El historiador británico Ian Kershaw (1943), uno de los grandes biógrafos de Hitler, aborda en su libro más reciente una cuestión debatida durante siglos: ¿qué papel pueden jugar los grandes líderes políticos en la marcha de la historia? La aborda a través de las biografías de doce entre los más destacados dirigentes europeos del pasado siglo y sostiene que todos ellos, en mayor o menor medida, han ejercido para bien o para mal una influencia crucial, debido a que sus rasgos de personalidad se ajustaban a las especiales circunstancia del momento histórico que vivieron, sin las cuales su papel habría sido muy limitado o nulo.
Las dictaduras extremas surgidas en tiempos de crisis ofrecen la máxima posibilidad de acción individual a sus líderes y el libro comienza con una galería de tiranos: Lenin, Mussolini, Hitler y Stalin. Fueron las circunstancias creadas por la Primera Guerra Mundial las que ofrecieron su gran oportunidad a esos líderes fanáticos y crueles, dotados de una gran energía y capacidad de persuasión y una inquebrantable fe en sí mismos.
La guerra hizo posible la revolución rusa, generó una crisis en Italia que propició el ascenso del fascismo y creó en Alemania un resentimiento nacionalista y un temor al comunismo que, combinados con los efectos de la depresión de 1929, facilitaron el triunfo de Hitler.
Sin embargo las personalidades de esos líderes sí fueron decisivas: no es probable que sin Lenin la revolución rusa hubiera desembocado en el totalitarismo comunista; Hitler tuvo una enorme responsabilidad personal en el inicio de la Segunda Guerra Mundial y en el Holocausto, y es difícil imaginar que la represión interna hubiera alcanzado la descomunal magnitud que tuvo bajo Stalin si el sucesor de Lenin hubiera sido cualquier otro. Más discutible es la afirmación de Kershaw de que el terror estalinista constituyó un factor indispensable del extraordinario esfuerzo bélico soviético frente a la invasión alemana.
Tras esa galería de horrores, reconforta el ánimo la excelente semblanza que Kershaw hace de Winston Churchill. Si en mayo de 1940 el parlamento británico hubiera elegido a otro líder que no fuera el hasta entonces un tanto marginal Churchill, el país hubiera hecho frente en solitario a Hitler, con lo cual la historia de Europa pudiera haber sido otra. Churchill era un conservador cuyo ideal era la preservación del Imperio británico, pero su legado efectivo fue su contribución a la defensa de la democracia en Europa. Otros líderes analizados en el libro han jugado un papel menor, pero importante al menos para sus países: De Gaulle, Adenauer, Franco, Tito, Thatcher y Kohl.
El capítulo sobre Franco revela un conocimiento muy superficial de la historia de España
Desafortunadamente el capítulo sobre Franco revela un conocimiento muy superficial de la historia de España. Afirma, por ejemplo, que la CEDA, la derecha católica de la II República, era un partido fascista en todo menos en el nombre y que la “larga sombra” de Franco se manifestó en la “agresiva reacción” del gobierno frente a la intentona independentista catalana.
Es en cambio magistral el capítulo de Gorbachov, que provocó la caída del bloque soviético sin habérselo propuesto. Tras haber impulsado un proceso de reforma de las esclerotizadas estructuras económicas y políticas soviéticas y haber iniciado un sincero esfuerzo de poner fin a la guerra fría, tomó la crucial decisión de no usar la fuerza para impedir la caída de los regímenes comunistas de Europa centro-oriental. Se convirtió así en uno de los padres de la nueva Europa.