Joyce Carol Oates escribe sobre Joan Didion y 'Una liturgia común', su tercera y más ambiciosa novela
Joan Didion investigó en este libro las consecuencias de una ruptura que en la sociedad contemporánea se produce, especialmente, entre padres e hijos.
22 enero, 2024 02:21En el ensayo que da título a su magnífica colección Los que sueñan el sueño dorado (1968), Joan Didion (1934-2021) se retrae brevemente de su doloroso estudio del abandono escolar en Haight-Ashbuty para comentar el posible significado de la “hemorragia social” que había estado observando de cerca. Los niños incoherentes y sin rumbo de la década de 1960, embrutecidos por la droga y prematuramente envejecidos, adquieren para Didion un significado casi alegórico.
Son las patéticas víctimas de un cambio social inmenso y quizá inexplicable, de una atomización profetizada por poetas tan visionarios como Yeats, que escribió en El segundo advenimiento: “Las cosas se desmoronan; el centro no se sujeta; la anarquía pura se desata sobre el mundo”. Los complacientes o los indiferentes se apresuran a decir que esas murmuraciones apocalípticas siempre han estado con nosotros; ¿qué pruebas tenemos para hacer semejantes afirmaciones?
Los libros de Joan Didion son las pruebas. Su tercera y más ambiciosa novela, Una liturgia común, investiga las consecuencias de esta ruptura, especialmente para padres e hijos. “En algún momento entre 1945 y 1967 nos olvidamos de decirles a estos niños las reglas del juego que estábamos jugando”, escribía Didion en Los que sueñan el sueño dorado. “Quizá había muy poca gente para decírselas”. Charlotte Douglas, la heroína de Una liturgia común, es uno de los adultos que no supo explicar las reglas del juego a su hija.
Marin, la hija de 18 años de Charlotte, fue vista con varios jóvenes más detonando una tosca bomba en un edificio de oficinas de San Francisco y posteriormente secuestrando un avión con destino a Utah. Convertida en fugitiva, participa en actividades revolucionarias, sobre todo grabando cintas en las que habla de la necesidad de destruir los símbolos imperialistas.
Pero tal vez la incapacidad de Charlotte Douglas para explicar el mundo a su hija sea consecuencia de su propia incapacidad para comprenderlo. Ella es, en la imaginación de Didion, una estadounidense no atípica que simplemente revisa la historia, personal y colectiva, sobre la marcha. Resulta casi inocente en su estupefacta ignorancia, casi una víctima; una mártir, quizá, de nuestra “espiral generalmente ascendente de la historia”.
['De donde soy': memorias de la pionera Joan Didion]
Charlotte es una mujer atractiva de unos 40 y pocos años casada con un atractivo y popular abogado de San Francisco implicado en la venta internacional de armas. Ella insiste en que no es una mujer “política”, pero, irónicamente, su negativa a aceptar que es política es lo que provoca su muerte; sabe que siempre pasa algo en el mundo, pero “creía que terminaría bien”.
Así que resulta apropiado que Charlotte Douglas, a la deriva y en busca de su hija, llegue a Boca Grande, un país centroamericano que es lo más parecido a un espacio en blanco que puede ser un país. Carece de historia: nadie sabe con certeza quién fue su primer poblador. Sus Gobiernos son inestables, pero después de revoluciones “coloridas”, no cambia gran cosa.
Yo habría deseado que una liturgia común fuese más larga, pero el arte de Joan Didion siempre ha sido el de la emoción retenida
La catedral no es colonial española, sino de aluminio corrugado. Puede que los aviones entre Nueva York y Quito hagan una parada allí para repostar, pero por lo demás, Boca Grande no está conectada con el resto del mundo. Charlotte Douglas llega en estado de shock a esta nulidad de país y, tras una serie de cómicas y grotescas desventuras con sus principales ciudadanos, muere repentina y tontamente a causa de un disparo por la espalda durante una de las revoluciones.
Sí, Didion nunca ha sido blanda con sus heroínas. El suicidio siempre las amenaza. En Río revuelto (1963), la heroína se ahoga; en Una liturgia común, Charlotte Douglas sufre no solo la pérdida de su hija (a la que no vuelve a ver tras el secuestro del avión), sino también la de su exmarido (con el que, desesperada, se ha fugado, o vuelto a fugar) y la de un bebé nacido prematuramente, tras un embarazo imprudente.
Tras tratar de liberarse del peso de su historia personal, se ve obligada a enfrentarse al horrible hecho de que sus padres murieron en soledad y en balde. Toda su vida transcurre “en una burbuja”, como señala su marido, y ni siquiera puede decirse de ella que elija su muerte: simplemente ocurre, más o menos accidentalmente. Como su vida.
Por supuesto, Joan Didion no es la única que investiga la atomización de la sociedad contemporánea. Pero es una de las pocas autoras que aborda este tema con absoluta seriedad, con miedo y humildad y asombro. Su contundente ironía es más apenada que inteligente; el lenguaje de Una liturgia común es sobrio, sarcástico, elíptico, discreto. El melodrama es la esencia del mundo de Didion, pero se expresa muy poca emoción, quizá porque la emoción misma se ha atrofiado.
Algunas de las mejores partes de Una liturgia común son secundarias para la trama, pero muy típicas de Didion: una conversación estúpida entre Charlotte, su exmarido y un hombre del FBI que les interroga sobre su hija; una brillante descripción del aeropuerto de Boca Grande y de la extraña luz opaca de Centroamérica. La fuga condenada al fracaso de Charlotte y su exmarido alcohólico implica una vertiginosa sucesión de escenas surrealistas en ciudades del Sur.
¿Tiene la novela fallos significativos? Yo habría deseado que fuese más larga, más completa: me habría gustado saber más de la hija, por ejemplo. Pero el arte de Joan Didion siempre ha sido el del eufemismo y el enredo, el de la emoción retenida. Ha sido un testigo elocuente de las verdades más obstinadas y espinosas de nuestro tiempo, una voz memorable, en parte laudatoria, en parte desesperada, pero siempre en control.
© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips