Esos días azules. Memorias de un niño raro
Fernando Sánchez Dragó
25 noviembre, 2011 01:00Fernando Sánchez Dragó. Foto: Patxi Corral
Dejando aparte ensayos, libros de viajes y artículos periodísticos, la media docena de novelas de Fernando Sánchez Dragó son tan claramente autobiográficas, se apoyan tanto en experiencias vividas -más, en todo caso, que en lances inventados- que parecían por su misma índole encauzar la obra del autor hacia la desembocadura natural de unas memorias. Pero el concepto de "memorias" no equivale, en rigor, al de "autobiografía". Las memorias están menos sometidas a la secuencia cronológica. No registran la vida del sujeto, sino que entresacan y seleccionan escenas y episodios determinados, y no necesariamente en el orden en que sucedieron, intentando con el conjunto proporcionar más un autorretrato que una autobiografía. Como el propio autor indica, su propósito es el de ir y venir, "a cala y cata en el melón del tiempo, recordando y reinventando a ráfagas lo sucedido" (p. 17).La selección y ordenación de los hechos, así como la aplicación persistente de una perspectiva que lleva a una determinada interpretación, aproximan el texto a la narrativa de ficción, en la que el sujeto narrador se recrea como personaje literario. Podría leerse la obra como un ejemplo de Bildungsroman. El carácter de reelaboración, de transformación literaria de algunos hechos del pasado -aquí, los años de infancia y adolescencia del narrador- aconseja, pues, no tomar al pie de la letra todo cuanto en estas páginas se dice. "Este libro de memorias lo es también de confesiones, pero eso no me obliga a contarlo todo" (p. 342), asevera el autor. El cual, por otra parte, enuncia clara y reiteradamente cuáles son las coordenadas de su visión del mundo: una tenaz lujuria y una afición temprana y sostenida a los libros, que son "el hilván de mi vida, las vértebras de mi estatura, el colágeno de mis articulaciones" (p. 90). Las menciones reiteradas de autores y libros predilectos (Hemingway, Hesse, Calvino Twain...) ocupan tanto espacio como los recuerdos de las aventuras amorosas, a menudo fugaces y efímeras, con las numerosas mujeres que desfilan por estas páginas. El planteamiento -y, por así decir, la visión del mundo que de aquí emana- hacen pensar en libros como Femmes, de Philippe Sollers, para quien también el mundo futuro será de quienes sepan "lire, vivre la musique et faire l'amour".
Pero muchos de los sucesos evocados lo son de un modo rápido y superficial, de modo que los personajes -personas reales, vivas o muertas- aparecen y se esfuman velozmente, y lo único que queda de su perfil es el juicio que ofrece el autor. A pesar de que existen pasajes de indudable hondura, sobre todo los referidos a episodios de la infancia, como los veraneos en Alicante o Soria, la prosa de Sánchez Dragó--casi siempre rica y precisa, algo grato en estos tiempos de pobreza- es poco afín al relato puro: introduce remansos de juicios y opiniones, entrevera numerosos intertextos como otros tantos homenajes a autores distintos -Machado, Quevedo, Miguel Hernán- dez, Pascal, Vallejo, Neruda, etc.- o se deleita, siguiendo la estela de Gracián y Cabrera Infante, en crear paronomasias y otros alardes de ingenio; "dos mil años de hechos y deshechos, de proezas y vilezas, de hazañas y guadañas" (p. 91), "bragado y bregado" (p. 220), "lo hombruno y lo hembruno" (p. 311), "un falo, un faro" (p. 333), escenario "beodo y beocio" (p. 378), "biblioteca de goteo y gateo" (p. 380), "el gran Janés (y gran danés del gremio de editores" (p. 391), "meses de estío sin hastío" (p. 392), "la vocación no admite vacación" (p. 401). No faltan los maliciosos juegos de palabras: "Las feministas de carné y hueso [...] me acusan de ser un viejo verde" (p. 139). O bien: "No hay esposa que, desdoblándose, no termine convertida en par de esposas" (p. 312). Este continuo deleite verbal se traduce a veces en largos períodos sintácticos con abundantes expansiones intercaladas (véanse las cinco líneas que separan sujeto y verbo en p. 217), con enunciados paralelos ("más ocasiones de las que la cortesía puede ignorar, el buen gusto maquillar, la sensibilidad admitir y la voluntad de perdón redimir", p. 170) y otras muestras retóricas que sitúan al prosista por encima del narrador.
No se verán decepcionados quienes busquen en estas páginas la afirmación de un yo independiente y amigo de enfrentarse a la corriente invasora del tópico y de la idée reçue.