Enjuto y quebradizo, libérrimo y provocador, José Bergamín decía de sí mismo que era “un cangrejo cocido”, porque no había “por dónde cogerlo”. También que era “creyente, gracias al Diablo”, y que “en ciertos momentos, la única forma de tener razón es perdiéndola”.
Cuentan que cuando volvió definitivamente a España, tras un exilio que se prolongó hasta 1970, alquiló un modesto ático sin ascensor en la Plaza de Oriente, inmisericorde con el frío y el calor. Y que solía subir a diario recitando un soneto siempre distinto, repartiendo los catorce endecasílabos entre los escalones y descansillos para que el último verso coincidiese con el momento en que giraba la llave y abría la puerta.
De origen italiano, los Bergaminos fueron pastores en la región montañosa que rodea la ciudad de Bérgamo, que ellos fundaron y de la que son epónimos. Mas tarde, la familia se trasladó a Venecia, donde cambiaron el apellido Bergamino por Bergamín y durante las guerras de la independencia italiana, una rama de la familia se estableció en Málaga.
José Bergamín, el menor de los trece hijos de Francisco Bergamín (que llegó a ser diputado a Cortes y ministro de la Restauración) y de Rosario Gutiérrez, ferviente católica, nació en Madrid el 30 de diciembre de 1895 y pasó sus primeros veinte años en el amplio y laberíntico apartamento que la familia ocupaba en la Plaza de la Independencia número 8, donde una placa le rinde homenaje.
De su padre explicó, como desvela Nigel Dennis en José Bergamín, Introducción crítica (Renacimiento, 2018), que “nos daba su ejemplo de infatigable trabajador. Autodidacta, su ejemplo me enseñó a serlo a mí, y, a la par, aprendí de él a no darme ninguna importancia a mí mismo. Por este camino le seguí, dando algún paso más: que fue el de no tomarme nunca en serio: ni a mí mismo ni a los demás”. De su madre heredó en cambio su acendrado catolicismo, instalado, según André Malraux, “en lo moderno y en el compromiso”.
[Los ángeles de Bergamín y Buñuel]
Estudió en los jesuitas de San Miguel y antes de terminar el bachillerato conoció a Juan Ramón Jiménez, que le dedicó uno de sus célebres retratos líricos: “Qué largo, qué delgado, qué estirado se está poniendo Bergamín”. También se hizo amigo de Ramón del Valle-Inclán, de Alfonso Reyes, de los hermanos Machado y de Ramón Gómez de la Serna, junto al que inscribiría su nombre en el Café de Pombo, en la ceremonia fundacional de la tertulia retratada por Gutiérrez Solana.
Tras estudiar Derecho en la Universidad Central de Madrid, comienza a publicar sus primeros artículos en la revista Índice, dirigida por Juan Ramón, y se hace íntimo amigo de Miguel de Unamuno. Fue en Índice donde, según él, surgieron los escritores de la Generación del 27, etiqueta que detestaba pues prefería denominarla “Generación de la República”.
Juan Ramón le dedicó uno de sus célebres retratos: “Qué largo, qué delgado, qué estirado se está poniendo Bergamín”
Con todo, Bergamín participó activamente en los comienzos del 27, colaboró en sus publicaciones y fue editor de sus primeros libros. En esa época cultiva el ensayo, en el que abordó los mitos literarios de España, el Siglo de Oro, la política y la tauromaquia. Así, debuta como autor con El cohete y la estrella (1923), una colección de aforismos.
En 1928 se casa con Rosario, hija de Carlos Arniches, y al proclamarse la II República en 1931 es nombrado director general de Seguros en el primer Ministerio de Trabajo, a las órdenes de Largo Caballero. En 1933 funda y dirige Cruz y Raya, “revista del más y del menos” o “de la afirmación y la negación”, en la que colaboran los mejores poetas del 27. También en 1933 publica Mangas y capirotes, en el que interpreta el teatro barroco del siglo XVII.
El estallido de la guerra lo sorprende presidiendo la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Comunista destacado, es nombrado agregado cultural en la Embajada española en París, mientras colabora en las revistas El Mono Azul, Hora de España y Cuadernos de Madrid. Y no solo logra que España sea la sede del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (1937), sino que encarga a Picasso el Guernika para la Exposición Internacional de París de ese mismo año.
Es su etapa más polémica: alardea de su comunismo republicano, se pasea con mono y pistola al cinto por las calles de Madrid y se le atribuye una sección anónima titulada “A paseo”, en la que supuestamente delata a escritores de ideología contraria como Rafael Sánchez Mazas o Ernesto Giménez Caballero, escondidos en Madrid. Bergamín jamás refutará estas acusaciones.
Pasión por el torero gitano
Apasionado por la tauromaquia (La música callada del toreo, 1989), Bergamín se convirtió, tras su exilio, en apasionado defensor de Rafael de Paula, “el torero gitano”, al que dedicó numerosas columnas de opinión y siguió por las plazas de España.
La caída de la República supone el inicio de su exilio, en el que lleva el ejemplar de Poeta en Nueva York que le había dado Lorca poco antes de morir, y acuña la expresión “España peregrina” para describir el éxodo de los españoles tras la victoria franquista. En 1939 se traslada a México, donde funda la revista España Peregrina y la Editorial Séneca, en la que aparecen Poeta en Nueva York, las primeras Obras Completas de Machado, así como obras de Rafael Alberti o Luis Cernuda, mientras él estrena tres piezas teatrales: La muerte burlada (1944), La hija de Dios (1945) y La niña guerrillera (1945).
A partir de entonces vivirá en Venezuela y en Uruguay (1945 -1954), estrenando Melusina y el espejo (1952) y Medea la Encantadora (1954). Por último, reside en Francia entre 1954 y 1958. Allí escribió La sangre de Antígona (1956), y La cama, tumba del sueño o El dormitorio (1956).
Eterno peregrino, regresa al fin a España en 1958 pero debe exiliarse de nuevo a París en 1963 por orden expresa de Manuel Fraga, hasta su regreso definitivo en 1970. Sin embargo, del país que había abandonado en 1939 ya no queda nada: republicano acérrimo, sus proclamas afines al independentismo vasco, con un cerrilismo en el fondo profundamente español, acentúan su aislamiento personal e intelectual. Los últimos años de su vida los vive en el País Vasco, casi en la pobreza, hasta que muere el 28 de agosto de 1983 en Fuenterrabía, donde es enterrado.
El exilio y la poesía
El exilio fue esencial para Bergamín, pues, según demuestra Nigel Dennis en Teoría y práctica del exilio (Renacimiento, 2023), es en sus años trasterrados franceses “cuando el poeta Bergamín encuentra su voz más auténtica, una voz medio soterrada hasta entonces, pero que nace ahora firme, hecha y segura de sí misma”. De hecho, insiste, aunque ya había escrito algunos poemas, “en París dio expresión a un verdadero torrente de versos, la gran mayoría coplas y cantares de corte popular”.