Fernando Sánchez Dragó, el último presocrático
Su vida fue, en efecto, su mejor obra. Pero ello no debe entenderse como un denuesto a sus libros, eclipsados habitualmente por su biografía
Cuando el novelista Gore Vidal fue a visitar a George Santayana al convento romano de las Monjas Azules, se encontró a un ancianito recostado en una chaise-longue de hierro. A su lado descansaba un grueso tomo de historia, cuyas hojas iba arrancando para leerlas de una en una. La rápida mente del filósofo, que lucía una bata negra bajo la que asomaba una camisilla de franela, hizo sentir a Vidal en presencia de un sabio de la Antigüedad. Esa misma tarde, anotó en su diario que había estado con el mismísimo "Sócrates en pijama".
Frecuentar a Fernando Sánchez Dragó era lo más parecido a tener trato con un sabio presocrático. No en vano, yo lo llamaba Dragónides de Soria. Su muerte me ha golpeado duramente. Doy por hecho que los periódicos tenían preparado el obituario desde hace más de una década. Dragó era, al fin y al cabo, uno de los escritores más longevos de este país, y estas cosas en periodismo son de rigor. No es mi caso. La noticia me ha pillado a contrapie.
Su óbito, ya de por sí inesperado, resulta especialmente difícil de asimilar para quienes estábamos acostumbrados a su juventud eterna y contagiosa. Yo solía decir, entre bromas y veras, que el tío me llevaba cincuenta años y que, sin embargo, era más joven que yo.
[Muere el escritor Fernando Sánchez Dragó a los 86 años de un paro cardíaco]
Si podéis vivir sin escribir, no escribáis. La frase, que es de Rilke, podría ser de Perico el de los Palotes, porque nadie en nuestro país la tiene en cuenta. Curiosa paradoja: todo el mundo escribe, pero apenas hay escritores. Acaso el último haya sido Dragó.
Mueve a la perplejidad que con 83 añazos a cuestas llevase a imprenta el que es, a mi juicio, el mejor de todos sus libros. Hablo de Galgo corredor, el segundo volumen de sus memorias, donde daba cuenta de su peripecia antifranquista en el año 56, en compañía del redivido Tamames, Elorriaga, Ruiz Gallardón padre et alii.
Así, de oca en oca, de peripecia en peripecia y de libro en libro, se mantuvo firme en el vivire pericoloso -exilio, guerras y trapisondas de toda laya- hasta morir con las botas puestas y al pie del cañón, como buen artillero. Un bel morir tutta la vita onora…
Todo en la vida de Dragó era literario. No solo lo hiperbólico y desaforado. Siempre me hizo gracia que todos los nombres de sus hijos empezaran por A, como era el caso de las cuatro hijas de Giovanni en La maldición de Zeno, razón por la que Zeno Cosini se imaginaba que se las entregaban en un haz. Su vida fue, en efecto, su mejor obra. Pero ello no debe entenderse como un denuesto a sus libros, eclipsados habitualmente por su biografía.
Innumerables son las alegrías que Gárgoris y Habidis nos ha dado a dos o tres generaciones de españoles. Más que un libro, se trata de una fiesta del castellano. La historia de los Ramírez contenida en Las fuentes del Nilo cuenta con una prosa inigualada.
Más inadvertido ha solido pasar el estilo tardío que, adoptó más o menos a partir de Kokoro, ya iniciado el nuevo siglo. Supongo que el paso de la Underwood al ordenador explica que Dragó comenzase a talar las arborescencias de su estilo y empezase a escribir con una fluidez inaudita, que llegó a su cima con Esos días azules, acaso su mejor obra desde el Gárgoris.
Podría hablar de la fresca inteligencia de El sendero de la mano izquierda o de la extraordinaria ambición de Muertes paralelas; podría hablar de los miles de artículos en prensa, o de las miles de horas de tele y radio. Pero cuantas más cosas saco a relucir, más cosas me dejo en el tintero. Baste decir que es impagable mi deuda de gratitud con Dragó, como impagables son los ratos de esplendor y exuberancia que me han regalado sus obras.
[Dragó, el mundo por montera, por Manuel Hidalgo]
Camina. Tal era la dedicatoria que Dragó plasmaba en la más celebrada de sus novelas. No se me ocurre mejor consejo para quienes hoy lo lloramos. Como escribiese Emerson, me atrevo a trazar mi propio camino. Quienes corren el albur de emprender una senda propia en ocasiones se extravían y andan errabundos, pero nunca pierden de vista adónde van.
Otro sabio presocrático dejó dicho que carácter es destino, como acredita que Dragó exhalase su último suspiro pluma en mano o, lo que es lo mismo, con los dedos sobre el teclado. Si podéis vivir sin escribir, no escribáis.
Jorge Freire es filósofo y escritor. Último libro: 'Hazte quien eres' (Deusto)