Madrid otoñea la mañana en la que visitamos a Juan José Millás, en uno de los barrios más tranquilos, arbolados y “caprichosos” de Madrid. Hemos quedado en su casa, y en los alrededores se respira un aire como de extraña lejanía de la ciudad. Estamos a espaldas de la M40, y la gente pasea al perro o corre en mallas, mientras enfrente de la casa del escritor una bandada de alumnos se derrama por los alrededores entre risas. Subimos al altillo donde trabaja, un espacio atestado de libros como si de la tienda de un ropavejero se tratara.
Muy delgado, Millás está ahora más de actualidad que nunca: tiene en las listas de los más vendidos dos libros coescritos con Juan Luis Arsuaga (La vida contada por un sapiens a un neandertal y La muerte contada por un sapiens...), una obra de teatro en cartel (Miércoles que parecen jueves), la película Desde las sombras, basada en su novela No mires a los ojos, y sigue colaborando en radio y prensa.
Su actividad mueve al asombro, pero él explica que madruga “desde siempre” y que dedica las mañanas a escribir y las tardes a leer porque “por la mañana me encuentro más despejado, como más limpio. La tarde es buena para leer, aunque siempre con un cuaderno de notas al lado, porque a menudo la lectura me sugiere futuros artículos. Por la mañana escribo en el ordenador y a veces por la tarde en el cuaderno a mano, para no perder el vicio del bolígrafo”, explica.
[Juan José Millás, a punta de pistola con un monólogo delirante]
Pregunta. ¿Qué ganan y qué pierden sus novelas al llegar a la gran pantalla?
Respuesta. Bueno, son sistemas de significación distintos, y tienen sus propios códigos. Que mis novelas ganen o que pierdan depende del ingenio del guionista y del talento del director. Yo hasta ahora no había tenido buenas experiencias con el cine, pese a que me gusta mucho y pese a que, además, las relaciones entre cine y literatura son muy antiguas y fructíferas. En todo caso, trasladar una obra literaria al cine es complicado porque es casi como convertir una novela en un cuento, pero es difícil saber qué puedes podar de una novela para que no sufran sus vigas maestras. La dificultad es esa, coger una estructura novelesca y convertirla en la estructura de un cuento, que es como convertir un edificio grande en una habitación pequeña. Hasta ahora no había tenido suerte, pero en esta ocasión estoy muy satisfecho, me gustó mucho el guion y la película de Félix Viscarret me parece excelente.
“Con el tiempo he aprendido a fingir que me parece normal que se rían con mis escritos. Y sigo fingiendo”
P. ¿Y sigue yendo a las salas de cine o se ha hecho asiduo a las plataformas?
R. Hasta la pandemia he ido religiosamente a las salas de cine todos los viernes de mi vida, como el que iba a misa de doce los domingos. Pero con el confinamiento me acostumbré a verlo en las plataformas de televisión y, como le ha pasado a mucha gente, me está costando volver a las salas, he perdido un hábito que me está costando recuperar.
P. ¿Cómo surge la obra de teatro Miércoles que parecen jueves?
R. Yo llevaba mucho tiempo hablando con Clara Sanchis de hacer algo para ella porque es una actriz muy versátil, con muchísimos registros, que me gusta muchísimo. Teníamos un texto base que me gustaba, pero no veía el modo de traspasárselo a un personaje encarnado por ella. Y un día, charlando con ella, me dijo que lo que le gustaría sería salir a escena diciendo “Soy Juan José Millás”. Y de repente esa frase me colocó; lo único que tuve que hacer fue revisar el texto, meter esa frase, hacer los ajustes al texto y ya estaba la obra terminada. Esto ocurre también con las novelas, y es muy misterioso.
P. Siempre se le relaciona con el humor, kafkiano o no, pero ¿realmente vivimos en una época que mueve a la risa, amarga o no?
R. Bueno, si en mi obra hay humor, es un efecto secundario o colateral de mi modo de acercarme a la realidad, es decir, yo soy un usuario del pensamiento paradójico y de la ironía, y eso como efecto secundario puede provocar la risa, pero yo la no busco. Es más, al principio, cuando era más joven y me decían que se habían reído con uno de mis artículos, me quedaba sorprendido, y pensaba para mis adentros: “Pues no sé de qué se ríe usted, porque esto es muy serio”. Con el tiempo he aprendido a fingir que me parece normal. Y sigo fingiendo, porque sigo sin saber de qué se ríen.
P. Volviendo a los libros coescritos con Arsuaga, ¿cómo nació la idea de hablar de la vida y de la muerte utilizando a los neandertales como excusa?
R. Bueno, todo empezó hace cinco o seis años, cuando fui a presentar una novela al Museo de la Evolución en Burgos. Allí conocí a Arsuaga, que me enseñó el museo y las excavaciones, y me lo explicó tan bien que me quedé fascinado por su discurso oral, que era muy seductor. Por otra parte, aquella visita me impresionó mucho porque me pareció que aquellas personas que habían vivido allí, hacía 300.000 años, estaban muy cerca de mis preocupaciones. Me identifiqué tanto que cuando volví a casa sentí que había estado visitando a mis abuelos, porque aquella gente me explicaba mi vida mejor que mis abuelos biológicos, y me quedé con la obsesión de escribir algo sobre esta experiencia.
“Cuando volví a casa tras conocer las excavaciones de Atapuerca sentí que había visitado a mis abuelos”
P. Pero no lo hizo, al menos solo.
R. No, empecé a documentarme hasta que me di cuenta de que no tenía ni tiempo para documentarme de todas las investigaciones, ni capacidad intelectual para leer todo lo escrito ni para preparar algo que no sabía entonces qué sería, si una novela o un ensayo. Pero seguía sintiendo la necesidad de contar eso y de seguir investigando en el tema.
P. ¿Y cuándo entra Arsuaga en el proyecto?
R. Bueno, pasaron dos o tres años, escribí otra novela y Arsuaga me invitó a presentarla en el Museo de la Evolución. Yo ya había fantaseado con la idea de proponerle a Arsuaga esta colaboración, pero la cosa se había quedado en una fantasía. Ese día comimos juntos y en esa comida la conversación iba muy bien, nos entendíamos perfectamente de manera que en el segundo plato le dije que creía que juntos podríamos hacer algo muy interesante “porque cuando me cuentas las cosas las entiendo, y me gustaría escribirlas de este modo, me gustaría llevar a a la escritura este discurso oral que es tan didáctico, tan sugestivo, tan narrativo también”.
»Y bueno, a él le pareció bien, quedamos en hacer un par de salidas juntos, fuimos al Valle de los Neandertales y a otros sitios,y cuando llegó el verano, él se fue a sus excavaciones y yo me fui a Asturias, que es donde paso el verano. Allí escribí un par de capítulos con ese par de primeras experiencias, y se lo envié a Arsuaga pensando en que, si le gustaba, había posibilidades de seguir adelante, y si no, se terminaba todo. Pero me contestó con entusiasmo diciendo que le gustaba mucho, que siguiéramos... Nos encontramos en otoño y allí surgió la idea de La vida contada por un sapiens a un neandertal.
P. ¿Habrá un tercer volumen?
R. Sí, siempre pensamos en que fuese una trilogía: La vida, adoptando yo el papel del neandertal; luego, la vejez y la muerte, y el tercero, que es en el que estamos empezando a trabajar ahora, sobre la conciencia preterida de la muerte. Este me interesa muchísimo, ahora en que tanto se habla de Inteligencia Artificial. Sobre todo me interesa mucho saber del momento en que aparece la conciencia.
P. ¿Por qué?
R. Porque, de entre todos los miles o millones de especies de seres vivos que hay en el planeta, la única que sabe que se va a morir somos nosotros, y eso es una singularidad brutal. Y una de las cosas que más me llamó la atención del viaje a Atapuerca fue cuando pude vislumbrar aquellos momentos en los que, en una tribu, se muere el abuelo, y en lugar de comérselo, lo entierran y ponen una piedra encima, es decir, cuando aparece el pensamiento simbólico. Ese instante de la humanidad en el que, como un rayo, aparece el pensamiento simbólico me fascina porque yo he sentido que ha aparecido en mí en alguna época de mi vida. Recuerdo de manera difusa el asombro que me produjo pasar de la literalidad con la que el niño entiende la realidad al simbolismo, y ese momento-frontera fue brutal.
P. Entonces, ¿le interesa, le preocupa, le obsesiona quizás la muerte?
R. Bueno, me preocupa en la medida en que sé que me voy a morir, porque la muerte forma parte de la vida, pero procuro no darle demasiada importancia. Y suelo decir, un poco en broma y un poco en serio, cuando salimos Arsuaga y yo a presentar el libro, que algo que le ocurre a todo el mundo, como la muerte, tiene que ser muy banal. La muerte sería muy interesante si le ocurriera solo a uno, de vez en cuando.
“No sé cómo veremos a los chicos que tiran sopa dentro de 15 años, cuando el cambio climático sea irreversible”
P. Por cierto, Arsuaga dice que usted le ha robado su soledad....
R. Sí, eso dice, Cuando terminamos el primer libro se fue de viaje y cuando veía un paisaje me echaba de menos para contármelo porque tiene una compulsión enseñante brutal, y yo soy un alumno compulsivo también, o al menos puedo transformarme en ese alumno que no para hasta que no entiende algo, es decir, un alumno tozudo pero atento.
P. Publicó su primera novela, Cerbero son las sombras, en 1974, vísperas de la Transición. ¿Cómo la valora ahora?
R. Mi visión ha ido cambiando. En su momento fui muy crítico, porque me parecía que en cierto modo la hacíamos con una pistola en la sien, es decir, que gente que había estado muy implicada en el franquismo se iba de rositas. Como aquí no hubo un juicio al franquismo, la Transición estuvo llena de vacíos de justicia. Ahora bien, pasado el tiempo uno trata de ser justo y acepta que no se pudo hacer de otro modo, que quizá intentar llevarla a cabo de un modo más justiciero hubiera impedido alcanzar la democracia, como se demostró en el 23 F.
“Fui muy crítico con la Transición, porque estuvo llena de vacíos de justicia, pero no se pudo hacer de otro modo”
P. Fue durante tres días la sombra de Zapatero en un tiempo muy controvertido. ¿Cómo cree que lo valorará el futuro?
R. Yo creo que se destacaran sobre todo los grandes avances en libertades civiles que propició, o sea, él fue un gran feminista y también le debemos el matrimonio homosexual: por eso creo que pasará a la historia con un reconocimiento muy grande de lo que hizo por los derechos civiles de las minorías. Luego, políticamente, cometió errores que seguramente se olvidarán, si no se han olvidado ya.
P. ¿Y a Pedro Sánchez?
R. De Sánchez no tengo una idea muy clara porque me parece un hombre muy distante, lo que no quiere decir nada ni a favor ni en contra, pero no lo tengo pillado psicológicamente.
P. Sin embargo, hace tiempo publicó un artículo tremendo contra Sánchez y su capacidad de desdecirse, y sobre ese “tipo de votante que primero se cree a pies juntillas que vas a cumplir y luego entiende sin género de dudas que no cumplas. Ese tipo de votante de buena voluntad te proporciona una base muy sólida para seguir prometiendo a tontas y a locas incluso ya desde el gobierno”.
R. Eso tiene que ver con la frialdad que le mencionaba, la misma con que se ha desdicho de cosas que había asegurado, pero como esto ya es habitual en todos los políticos, deja de sorprendernos. Quizá nos decepciona más a los que estamos más cerca de la izquierda porque esperamos que estos fenómenos de hacer exactamente lo contrario de lo que se había dicho, sin perder el gesto, nos decepcionan. Hay un titular de El Mundo Today que me hace gracia porque creo que retrata al personaje: “Pedro Sánchez se derrumba y confiesa que es un actor”. Lo que sí es es muy pragmático y el pragmatismo, en política, es absolutamente necesario. El problema es no reconocer sus límites.
P. Pero somos un país en el que, más que por las ideologías o los hechos, el elector se mueve a impulsos, como si fuese un fanático de fútbol y no pudiera pensar por sí mismo sobre la realidad.
R. Bueno, en eso se ha transformado el discurso político, en un discurso muy emocional, muy alejado de la razón. La gente se ha alejado de la política en la medida en que ha ido viendo que no le arregla sus problemas y que la desigualdad, que es uno de los grandes asuntos de nuestra época, aumenta cuanto más se lucha contra ella. Y la gente se aleja de la información política cuando ve que no le proporciona nada que le dé más solidez.
“Ahora derechas e izquierdas están esclerotizadas y corren el peligro de repetir discursos que ya no funcionan”
P. ¿Entiende que la izquierda ande a garrotazos por el tema del feminismo y las trans?
R. Bueno, el problema real es seguir manejando estas categorías de izquierdas y derechas, que es movernos en corsés que nos llevan a discursos muy antiguos. Verá, si el 15M fue un movimiento que convirtió a Podemos en el número uno en intención de voto, fue porque en un primer momento el propio Pablo Iglesias se negaba a que lo catalogaran de izquierdas. Y con ese discurso estuvo a punto de dar el sorpasso.
P. Entonces, ¿cuál fue el error de Podemos?
R. El de codificar esos sentimientos volviendo a hablar de izquierdas y derechas pero encorsetando esos términos, esclerotizándolos, cuando se debe hablar de la necesidad de acabar con las desigualdades brutales hacia las que caminamos por el éxito tremendo del capitalismo exagerado y del neoliberalismo. Ahora derechas e izquierdas están esclerotizadas y corren el peligro de repetir discursos que ya no funcionan, porque no explican la realidad.
P. Hablando de realidades, ¿cree que Europa ha estado a la altura ante el reto de la migración?
R. No, evidentemente no, no ha estado a la altura de la historia humanística de la que presume.
P. ¿Qué le parecen esos jóvenes que combaten el cambio climático tirando sopa sobre obras de arte acristaladas o pegándose a sus marcos?
R. No sé cómo veremos la actitud de estos chicos dentro de quince o veinte años, cuando ya las consecuencias del cambio climático sean irreversibles. Pero es posible que nuestro punto de vista cambie considerablemente respecto a ellos. Porque además no queda tanto tiempo para que esto sea irreversible si no se ponen soluciones antes, y parece que no se van a poner.
Valencia, 1946. Narrador y periodista, en 1952 se trasladó con su familia a Madrid, donde sigue viviendo. Abandonó los estudios universitarios de Filosofía y, tras trabajar unos años en Iberia, en 1975 publicó su primera novela, Cerbero son las sombras, con la que ganó el premio Sésamo. Traducido a más de veinte idiomas, entre sus obras destacan El desorden de tu nombre (1987); La soledad era esto (1992); El orden alfabético (1998); No mires debajo de la cama (2000); Mi verdadera historia (2017) y La vida a ratos (2019). En 2023 publicará la novela que está escribiendo.