A los lectores de Álvaro Pombo (Santander, 1939) les resultará familiar su nueva novela, Santander, 1936. En ella irán encontrando el mosaico de sus consabidos asuntos: la burguesía acomodada decadente, la religión y el catolicismo, debates doctrinales o el ambiente santanderino.
También sigue vigente aquella inquietud seminal del escritor, la falta de sustancia. Incluso, en una dimensión amplia del libro como parábola histórica, hallamos una notable coincidencia: se hacen frecuentes referencias a un personaje principal de La cuadratura del círculo, Bernardo de Claraval. En alguna medida, Pombo reescribe esta magnífica novela del belicoso monje cruzado por cuanto el convulso tiempo político y religioso de la alta Edad Media tiene paralelismo en los agitados años de la II República y la guerra civil.
Mantiene Pombo, asimismo, sus querencias estilísticas, esos juegos verbales y conceptuales tan suyos, aunque se aprecia un gran cambio: aquí los somete a una estricta disciplina y menudean mucho menos de lo habitual.
Para abordar el indicado bucle de motivos, Pombo dispone una composición muy clara, lineal, convencional, sin recursos estructurales llamativos; una novela un tanto galdosiana en lo ambiental en la que combina psicologismo y pensamiento. Santander, 1936 es una novela de personaje cuyo foco se pone en un joven, Álvaro Pombo Celler, tío carnal del propio autor, con especial atención a sus andanzas, a los 17 años, a lo largo de 1936 y hasta su asesinato a finales de esta fecha.
El análisis del personaje remite a un paradigma narrativo bien conocido: se trata de un relato de formación política y sentimental. En síntesis, Álvaro encarna los impulsos morales, intelectuales e ideológicos que llevan a un muchacho apocado y a la vez audaz a hacer suya la mística violenta y poética joseantoniana y a afiliarse a Falange Española en 1934, poco después de la fundación del partido fascista.
Al mismo tiempo tenemos una novela familiar. Pombo dedica minuciosa atención al entorno de Álvaro. La parte del león se la lleva el padre del chico, Cayo Pombo Ibarra, y se complementa con referencias a la madre separada, que hace vida por libre en Francia, con alusiones al hermano, ajeno a las vicisitudes de sus parientes, con noticias del tío paterno monárquico y con apuntes sobre las personas del servicio doméstico, integradas en el círculo de la familia.
Todo está supeditado al panorama histórico, pero los personajes resultan decisivos para sustentarlo con verdad humana
No se trata de un retrato de grupo costumbrista. Los Pombo y allegados suponen una inspirada ideación narrativa –con independencia de la realidad biográfica e histórica que pueda sustentarla– para dar cauce a los múltiples motivos vinculados con este círculo de personajes. Por su mediación, recrea Pombo con mano maestra un asunto fundamental del libro: la idiosincrasia de la alta burguesía provincial de anteguerra. Con plasticidad rescata el ambiente de época, la estancia estival de los Reyes en el palacio de la Magdalena y los cambios sucedidos al proclamarse la República.
La estampa recoge un buen número de hechos significativos: la agitación social propiciada por el nuevo tiempo; la violencia de los enfrentamientos entre izquierda y fascistas; la quiebra de antiguas relaciones (Álvaro y el Tote, su amigo de infancia) y el impacto de la enrevesada situación en la vida común (el odio al señorito del novio de la criada, Elena).
Sobre todas estas cuestiones sobresale el gran conflicto ideológico del momento, incrustado en el núcleo familiar: el desentendimiento político de padre e hijo. El republicano Cayo, seguidor de Azaña, aprecia las novedades sociales y culturales traídas por el régimen que ha clausurado la monarquía. Álvaro milita, como he dicho, en la Falange. Sendas posturas antitéticas parecen llamar a un relato maniqueo, de irreconciliable resolución. El gran acierto de Pombo está en plantear la disparidad de forma dialéctica, como un debate, con un desarrollo reflexivo que no tiene miedo de llevar la narración a lo discursivo.
Quizás incurre el autor en algún exceso al intelectualizar la confrontación y al darle una densidad argumentativa de índole filosófica, lo cual produce conversaciones en demasía antinaturalistas. No me resulta del todo verosímil que padre e hijo hablen en la intimidad hogareña del modo como lo hacen. Pero la reserva por la falta de espontaneidad coloquial se atenúa por la carga emotiva con que se aureola la relación paterno-filial.
El retrato íntimo de ambos es magistral. Pombo distribuye las dosis exactas de cariño, ternura, comprensión, desvalimiento, dolor por la enfermedad y desconsuelo por la muerte para crear dos personajes de extraordinaria densidad y hondura, de esos que siguen acompañando al lector cuando ha terminado la trágica peripecia argumental.
Esta capacidad para indagar en las conciencias es uno de los grandes méritos de Santander, 1936. Todo está supeditado al panorama histórico, pero los personajes resultan decisivos para sustentarlo con verdad humana. Pombo los muestra con un admirable despliegue de matices psicológicos. Delicadísima es la relación entre Álvaro y Elena, base de una entrañable historia de amor. Las reacciones del novio de Elena y del Tote penetran en el conflicto de clase. Observación moral profunda revela la afinidad de Álvaro con Wences, el maestro con quien comparte desventura en el buque-prisión republicano. La excéntrica madre de Álvaro condensa un tipo representativo de ciertas actitudes de época. La agudeza en el retrato alcanza a figuras complementarias, como el chófer de Cayo.
Este variado despliegue de almas le proporciona al libro la enjundia humana sobre la que se levanta una vivaz novela histórica. Pombo hace que discurran por ella personas zarandeadas por un vendaval político, por una revolución en curso y aún sin decidir entre sus extremos incompatibles. Esos destinos inciertos se inscriben en una sólida trama realista, bien sea por recuerdos familiares juveniles del propio Pombo, bien por la amplia y atinada documentación que maneja. Pero sobre el pasado actúa desde el presente un narrador implicado que valora los sucesos sin ocultarlo.
En última instancia, el octogenario Pombo viaja al ayer, el de su clase social y de la historia, y consigue, con brío de plenitud creativa, sin concesiones al jugueteo narrativo en que ha incurrido en ocasiones, que esta novela de la memoria tan intelectual como emotiva sea una de sus obras capitales.