Hace un par de años que Álvaro Pombo (Santander, 1939) convive con un gato negro parido debajo de un puente que responde a dos nombres, Rudyard, como el autor de El libro de la selva, “porque es un gato elegante, un poco victoriano y siempre de negro hasta los pies vestido” y Barraquito, en honor, explica, al “barraquito de honor que García Lorca daba a quienes colaboraban con La Barraca, porque es a la vez un felino en parte callejero y asilvestrado, salta, muerde…”. Con los ojos de este animal que ha transmutado en personaje, el escritor narra en El destino de un gato común (Destino) una de sus clásicas historias donde elaborados personajes, incisivas emociones y ciudades atmósferas morales funcionan como arañazos.
El paso del tiempo y la asunción de la vejez, el rol de la nueva mujer, el significado de la felicidad y nuestra manera de asumir responsabilidad y culpa son el núcleo de la historia de tres generaciones familiares que se entrelazan entre la incomunicación y el amor, como suele ocurrir en la narrativa de Pombo, que, aunque ya dueño de un estilo inconfundible se considera un simple vicario de la realidad de la vida. “No soy un sociólogo, sino un simple narrador. Se tiene que llegar, como yo, a los 80 y pico años para ser un pleno observador de la vida. Y a pesar de los achaques, compensa”.
Pregunta. Rudyard-Barraquito es desde el título el eje de la novela, ¿por qué incluye a su gato en esta historia? ¿Cómo nació la idea?
Respuesta. Ciertamente, la idea nace por el gato. La trama principal gira en torno a un coronel jubilado, un octogenario más o menos de mi edad, que debe hacerse cargo de su nieto Nicolás. Al abuelo le regalan un gato y me pareció divertido hacer la narración presidida por una idea rilkeana, una idea de la inocencia del animal doméstico. Más allá de los giros de la trama, la inocencia está en ese animal que ve con los ojos lo abierto, como decía Rilke en la Octava elegía. Y también en el niño, que a sus diez años ve también el mundo abierto. Quería explorar esa inocencia rilkeana, ese estado preternatural, que casi se pierde con solo pensarlo. Como quieras ser inocente ya no lo eres, de ahí el gato.
P. Buena parte de la trama se centra la convivencia de dos generaciones casi opuestas, nieto y abuelo, ¿qué buscaba plasmar con este contraste?
R. Me interesaba mucho el contraste entre una generación muy joven, que empieza, y el abuelo viejo, ya jubilado, un un hombre reflexivo, que está llegando al final de su vida. He escrito muchas novelas dando vueltas a la responsabilidad y la culpabilidad y quería eliminar ese paso intermedio en el que exista la culpa directa y pasemos a otra cosa. Para el anciano, el niño es su oportunidad de ser el padre que nunca fue, algo para su propio hijo, el padre del niño, ya no puede ser.
P. En este sentido, ¿nunca es posible el entendimiento absoluto entre generaciones consecutivas, entre padres e hijos?
R. Posible quizá sea, pero también mucho más complejo, porque en la vida uno no puede atender muchas veces a los hijos. Nos falta el tiempo y nos sobran las obligaciones, la vorágine del día a día, del trabajo…es complicado. Sin embargo, en la vejez se vive más atentamente, más alerta, que cuando uno está envuelto en los negocios del mundo. Se puede entrar en una fase de benevolencia. Algo que yo siempre he buscado para mí mismo, aunque no sé si la he conseguido.
"En la vejez se vive más atentamente, más alerta, que cuando uno está envuelto en los negocios del mundo"
P. ¿Le hubiera gustado ser abuelo?
R. No, no particularmente. Yo creo que al final de la vida ya me gusta ser lo que he llegado a ser, estoy contento más o menos. Hombre, he tenido una vida con mis limitaciones. Pero esa posibilidad ni siquiera me la he planteado muy en serio. Lo que sí me gusta es la figura del abuelo, la idea de cómo se mide la vejez en un momento en que ésta se arrumba en los hospitales y las residencias. Me gusta pensar en una vejez que todavía se mantiene viva y útil. Y hay mucha gente así ahora, cada vez más.
¿Es posible la felicidad?
P. Siempre ha dedicado mucho espacio en sus novelas a las mujeres y a su evolución en la sociedad, tema que aborda también aquí. ¿Cómo ve el papel de la mujer hoy?
R. Creo que el feminismo puede ser un inconveniente para las mujeres porque en ocasiones fuerza actitudes y papeles, como ocurría en otras épocas. Hay que tener cuidado con los roles que nos hacen tomar en la vida. Hubo un tiempo, por ejemplo, durante el franquismo, en el que la mujer tenía que ser madre, lo cual era nocivo porque se forzaba muchas veces y se acababa convirtiendo a la mujer en una esclava de los hijos. En este sentido me gusta más esta nueva situación de independencia, siempre relativa, como todo lo humano, pero también con otros peligros.
P. También ha ahondado mucho en el análisis de la clase media, desde las buenas familias de antaño hasta ese difuso grupo de la gente acomodada de hoy, ¿está en desaparición?
R. He trabajado sobre eso más que sobre otras cosas porque es un mundo que me es cercano y familiar. Mi mundo narrativo está plagado de personajes que vienen de uno análogo al mío, dentro de que soy una persona soltera, solitaria y más mayor. Casi cualquier mundo sirve para expresar un montón de cosas, pero yo he elegido este. Sin embargo, más allá de narrarlo no me veo vertiendo una opinión. Los novelistas no tenemos grandes intenciones de definir cosas, de decir cómo tienen que ser la sociedad y las personas. Simplemente construyo personajes que me parecen buenos y verosímiles y voy narrando qué sienten y piensan. A lo largo ya de muchos libros, la verdad.
"No creo mucho en la búsqueda de la felicidad, si no en tener una vida llevadera e inteligente, humorística, bien aprovechada"
P. Especula mucho en la novela sobre la felicidad, las distintas felicidades y cómo nos las entorpecemos nosotros mismos. ¿Dinamitar ciertas convenciones y expectativas sociales, esa moral burguesa, es imprescindible para ser felices? ¿Cuál es hoy para usted la felicidad?
R. Imprescindible pienso que no. Depende. Por ejemplo, el coronel fue un militar español con todas las letras y fue feliz a su manera siendo siempre un hombre dentro del establishment. En el caso de su hijo sí hizo falta. La felicidad, de poderse alcanzar alguna cosa parecida a eso, es una especie de autoconciencia, algo interior. De nuevo, si se piensa mucho desaparece, requiere una gran dosis de combinar la conciencia con una especie de vivir la inconsciencia. En cuanto a mí, escribir es un trabajo muy absorbente y muy autosuficiente. Bebes de ti mismo en su mayor parte, es una especie de vida completa. Yo no creo mucho en la búsqueda de la felicidad, si no en tener una vida llevadera e inteligente, humorística, bien aprovechada. Vida bien despedida, que decía Juan Ramón.
El futuro innumerable
P. Mezcla profundas reflexiones sobre casi todo con un tono humorístico y desenfadado plagado de bromas, ocurrencias anecdóticas e ingeniosidades lingüísticas. ¿Es el humor clave para hablar de las cosas serias de la vida?
R. Sin ninguna duda, pero no solo en la literatura. El humor, un cierto grado de distanciamiento de la terribilidad del yo, es clave para vivir nuestra vida. Además, es un resumen de una serie de virtudes: la paciencia, la concentración de la realidad, el aguante, el esfuerzo por entender a otras personas y al mundo, la tolerancia…
"El humor, un cierto grado de distanciamiento de la terribilidad del yo, es clave no sólo en literatura, sino para vivir nuestra vida"
P. El paso del tiempo es otra de sus obsesiones, como le ocurre al coronel, que no puede evitar pensar en el futuro, aunque lo vea con cierta ironía… ¿Llega un momento en que el futuro no se plantea o siempre mira uno hacia delante de algún modo?
R. No, siempre es inevitable. Incluso a mi edad, uno nunca deja de pensar en el futuro, y el futuro nos angustia a todos. Pienso en cómo seré dentro de diez años, si un manojo de achaques o estaré criando malvas. El asunto es saber todas esas zozobras que nos angustian porque el futuro es una apertura. Gracias a él podemos hacer planes y estar vivos. Dice Rilke: “Ni la niñez ni el futuro menguan. El existir innumerable me brota del corazón”. Ese existir innumerable es la existencia concreta del individuo, que, como el futuro, es innumerable hasta la muerte.
P. Habla de la memoria como algo que es enojoso reproducir, pues nunca acierta a recrear la verdad que uno tiene en su interior. ¿Cómo es la convivencia con nuestro pasado lejano, cuando ya no somos esas personas?
R. Es curioso, porque como dices, sí, eres el mismo sujeto, pero a la vez no lo eres. Decía Jorge Guillén que la memoria es fuerza que nos hace ver lo que perdura de nosotros mismos. Pero a la vez yo creo que es una especie de continua sorpresa, pues nos encontramos en el pasado a nosotros mismos, nos descubrimos en medio de este presente continuo en el que vivimos. Ese ahora siempre inaprensible, siempre en movimiento, que está lleno de interés, pero a la vez, inevitablemente siempre lleno de recuerdos.
P. Hace unos meses comentaba estar ya embarcado en una nueva novela, de la que había escrito más de 200 páginas, y en la que habrá alguna referencia a la crisis del coronavirus. ¿Cómo lo lleva?
R. Pues ya está lista. Esa y otra más. Se me acumulan las novelas porque nadie compra ya libros hoy en día y no se pueden sacar dos o tres al año. Hace unos días acabo de terminar una que se llama El exclaustrado, que trata sobre hombre que tenía vocación religiosa de monje, pero tras muchos años sale del monasterio y continúa viviendo una especia de vida conventual, pero él solo. Y hablo de eso que he hablado tantas veces, si es posible creer en Dios estando aislado, de la experiencia religiosa… A la que tú te refieres, que ya tienen en Destino, es una especie de continuación de esta misma, con los mismos personajes, ambientada sí, en estos meses de pandemia. Y, habla, como se titulaba aquel libro antiguo, de la continuación de la vida. Es muy interesante la idea de que la vida continúa: los niños crecen, los viejos envejecen más, los matrimonios se quieren o se destruyen… Hay, en definitiva, una continuación de la vida que es muy interesante observar y escribir, aunque sea en el mundo de ficción en el que yo vivo.