Desde 1996, Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) publica sus libros en la colección Nuevos Textos Sagrados, la misma en la que, excepcionalmente, aparece El sueño cumplido, donde reúne sus escritos en prosa (y poemas y entrevistas) sobre poesía. Su poética, digamos.
Se abre con la conferencia (revisada) que pronunció en 2005 en la Fundación March: “Garabatos de poética”. Ese texto hubiera justificado, por sustancial, todo el volumen. “Podría quizá servir de introducción a mi poesía completa”, apunta, pues contiene cuanto cabe decir acerca de sus once libros publicados, reunidos (salvo el último, La rama verde) en Las cosas como fueron (2018); obra que considera “una especie de autobiografía poética”.
No se cree Rosillo un “teórico”: “Yo no tengo teorías. Tengo poemas”. Precisa que cuanto ha tenido que revelar acerca de ella lo ha hecho en sus versos. Ni siquiera su trabajo como profesor universitario le ha distraído de ese camino. Así, salvo su tesis doctoral sobre Cernuda, y las traducciones de los mejores poemas de Leopardi (un maestro), su bibliografía se centra en los mencionados libros. Y es que –de ahí el título– ser poeta es su “sueño cumplido”. La poesía, “mi única ocupación verdadera y absorbente”.
Fue desde pequeño un lector “omnívoro”. La prematura muerte de su padre propicia una “temprana conciencia del tiempo y de los estragos fatales que ocasiona”, tema esencial en su obra; un suceso trágico que imprimirá el carácter y el tono a lo que escriba después. Desde los 14 años, cuando pergeña su primer poema (a orillas del Mar Menor). A los 17, “una fiebre maravillosa” le anuncia su “vocación”: “único destino digno y asumible”. Ese será “el centro de su vida”. Un “don del cielo”. Su “fe” y “aventura”.
Distante de lo que publican sus compañeros novísimos (“los poetas son navegantes solitarios”), gana el Adonáis con su ópera prima. A los 30. No se considera un “profesional”, tampoco un “aficionado”. De cómo surge la poesía y del oficio necesario para componerla con la debida naturalidad (“la poesía auténtica es una respiración”), de cómo prima el creador sobre el constructor, diserta también con lucidez. Señala que “la piedra de toque de un poema auténtico es la emoción”. Ahí, “una verdad muy honda”.
Se refiere al “marcado carácter autobiográfico” de su lírica: “no separo la vida de la poesía”. “Uno escribe desde sí”, aunque el yo quede “trascendido, universalizado”. Y a su voz evocadora y meditativa, con “trasfondo moral y metafísico”. Descree, en fin, de un “personaje poético ajeno al autor”.
Cada vez más sencillo y despojado, el poeta se muestra lejos de minimalismos, misticismos y “demás ocurrencias”
Alude al marco urbano (el de su ciudad natal) y al natural de sus versos: “mis poemas están muy localizados en el tiempo y en el espacio”. Sin ser un “poeta paisajista”, el campo está presente. No olvida los veranos de su infancia en la remota finca familiar manchega. Le apenan los urbanitas. Nació en el Mediterráneo.
Puntualiza acerca de su condición de poeta elegíaco (evidente en sus cinco primeras entregas) y reconoce que hace mucho que predomina su temperamento hímnico: “el poeta auténtico siempre celebra, porque es un enamorado de la vida”. Se impone el “cántico” sin perder de vista, eso sí, la melancolía, un “estado de ánimo” consustancial a su modo de decir.
Cada vez más cristalino, sencillo y despojado. Lejos de minimalismos, misticismos y “demás ocurrencias macrobióticas”. Y, por transparente, de los “galimatías” y las oscuridades, a pesar de que la vida sea “compleja y misteriosa”. “Soy un poeta español, y en español claro y limpio pretendo llegar a los posibles lectores”, sostiene. “Nada abstracto”.
Ya se dijo que Rosillo ha recurrido al poema para hablar de poesía; que es, recalca, “anterior al poeta”. Dieciocho ha seleccionado para ilustrarlo. A eso se suman trece entrevistas que permiten al lector comprender aún mejor su pensamiento poético, además de otros textos, en la primera parte, que subrayan sus ideas primordiales. Tan acordes con los luminosos poemas que ha escrito. “Una verdad natural”.