El verano de 1870 fue más aburrido que nunca en la localidad francesa de Charleville-Mézières. La familia de Arthur Rimbaud había planeado pasar unas semanas en el campo, pero acababa de estallar la guerra franco-prusiana. Cuando Napoléon III agotaba sus últimas horas al frente del Segundo Imperio y la III República estaba a punto de proclamarse, lo único que, por momentos, libraba del hastío al poeta en ciernes eran los paseos por los parajes de la Ardena, región montañosa llena de bosques y prados en la frontera con Bélgica.
Le gustaba perderse por la orilla del Río Mosa e imaginar los versos que darían forma a sus primeros poemas, que empezaban a ser celebrados y reconocidos en su colegio. Sylvain Tesson, ganador del Premio Goncourt de Novela Corta en 2009, reivindica la genialidad del poeta críptico en Un verano con Rimbaud (Taurus). Además de consignar episodios cruciales de su vida, auscultar su atribulada personalidad, esclarecer el contexto en el que sobrevive y escrutar la trascendencia de su legado, conviene que “no hay nada que entender” en su poesía. Y se apoya en un verso que el propio Rimbaud escribe en Iluminaciones: “Solo yo tengo la clave de esta parada salvaje”.
Antes de ser señalado como el referente de las vanguardias poéticas junto a los simbolistas Mallarmé y Verlaine, que lo dispararía en la muñeca tras una turbulenta relación, en 1870 fue decisiva la llegada a su colegio del profesor de Retórica. Georges Izambard, solo seis años mayor que él, le descubrió a Baudelaire y a Victor Hugo y potenció sus dotes para la poesía, aunque Rimbaud ya había dado muestras de su distanciamiento con los cánones.
Al final del curso, Izambard se marchó a su pueblo, Douai, pero dejó al alumno al cuidado de su biblioteca, un espacio confortable y fresco, refugiado del calor asfixiante. Hacia finales de agosto, Rimbaud había devorado todos los libros. Se lo contó en una carta, donde también le transmitió su zozobra: “Esperaba baños de sol, paseos infinitos, descanso, viajes, aventuras; en fin, cosas de bohemios”.
La difícil relación con su madre tampoco contribuyó a mitigar su desasosiego. Vitalie Cuif fue abandonada por su marido, que le dejó a cargo de cuatro hijos, cuando Rimbaud tenía cuatro años. Se volvió severa, intransigente, insoportable, en fin, para el poeta en plena adolescencia. Frederic, su hermano mayor, se acababa de alistar en el ejército. Arthur se había quedado solo con sus dos hermanas y su madre.
En uno de los pocos paseos que dieron en aquel verano, Rimbaud se ausentó con el pretexto de haber olvidado un libro. Pero ya no volvió. Su destino era París, donde bullían los estímulos literarios de aquel país convulso. Corría el 29 de agosto de 1870, el poeta tenía 15 años y solo faltaban tres días para que comenzara la Batalla de Sedan, antecedente inmediato de la proclamación de la III República, una vez derrotado el ejército francés y capturado Napoleón III.
Rimbaud solo tenía dinero para comprar un billete hasta San Quintín, pero aspiraba a burlar la seguridad cuando llegase a la capital. “Allá iba, con los puños en los bolsillos rotos”, escribiría después en “Mi bohemia”. Fue detenido en la estación del Norte y trasladado inmediatamente a la prisión de Mazas. El 5 de septiembre escribió a Izambard rogándole que se hiciera cargo de la deuda. El profesor trató de que fuera enviado directamente a Charleville, pero las comunicaciones con la región de la Ardena estaban interrumpidas por la guerra. Lo recibiría, por tanto, en su casa.
[Brenan y Rimbaud, nexo de literatura y vida]
A su llegada a Douai, solo cuatro días más tarde, Rimbaud esgrime un relato inflamado de los hechos: un interrogatorio extenuante, el momento en que le despojan de su ropa para desinfectarlo… Lo que sí fue verdad es que cogió piojos durante el encarcelamiento. Fue atendido por las hermanas Gindre, que habían criado a Izambard desde que murió su madre. Hasta entonces, Rimbaud no había experimentado semejantes muestras de afecto. Enid Starkie sugiere en Rimbaud. Una biografía (Siruela, 2007) que “las tías de Izambard” –así las llamaba el poeta– son las destinatarias del poema “Les Chercheuses de poux”.
Fueron, en todo caso, las mejores semanas de su vida. Poemas como “Sensación” o “El barco ebrio”, en el que evidencia su genio precoz al recrear el mar con insólita brillantez sin haberlo visto nunca, se distancian mucho de las tinieblas que envuelven Una temporada en el infierno, escrito tras romper con Verlaine. Los de 1870 son poemas bucólicos, están preñados de pureza, esperanza hacia lo desconocido y emoción ante lo prohibido, aunque ni estos ni los siguientes tuvieron lectores mientras vivió.
Su madre estaba tan desesperada que llegó a creer que había sido capturado por el ejército prusiano
Aquellos días conoce al poeta Paul Demeny, viejo amigo de Izambard y director de una casa editorial, la Libraire Artistique. Rimbaud, convencido de su futuro en la literatura, le entrega quince poemas, acaso con el deseo de que fueran publicados. En la correspondencia mantenida posteriormente, Rimbaud le habla de la famosa idea del doble en su poesía. “Yo soy otro”, escribe, y esa conciencia del desdoblamiento en su escritura hermetizaría aún más sus composiciones.
La guerra se había recrudecido hacia mediados de septiembre. Izambard ingresa voluntariamente en la Guardia Nacional. A Rimbaud también lo admiten en los entrenamientos militares, pero no le dejan llevar fusil por su edad. La carta en que reclama al alcalde de Douai que permita las armas a quienes estén preparados para combatir al ejército prusiano es una muestra más de su rebeldía.
Mientras tanto, su madre estaba desesperada. Sin recibir noticias, llegó a pensar que había sido capturado por los alemanes. Cuando Izambard por fin logra comunicarse con ella, se muestra tajante con el profesor en una carta a finales de septiembre: “¡Atrápelo, que venga inmediatamente!” Con el objetivo de apaciguar los ánimos de su madre, Izambard decide acompañar a Rimbaud hasta su casa.
Pero Vitalie Cuif ya había decidido molerlo a palos. Así lo hizo, mientras increpaba también al profesor, que huyó “bajo el aguacero”, según escribió en las memorias que relatan su relación con el poeta. La paliza de su madre no disuadió a Rimbaud de volver a fugarse. Se fue al mes siguiente, y unas cuantas veces más, pero en ninguna de las escapadas posteriores se sintió tan dichoso como en la de aquel verano.
Traficante en África
Tras su ruptura con Verlaine, trata de ser comerciante, alistarse en el ejército, viaja a Alemania, Italia, Egipto, Java, Chipre... hasta que se establece en Abisinia (actual Etiopía). Como corresponsal de la sucursal Bardey en Harar, trafica con mercancías y armas –vende fusiles al emperador–, con marfil y camellos, comercia con café. En 1889 escribe a Alfred Ilg, su proveedor: “Le confirmo muy seriamente mi petición de una buena mula y dos muchachos esclavos”. Lo recoge una de sus Cartas de África, publicadas por Gallo Nero en 2016.