La escritora Sara Mesa se sintió una impostora cuando se dio cuenta de que estaba explicando mal a sus alumnos el complemento directo. Había obtenido plaza en las oposiciones a profesora de Lengua antes de acabar la carrera de Filología hispánica y sintió pavor al imaginar que toda una generación de chavales crecería sin conocer determinados conceptos. No solo no ha acabado ejerciendo como filóloga, tarea para la que nunca tuvo una verdadera vocación, sino que también salió espantada del periodismo. Las precarias condiciones laborales como redactora de El Mundo Andalucía y otros gabinetes de comunicación la empujaron hacia la creación literaria propia.
Son los antecedentes (y las causas) de que Mesa ayer fuera la primera invitada en el ciclo "Los martes de El Cultural", que arrancaba con una conversación entre la narradora y el director de la revista, Manuel Hidalgo. La lluvia fina de una tarde otoñal, aunque no desapacible, podría haber disuadido al público que acudió ayer al Círculo de Bellas Artes de Madrid. Afortunadamente, no fue así. Decenas de lectores de todas las edades —fue significativa la presencia de asistentes jóvenes— disfrutaron ayer del primer acto enmarcado en el acuerdo de colaboración entre El Cultural y el Círculo de Bellas Artes.
La charla discurrió fluida: más ligera al inicio, más intensa al final. Los prolegómenos estuvieron dedicados al reciente viaje de la escritora a Alemania, con motivo de su participación en la Feria de Fráncfort y la traducción de su penúltima novela, Un amor (Anagrama, 2020), a la lengua teutona. A la autora de novelas como Cicatriz y Cara de pan le sorprendió que en las presentaciones de títulos narrativos se leyeran fragmentos de las obras —a veces incluso dramatizados por actores—, algo que en España solo ocurre con los poemarios. Al mismo tiempo, lamentó que el mercado de la traducción fuera casi absorbido por el inglés, que "se lleva el 50% de los libros". Con todo, ha vendido los derechos de sus novelas a una decena de países, siendo de Italia, Alemania, Holanda y Estados Unidos los sellos que más se han interesado por ellas.
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Una mínima referencia a su poemario Este jilguero agenda (2007, Devenir), del que Mesa no quería oír ni hablar —"el primero y el último, por suerte para la poesía", bromeó—, precipitó la conversación hacia el centro de su trayectoria: las novelas. La escrupulosa atención con la que Hidalgo había leído la narrativa de la escritora se tradujo en minuciosos apuntes acerca de la misma. Por ejemplo, la progresiva extensión de sus obras con arreglo a los géneros que había abordado —primero poesía, luego cuento, finalmente novela— se tornaba inversamente proporcional a la condensación, cada vez mayor, de sus títulos. Desde el alambicado El trepanador de cerebros (2010, Tropo Editores) hasta La familia (Anagrama, 2022), la más reciente.
Pese a que "no hay una voluntad consciente", según aclaró la autora, sí reconoce el propósito de "que sean sencillos, pero que permanezcan". Por ejemplo, 'la familia' de su último título "no es abstracta", o sea, "no tiene una vocación generalizadora", terció. De lo que sí se hace cargo es de una inclinación hacia "la sonoridad" en los títulos.
Preguntada por "el control de las distancias", Mesa aseguró que no distinguía los géneros tan fácilmente. Así, "La familia es una novela en cuentos", dispuso la autora, que confesó su predilección por las narraciones cortas. En cualquier caso, todas ellas integran "microhistorias encapsuladas", según propuso Hidalgo, que más que preguntas directas sugería interpretaciones con objeto de que fuera la autora quien desarrollase cada uno de los planteamientos.
Más allá de la extensión, los títulos de las obras y los aspectos de carácter formal, el conductor de la conversación señaló las contingencias temporales en su trayectoria: han pasado quince años de la publicación de su primer libro y 10 desde su incorporación a Anagrama, ineludible punto de inflexión en su carrera. "¿Cómo ha pasado el tiempo?", preguntaba el director de El Cultural.
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El camino de Mesa se parece al de "una hormiga", según ella misma apuntó. Del mismo modo que "al principio tenía expectativas muy bajas", confiesa que de aquellos "libros inencontrables" conserva la nostalgia por "las ganas de jugar" que en ellos se refleja. "Antes quería divertirme y ahora tengo más conciencia, soy más crítica conmigo misma y me cuesta más llegar al disfrute", confesó la autora, que desde hace tres años se dedica solo a la escritura.
Sin duda, la biografía condiciona la obra y, "por supuesto, parte de lo que soy está en mis libros", convino Mesa, que se encuentra en un momento creativo en el que apuesta por explorar en su infancia. "Ya vendrán otras etapas", vino a decir, pues resulta que la autora es "de digestión lenta", bromeó. Sin embargo, quiso matizar que "la ficción no puede entenderse de manera literal". Esto es, que lo que exactamente piensas no sea lo que cristalice en tu obra. Y es que "la ficción no es un reflejo diáfano de la realidad", concluyó.
La conversación tomaba forma de taller literario avanzado, de clase magistral. Hidalgo y Mesa se abismaron en el tratamiento de los espacios en las novelas de la autora, en las distintas voces —"puntos de vista", concretó el director de El Cultural— que confluían en sus narraciones. Sobre la primera cuestión, Hidalgo esgrimió una apreciación tan acertada como la del "plano de la casa", siguiendo con su última obra, como metáfora de la arquitectura del relato. "Compartimentos estancos", precisó para referirse a la independencia con la que sobreviven cada una de las subtramas.
En cuanto a las cuestiones formales, Mesa celebró que los cimientos de la estructura "no se notaran" en La familia, pese a que reconoce que tiene "una arquitectura compleja". La clave es el desafío ante el hecho de "que no parezca que hay una escritora detrás". Por lo mismo, renuncia a "la visión totalizadora" y apuesta por lo "no dicho" —esto lo apuntó Hidalgo—. Mientras que Mesa admite la fluidez de sus "historias cosidas", también desvela su inclinación hacia el recurso de la elipsis, determinante en su obra.
"Quiero contar momentos concretos" que estén "entre grandes huecos". Es la principal motivación de una autora que no se conforma con las descripciones, sino que más bien las rehúye, y no le interesa tanto "lo que come un personaje", sino que ambiciona los momentos de tensión que genera una circunstancia cotidiana. En definitiva, "tengo dudas sobre todo lo que hago, pero no dudo de mi juicio literario", dijo a modo de colofón.
Antes de la ronda de preguntas del respetable, de las que no extrajimos muchas más aportaciones a lo dicho porque lo dicho ya era bastante, Hidalgo le preguntó por las influencias del realismo de mitad del siglo XX en España. Mesa sorprendió al director de El Cultural con nombres como Miguel Delibes, Camilo José Cela o Ignacio Aldecoa entre algunos de sus modelos. Acababa de decir que se considera "una escritora clásica", más allá de todos los matices aquí desarrollados. Por otro lado, la etiqueta "realista" ha sido una de las divisas más resaltadas de su obra por parte de la crítica.
Mesa reconocía, por supuesto, la quiebra de los vínculos entre estos referentes y sus compañeros de generación. A juzgar por la inmensa variedad de temáticas y estilos que practican los nuevos autores, Hidalgo consideró la dificultad de elaborar un canon en el futuro. La autora estuvo de acuerdo, pero "seguro que no somos tan sigulares como creemos", aclaró. La primera actividad correspondiente al ciclo "Los Martes de El Cultural" llegaba a su fin con el compromiso de regresar en diciembre al Círculo de Bellas Artes. La extraordinaria intervención de Sara Mesa constató el interés de la iniciativa, que solo acaba de empezar.