Se ve que toda la timidez de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) desaparece al escribir, de manera asombrosa y torrencial, novelas del calado de El día de mañana (2004), La buena reputación (2011), Filek (2017), Fin de temporada (2020) o su última obra, Castillos de fuego (Seix Barral). Esta novela, que en estos días sale a la venta, retrata el Madrid de postguerra, en sepia, sangre y traición, de la mano de personajes como un ex comunista convertido en delator y que acaba en la policía, un profesor represaliado al que traicionan sus discípulos, el hermano tullido de un joven encarcelado al que intenta liberar, una joven taquillera que acabará ejerciendo la prostitución…
Ahora, el escritor comenta a El Cultural que este libro de más de setecientas páginas era un proyecto que le iba rondando la cabeza desde hacía tiempo, casi veinte años en realidad. “Sí, me había acercado a ese Madrid en algunos capítulos de Enterrar a los muertos y de Filek, el libro sobre el estafador que engañó a Franco, y también en el guion de Las 13 rosas, así que puede decirse que llevaba dos décadas tratando de familiarizarme con él".
Además, "los seis años que median entre el final de la Guerra Civil y el final de la Segunda Guerra Mundial son fascinantes y, por supuesto, atroces: un Madrid arrasado y hambriento, los vencedores haciendo valer su victoria, la resistencia encarcelada o huida, Franco decidido a aniquilar físicamente a sus adversarios… Aparte de los paréntesis bélicos, no ha habido en la historia de España una época tan salvaje y tan violenta, en la que la vida y la dignidad del ser humano valieran tan poco. ¿Cómo no escribir una novela sobre ese Madrid, que en general ha merecido muy poca atención por parte de los novelistas?”
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Pregunta. Castillos de fuego es una novela coral con varios protagonistas misteriosamente relacionados. ¿Siempre tuvo clara la estructura, y que no quería que hubiera un único gran protagonista?
Respuesta. Sí, quería que compartieran protagonismo personajes de muy diversos grupos sociales. Gente corriente cuyos destinos se entretejen como en la vida real, como en cualquier ciudad. Yo sabía que combinar esos destinos saldría de forma natural y que lo importante era la labor previa de construcción de los personajes: el excomunista que trata de redimir su pasado, el profesor universitario que está a punto de ser depurado, las chicas que quieren luchar contra el régimen pero no saben cómo, el joven que intenta salvar a su hermano mayor de una condena a muerte… Todos ellos arrastran un conflicto que les viene impuesto por el destino colectivo, y en realidad ninguno de ellos llega a tener las riendas de su propia vida. Son gente normal enfrentada a circunstancias extraordinarias.
P. ¿En los momentos de zozobra se pierde/perdemos sin remedio, en general, el sentido de la moral? ¿Todo vale por continuar viviendo? ¿A qué precio?
R. A los derrotados de 1939 que consiguieron sortear el paredón de fusilamiento, el exilio y la cárcel no les quedaba otra opción que luchar por sobrevivir en un medio hostil, con frecuencia al precio de sufrir humillaciones y comprometer la propia dignidad. En aquella España de excautivos, excombatientes, caídos por Dios y por la patria, etcétera, cualquiera que no hubiera contribuido inequívocamente a la victoria era considerado un enemigo del régimen. No había medias tintas. Los tibios estaban excluidos del festín de los vencedores.
P. ¿Es, como parece, su obra más ambiciosa?
R. Al menos, es una de mis novelas más extensas, incluso más que La buena reputación, que tenía seiscientas y pico páginas. Yo, que empecé como escritor de relatos breves, me he acabado aficionando a las novelas largas, llenas de historias y de personajes diferentes.
P. ¿Qué significa en el conjunto de su obra, en qué medida la complementa o perfecciona?
R. Hay quien dice que con mis novelas estoy haciendo un mosaico del siglo XX español. Esta novela sería una nueva tesela en ese mosaico. Una tesela creo que importante: si no sabemos lo que pasó en esos primeros años de la posguerra no podremos entender lo que ocurrió después.
"Si no sabemos lo que pasó en esos primeros años de la posguerra, no podremos entender lo que ocurrió después"
P. En el libro hay personajes de muy distintas cataduras morales. También encontramos personajes solidarios, acobardados, temerarios. ¿Con qué personaje, si es que hay alguno, se identifica más, a quién le ha regalado más de sí mismo?
R. No es esta una novela de ideas. No hay ningún personaje que ejerza de portavoz. Pero es cierto que no resulta difícil identificarse con algunos personajes. Por ejemplo, con Cristina, que querría vivir en otro país o en otra época, sin tener que elegir entre doblegarse a la dictadura o dar la vida por luchar contra ella. Vivir, en definitiva, como se vive en una democracia.
P. ¿Por qué, casi 90 años después, nuestra guerra civil sigue siendo una herida abierta? ¿Qué hace falta para que acabe de cerrarse?
R. Falta un relato común, compartido por la mayoría de la sociedad, en el que ninguna de las dos partes ponga en duda el sufrimiento de la otra. Hay muchos y muy buenos historiadores que llevan décadas trabajando en esa dirección. Es a ellos a los que hay que prestar atención, y no a los manipuladores habituales, que ven la Historia como un bufé libre en el que puedes coger solo lo que te gusta y en las cantidades que te apetezcan.
“Nos falta un relato común de nuestra guerra civil en el que ninguna de las dos partes ponga en duda el sufrimiento de la otra”
P. De todas formas, ¿por qué duró tanto el franquismo?
R. Durante la Segunda Guerra Mundial, Franco hacía equilibrios que tenían como objetivo la supervivencia del régimen, y sin embargo, allá por 1944, no parecía improbable que los aliados liberaran España como estaban liberando Francia o Italia. Pero las cosas de la geopolítica cambiaban con rapidez. En el umbral de la Guerra Fría, el anticomunismo de Franco fue lo que le acabó favoreciendo.
P. ¿Cree que a los autores más jóvenes les interesa nuestra guerra civil, que entienden hasta qué punto marcó la España contemporánea o también en este tema comienza a extenderse el olvido?
R. Como tema literario, la guerra civil es y seguirá siendo apasionante. Pero es verdad que en un futuro podría dejar de interesar a los novelistas, como ocurre ahora con las guerras carlistas. ¿Quién sabe? Pero en este libro no me he centrado en la guerra sino en la primera posguerra, una época en la que, en Europa, la democracia parlamentaria estuvo a punto de morir asfixiada bajo el peso de los totalitarismos. Esa deriva de algunas sociedades hacia el autoritarismo es algo muy actual y por desgracia lo seguirá siendo.
"En el umbral de la Guerra Fría, el anticomunismo de Franco fue lo que le acabó favoreciendo"
P. ¿Cómo valora usted, pasados ya casi cincuenta años de la muerte de Franco, la Transición, tienen razón sus detractores?
R. Que en unas circunstancias como aquellas los españoles acabaran resolviendo sus diferencias mediante el diálogo es algo que siempre tendremos que celebrar. Con todos sus defectos y limitaciones, la Transición es lo que nos ha permitido vivir estos cuarenta y tantos últimos años en paz y democracia. Otra cosa es que muchos de los que ahora se presentan como grandes paladines de la Transición en aquel momento eran los más reticentes a cualquier cambio.
P. ¿Qué fue de aquellos sueños de entonces, de esa revolución inminente que algunos esperaban?
R. Las revoluciones son para los amantes de la épica, que es la forma en que tradicionalmente los literatos han celebrado el derramamiento de sangre. Quitarle épica a la vida nos hace mejores ciudadanos.
"Los que ahora se presentan como grandes paladines de la Transición en aquel momento eran los más reticentes"
P. ¿Y de la literatura de aquellos tiempos, tan experimental?
R. Yo llevo casi cuarenta años publicando novelas y siempre me he considerado un narrador. Pero eso, que ahora es lo normal, entonces era casi una rareza. Lo normal era dar por muerta la narración y, por supuesto, abjurar de la tradición realista. ¡Con lo bien que se está en compañía de los grandes del realismo, a los que, siglo y medio después, puedes volver para comprobar lo poco que han envejecido!
P. ¿Qué opinión le merece el auge de la autoficción? Porque su novela es una apuesta por la narración de siempre, pura y dura, sin referencias íntimas…
R. Me gusta mucho la literatura autobiográfica porque me interesan las vidas de los demás. Pero mi vida no es precisamente apasionante, así que prefiero contar historias que nunca me han pasado ni podrían pasarme.