Rafael Cadenas, un veedor que solo atestigua
La influencia del poeta de la llaneza cervantina y la claridad, Premio Cervantes 2022, va más allá de lo literario y se traslada al orden moral
Éramos muchos —lo que tratándose de poesía siempre son pocos— los que llevábamos años esperando que el Premio Cervantes reconociera la obra del poeta venezolano Rafael Cadenas. Solía aparecer con puntualidad otoñal en las quinielas anuales y siempre parecía a punto de conseguirlo, pero sin lograrlo hasta ahora, y eso que le tocaba el turno a un autor español. Por eso la alegría de sus lectores es aún mayor.
Como ha ocurrido, pongo por caso, con el reciente Premio Nacional de las Letras concedido al extremeño Luis Landero. Parece que el azar, por una vez (o dos), se aliaba con la justicia para distinguir, ya digo, obras literarias dignas de esos galardones principales de rango institucional que, sin embargo, nunca están libres de recaer en quienes no lo merecen o sólo a medias.
Le llega a Cadenas, según costumbre, a una edad provecta, 92 años, pero con la cabeza lúcida. Le antecedieron otros galardones que celebraban su quehacer, como el mexicano Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances de la Feria del Libro de Guadalajara y, ya en España, el Reina Sofía y el García Lorca.
Su influencia, por la vía del ejemplo, va más allá de lo meramente literario y se traslada al orden moral. Más en su convulsa Venezuela natal
En el ámbito de la literatura iberoamericana, lo que es tanto como decir en el de la literatura universal, figura hace tiempo como un maestro; una de esas escasas personas “de mérito relevante entre las de su clase”; alguien, sí, con maestría. Porque su influencia, dije una vez, por la vía del ejemplo, va más allá de lo meramente literario y se traslada —palabras mayores— al orden moral. Más en su convulsa Venezuela natal donde sigue siendo, además de un poeta, un símbolo. De dignidad, de resistencia.
[El poeta venezolano Rafael Cadenas, Premio Cervantes 2022]
Si bien en su juventud fue de verbo torrencial, tan pródigo como el paisaje de su tierra (nació en Barquisimeto, la cuarta ciudad más poblada de la nación), su poesía, reunida en Obra entera (publicada aquí por Pre-Textos) y a la que luego se han sumado títulos como En torno a Basho y otros asuntos y Contestaciones, su poesía, decía, se caracteriza por su parquedad, por su exactitud. Que nadie busque en ella una palabra de más, un exceso verbal. Margen para la retórica. Sobria y austera por excelencia (“Evito las exclamaciones. / No soy de donde viene / el grito”, escribe, o “Rehúyes el énfasis”), propia de alguien que dice: “Nada pido. / Voy / liviano”. Poesía, en fin, despojada, cercana en su concepción a la oriental, con independencia de que denomine “tríptico” a lo que parece “haiku”.
“¿Qué se espera de la poesía sino que haga más vivo el vivir?”, se ha preguntado el poeta. “Me interesa lo ordinario”, afirma. Y: “Lo que escribimos es nuestra vivencia”. Se escribe como se es, o viceversa. Sin máscaras o monologales personajes interpuestos. Él parece empeñado en desvelar el espinoso asunto de la identidad, uno de sus temas primordiales: “no soy lo que soy ni lo que no soy”, “Ya no sé quién soy”.
["Yo que no he tenido nunca un oficio": cinco poemas de Rafael Cadenas]
Esa humildad que apreciamos en su obra coincide con la que busca (y consigue) el hombre discreto que la ha escrito. La honda, sentida pobreza que la habita es idéntica a la que conoció. Desde entonces no ha necesitado de la brillantez, de lo artístico (“Estoy lejos del poema como cosa de arte”, “lejos de exquisiteces”), de lo ingenioso (a favor del trabajo artesano), del lucimiento, ni siquiera de lo poético, pues, “Soy prosa, vivo en la prosa. La poesía está allí, no en otra parte. Lo que llamas prosa es el habla del vivir, que siempre está traspasada por el misterio”. “Es absurdo empeñarse en seguir escribiendo poemas poéticos, literatura literaria”, dejó dicho en otra parte. Darío Jaramillo alude a su “inestilo”: “No quiero estilo, sino honradez”. La suya es una poesía de palabras “calladas” que, por la vía de la mística, no le hace ascos al silencio. Alejada, en todo caso, de esa celebrada poesía hispanoamericana barroca y palabrera, exuberante y nerudiana que a este lado del charco parece la única corriente ultramarina digna de mención.
Poesía de la llaneza cervantina y de la claridad. Sin afectación. Que usa las gastadas palabras de cada día
Poesía de la llaneza cervantina y de la claridad. Sin afectación. Que usa las gastadas palabras de cada día, aunque, por su precisión, siempre nos acaben pareciendo distintas. Natural por naturaleza. Ascética y sin “atavíos”. Humana, propia del humanismo. Poesía que fluye “desde nuestro vivir”. Que “encarna el lenguaje de la intimidad, el lenguaje con que a solas nos hablamos a nosotros mismos y hablamos a los seres y cosas que más nos atañen”. Ni hermética ni intransitiva ni oscura, como la fabricada por esa suerte de ouroboros que tan bien conoce, jerga para iniciados. “Lo inefable no me quiere”. Poesía dicha “para los hombres”, “no para consolarlos sino para hacerlos más verdaderos”.
Misterio es una palabra clave en la poética cadeniana. Acaso la más importante. “Vivir en el misterio: frase redundante”, dice. Porque “No hay diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario”. Porque “No hay nada más extraño que la existencia”. Porque “Nuestro verdadero linaje es el enigma. Somos eso”. La vida como asombro y como “milagro”. Revelación. Misterio “tan contundente como la realidad misma, de la que no se diferencia”.
“Estar / aquí / ya es / demasiado”. A esta verdad obedece el tono de la poesía de Cadenas. Una voz conversacional y mesurada. Un tono celebratorio, sin alharacas; triste, sin queja. A rachas, elegíaco y melancólico. Sentencioso y epigramático. De memorias y olvidos, que se conforma con poco: “No desdeñes nada. / La rana le dio a Basho / su mejor poema”.
Poesía de la mirada (“Los ojos / nunca son insolventes”), donde la luz de todos los días es siempre nueva. “Quitado de ti miras el mundo / por vez primera”, escribe. A pesar de su avanzada edad, se empeña, sin esfuerzo, en convencernos de que la novedad de la existencia es incesante y cada jornada la primera de tu vida.
Poesía intempestiva e ilocalizable que no deja de preguntarse por ella misma, por el asombro de su existencia: “Lleguemos a un acuerdo, poema. / Ya no te forzaré a decir lo que no quieres / ni tú te resistirás tanto a lo que deseo”.
Cobijo, en suma, para el exiliado, el solitario a la intemperie, el “invisible”, más ahora, insisto, en esta época tan sombría de Venezuela y del mundo. Jirones apuntados, a modo de diario, por el testigo: “Soy el que observa, / registra, / anota (no tengo otra tarea)”. “Un veedor / que sólo atestigua”.