En las premuras de nuestro día a día vuelve a aterrizar Antonio Colinas (1946) con la convicción de que es preciso saber respirar y de que, para hacerlo, se requieren también una calma y una técnica. Desde fines de los 80 viene considerando el poeta leonés los primores de los ciclos de la generación y la corrupción, el día y la noche, la ternura de la hierba del valle y los cimbreos de lo vegetal y de la llama, lo aleccionador del demorarse y la fecundidad del viaje interior en unos llamados Tratados de armonía. Se trata de prosas de signo ecléctico donde Colinas se mueve entre místicos, pensadores y poetas del ancho mundo, de Oriente a Occidente.
La editorial Siruela ha reunido los anteriores tres tratados y uno nuevo, gordo como los otros juntos, escrito, parece ser, en tiempos pandémicos: no se trata, en cualquier caso, de tratados, sino de aforismos o notas que observan la a veces tenue, pero siempre reconocible, continuidad del dietario.
Aunque no me resulta nada fácil resumir el conjunto de esta obra de decenios, sí podemos asentar la idea de que el hilo conductor es la armonía, voz griega ligada de muy antiguo a la proporción matemática, al deleite estético y a la música que aparece cada tanto en estas páginas. Así pues, ¿qué es la armonía del título de Colinas? En el último Tratado tenemos un pasaje que lo aborda y que es representativo: “En estos libros míos de aforismos he luchado por dar con la idea de armonía, pero viviendo siempre desde la experiencia este deseo, por creer solo en aquello que haya podido experimentar en la contemplación de la naturaleza, que es la Maestra. Nos esforzamos por [...] hallar armonía plena en algunos momentos del presente. […]. La idea de armonía no es […] idealista […] sino algo muy sutil por real y real por útil”.
[Antonio Colinas: "La poesía fue el motor central del pensamiento de María Zambrano"]
La armonía es en estos escritos una cierta plenitud personal que se liga al mundo en torno. La regresión a la infancia, la ascesis, la meditación y las incursiones en la naturaleza (lo mejor de este libro, acaso) son las actividades que conducen a esa armonía, que parece ser la constitución anímica que reporta, últimamente, la ansiada dicha.
Tan abundante es en los Tratados la armonía como la dualidad: a veces, esta destruye la armonía. Un caso claro al respecto se encuentra en la cuarta y más reciente aportación de Colinas, la sección “Una lectura de Pasternak”. En su interesante revisión de El doctor Zhivago se insiste en la dualidad entre la discordia de la revolución rusa y el estatismo de los bosques y de las poesías: entre ambos mundos se encuentra el protagonista.
Colinas parece un pensador premoderno convencido de la analogía entre microcosmos y macrocosmos
El cuarto tratado de armonía alberga dos escritos aforísticos de viajes: uno en Oriente Próximo, “El cuaderno de Jerusalén”, y otro en Extremo Oriente, “En la montaña Kumgang”. Como en tratados anteriores, el autor viaja a los lugares donde otrora esplendió la llama de la mística universal.
En las secciones “Del otoño avanzado de la vida” y en “Sobre el Respirar” es donde se muestra más claramente la filosofía práctica y poética de Colinas. En esta época contamos con una cierta profusión de pensadores neoestoicos, o taoístas, o seguidores de Heidegger, o de Thoreau predicando caminos alternativos al rumbo del mundo, en loor de las cosas chicas. Pienso que estas calmosas páginas sapienciales y nada irónicas siguen esta senda.
A veces, su armonía tiene un componente más religioso que práctico: Antonio Colinas parece un pensador premoderno convencido (como Platón, como Novalis) de la analogía entre microcosmos y macrocosmos. Nunca desentraña del todo el fundamento de la armonía (que otras veces relaciona con “el ser”) este alto poeta nuestro, este frecuentador de las emboscaduras de Salamanca o de Ibiza, este caballero templario de la santa soledad.