene un periodo en que se acoge al fatalismo, y poco a poco intenta separarse de aquel Pla de la Guerra Civil que, refugiado en Marsella, trabajó en el servicio secreto de información franquista. "Él solo, entre el blanco y el negro, encarna todos los matices humanos del gris" (p. 709). Intenta alejarse, pero la necesidad de dinero le lleva hacerse columnista del Arriba.
Hasta leer este libro sabíamos bastante de Josep Pla, especialmente de su talento literario. Los mejores libros, como El cuaderno gris, permiten tomar el pulso al escritor, enriquecernos con sus observaciones, con el genio para narrar experiencias observadas. Ahora, esta biografía, traducida del catalán, permite saber más, pero poco de su contexto no catalán. Basta hojear los autores españoles citados, pues las ausencias resultan obvias, Machado, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Valle-Inclán… Por supuesto, Cervantes no asoma en estas páginas...
Creo que el gran Josep Pla sería un sujeto propicio para enfocar de nuevo la relación de los escritores con la República y con Franco, y no para negar obvios méritos literarios, plasmados en los artículos de la revista Destino o en los numerosos volúmenes de su Obra completa.
Se ha escrito mucho sobre el sufrimiento causado por la censura del franquismo a los intelectuales, a los catalanes, con la prohibición de usar su lengua, pero su sacrificio, el del propio Pla, nunca llegará a igualarse al de miles de combatientes anónimos que defendieron a la República en las trincheras, sacrificando la propia vida. Este contexto parece escapársele a demasiados que piensan que los golpes de pecho son iguales a dar la vida por ella, o que la literatura perdona las transgresiones morales.