Karl Schlögel

Traducción de José Aníbal Campo. Acantilado. Barcelona, 2014. 1008 páginas, 45E

Cuando el crítico tiene el privilegio de enfrentarse a un libro como este siente el deber -y la satisfacción- de consignar desde la primera línea el reconocimiento y rendido tributo que se deben prestar a obras de estas características. Mil páginas de texto (de las cuales, cerca de 150 son de notas y bibliografía en letra pequeña) hablan bien a las claras de la ambición del trabajo del profesor Karl Schlögel (Allgäu, 1948), si nos fijamos en los aspectos cuantitativos. Más impresionante empero es la dimensión cualitativa de la obra, porque lo que el investigador alemán se propone hacer aquí es nada menos que un fresco panorámico y al tiempo pormenorizado de lo que era la capital soviética en el funesto año de 1937.



Recordemos para los menos versados en los acontecimientos históricos que la fecha citada se inscribe en la ejecutoria de la URSS con todos los merecimientos como un hito espectacular en su densa trayectoria de purgas internas, persecuciones, ajusticiamientos sumarios y horrores de toda clase y condición. 1937 es uno de los peores años del peor siglo de toda la historia rusa: es el momento en el que se desencadena uno de los más vastos movimientos de represión interna de la historia universal contemporánea. Dos millones de personas son detenidas, torturadas, encarceladas, represaliadas, deportadas o ejecutadas en una siniestra oleada de depuración que no dejó literalmente títere con cabeza. Tan siniestra como sistemática, bien planificada y llevada a término con un celo digno de mejor causa. Se instaló un estado de terror como nunca antes se había conocido en la historia.



No es que temblaran los opositores, los disidentes o los menos convencidos. Es que hasta los adictos e incluso los más fanáticos miembros del partido y la administración se hallaban en el punto de mira. Las razones de todo ello son lo más difícil de establecer porque un movimiento de esa naturaleza jamás podrá explicarse de modo totalmente satisfactorio. ¿La paranoia de Stalin? ¿La propia dinámica de un régimen que se había construido sobre el uso sistemático del terror y se sostenía gracias a él?



Ni siquiera tras la lectura del volumen de Schlögel podemos decir que haya una respuesta unívoca. El caso es que todos eran sospechosos. Todos eran culpables en potencia y el simple expediente de la visita policial los convertía en culpables en acto, es decir, en traidores a la causa del socialismo. Merecedores por ello mismo de la muerte, como reconocían los propios reos después de unos interrogatorios y unos procesos que asombraron al mundo entero.



El gran mérito del libro de Scholögel es que no se queda en la investigación y la documentación de esa gran oleada de terror. Su mirada es omnicomprensiva. Considera que para entender y explicar una monstruosidad de ese tipo no es posible quedarse en el hecho estricto de la represión sino encuadrarla en un marco mucho más amplio. Al fin y al cabo, Moscú, la ciudad que es el epicentro de ese terremoto sangriento, no es a esas alturas un lugar mísero, sombrío y destartalado sino todo lo contrario, una urbe moderna que vive una expansión sin precedentes, que se moderniza con rascacielos, el metro y nuevas comunicaciones, que tiene una intensa vida cultural y que se engalana hasta el punto de convertirse de puertas afueras en una de las ciudades más atractivas del mundo en ese momento histórico.



En esa ciudad aparentemente deslumbrante -mejor dicho, en la otra ciudad que se esconde tras ella, en sus mazmorras, pasadizos y cárceles secretas- es donde tienen lugar las sevicias, las delaciones, las confesiones falsas... Terror en estado puro. Pero, como dice el título del libro, terror y utopía. Simultáneos e imbricados.



No es extraño por ello que el centro del terror soviético, el lugar emblemático de Moscú, la Plaza Roja, sea a la vez "lugar de celebraciones y patíbulo". También las sociedades pueden enloquecer, sugiere al fin Schlögel. "Y sin esa locura de toda una sociedad no habría existido el año 1937" (p. 517). Por cierto, si hay reediciones, que alguien subsane por favor ese "De echo" que hiere la vista en la p. 853.