Un texto teatral para invocar a Teresa de Jesús: en La guerra según Santa Teresa, que escribí a petición de mi amiga abulense Julia de Castro, quisimos, más que encarnar a Teresa, reunir sus fragmentos dispersos –imaginaria disposición de sus reliquias en busca del cuerpo primigenio– y escuchar sus palabras. Recuerdo, en boca de Julia y del actor Carlos Troya, la sonoridad de las intervenciones originales teresianas mientras las partes que yo había escrito luchaban por arañar un poquito de la conciencia espectadora. Disfrutaba del triunfo de Teresa sobre mi intertextualidad.
Descubrí a una mujer de acción política, autora tardía, vigorosa enferma que quería estar en todas partes, sola y sociable; capaz de levantar un convento en una noche, lectora formada en libros de caballerías, atenta siempre a una señal poética de la belleza de este mundo, a pesar de anhelar mudarse al otro con su Amado. Para construir nuestra Teresa invocada me acerqué a otras voces: Olvido García Valdés me dio claves biográficas; Josefina Molina y Carmen Martín Gaite me mostraron el viaje de la juventud a la madurez en mi serie predilecta; Ray Loriga iluminó en su película a una Teresa consciente de que poder es más verbo que sustantivo, más equipo que individuo; Cristina Morales y las Malas palabras, o Juan Mayorga y su teatral La lengua en pedazos.
Cada interpretación del mito y la obra de Teresa es una toma de conciencia de la inmensidad de su castillo-corpus, moradas culturales donde prevalece la belleza de la frase teresiana original. Yo tengo una, precisamente de Las moradas, que guardo desde entonces: “Marta y María han de andar juntas”. Con la imagen de las dos hermanas bíblicas, Teresa explica a sus discípulas que acción y reflexión son indisociables. Tomo este lema que reconoce a las autoras andariegas, las dispersas testarudas, las anacoretas curiosas. La contradicción, vitalidad y fulgor de Teresa.