La suerte del reseñista viene marcada por el encuentro con una obra donde la realidad y la ficción llegan entrecruzadas y forman un espacio literario auténtico. Si además el libro trata un tema humano complejo, en este caso la vida durante la postguerra española, y la lectura se acompasa, a modo de respiración mental, con la lengua del escritor y el ritmo producido por las frases, las palabras, entonces experimentamos ese nirvana que a veces produce la literatura.
Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), nuestro Philip Roth, ha creado una pieza narrativa excelente, en la que el lector experimentará el poder de la literatura. Y como vivimos un momento histórico en el que los guerrilleros culturales han conseguido sustituir los verdaderos problemas políticos-sociales por ficciones, una novela como la presente devuelve la verdad de la historia de ficción a su lugar, el de la literatura. La fuerza de esta novela reside en el enraizamiento del asunto tratado en la realidad española de los primeros años del franquismo, de noviembre del 1939 a septiembre del 1945, y en el dinamismo verbal que genera un texto original.
La vida en la postguerra es el tema. A diferencia de La colmena (1950) de Camilo José Cela, donde el escritor gallego abordó los silencios y soledades producidos en aquel tiempo, aquí Martínez de Pisón cuenta, explora, los sentimientos, las razones y sinrazones de la conducta de seres condenados a vivir en tiempos de tragedia. Complementa espléndidamente La forja de un rebelde (1951), de Arturo Barea, dedicada a la época del conflicto civil.
[Ignacio Martínez de Pisón: “No deberíamos prestar atención a los manipuladores”]
Los personajes creados, el comunista Eloy y sus camaradas; Valentín, el joven fascista asesino; Basilio, el maestro de juristas, apartado de su cátedra por el oportunismo universitario que aún perdura; Esteban, que acaba matando a su hermano Aníbal; las diversas mujeres, Alicia, Cristina, Gloria, la enamorada de Eloy, casada por conveniencia con Félix para salvar a su padre Basilio, están relacionados por los lazos humanos, por los sentimientos.
Las expresiones de la naturaleza humana, el sexo, la violencia, el amor o el odio, reciben amplio tratamiento, y al mismo tiempo también lo hacen la historia y su repercusión en la vida cotidiana, la represión y barbarie franquistas. Personajes históricos como José Antonio Primo de Rivera, Dionisio Ridruejo, Ramón Serrano Suñer o José Millán-Astray, el fundador de la Legión, aparecen por sus páginas. Ridruejo, quizás el más presente, al que se introduce, y los que le conocimos íntimamente lo sabemos, como falangista de primera hora y un hombre extraordinariamente culto.
El autor explora los sentimientos, las razones y sinrazones de la conducta de seres condenados a vivir en tiempos de tragedia
Destaco dos aspectos de este texto, parte de su médula literaria, que denuncia la crueldad de la represión fascista incapaz de doblegar la fuerza del espíritu. En primer lugar, la riqueza de cultura española moderna que sustenta estas páginas. Los castillos de fuego que se elevan derramando color en la oscuridad del título me recordaron los brazos extendidos al cielo del inocente que cae ante la fusilería napoleónica de Goya, mientras don Basilio, el profesor defenestrado, al que hacen pasar por diversos aros, el de pedir justicia y encontrarse con las espaldas de los discípulos y ex-colegas, es un personaje inspirado en Galdós.
El segundo aspecto digno de subrayar es la fluidez verbal de Martínez de Pisón, su flexible sintaxis, que prescinde de frases encadenadas de preposiciones, relativos y demás, y prefiere el discurso narrativo de yuxtaposición. Un español auténticamente moderno.
Esta novela obliga a repensar la identidad colectiva de los españoles, y pienso cuánto le hubiera gustado a Miguel Delibes y a Mario Camus, porque completa emocionalmente Los santos inocentes.