“Una Europa en miniatura”. Es la síntesis que propone el historiador Karl Schlögel para definir Ucrania, un país que hasta ahora “había permanecido fuera de los focos”. Schlögel lamenta que haya sido “necesaria una guerra para que se prestara atención” a este territorio en el que conviven distintas etnias y lenguas desde la caída de la Unión Soviética. La idiosincrasia de estas ocho ciudades ilustra el heterogéneo panorama a través de su historia cultural y su fisonomía.
Es preciso apuntar que este libro fue publicado en 2015, inmediatamente después de la guerra del Dombás. En plena incertidumbre por el futuro del país, hoy ve la luz con una oportuna edición revisada. El autor no se conforma con la descripción de los espacios y los hechos que allí acontecieron. En estas semblanzas subyace una voluntad de derribar tópicos sobre los ucranianos como “nacionalistas y antisemitas”.
Para Schlögel, fue innegociable la presencia física en las ciudades. En Kiev, el historiador advierte que “la gente conduce muy deprisa”. En Odesa, “ha dejado de ser un icono en el siglo XXI” la escalinata Potemkin, donde Eisenstein rodó una de las secuencias más famosas de la historia del cine.
En el capítulo “Paseo en Yalta”, ciudad de la República de Crimea, cuenta Schlögel que esta península anexionada por Rusia perteneció a Ucrania desde 1954... “pero los paisajes de ensueño son más estables que los Estados”. Járkov, capital del país a comienzos del siglo XX y ciudad en la que se fabricó el primer reactor nuclear del mundo, ha sido históricamente vilipendiada. En la II Guerra Mundial, dos tercios de los edificios fueron destruidos y la población pasó de un millón y medio de personas a 190.000. Esplendor y decadencia. Una historia fascinante.