"Cuando Elisa salió a la calle caía el sol tras de las altas casas del otro lado de la avenida [...] Casi no había tráfico y los pocos coches que pasaban lo hacían lentamente. Era la hora perezosa y misteriosa en que los juegos de los niños pasan a ser mágicos, en que los dibujos en el polvo se transforman en criptogramas cabalísticos y en el que las conversaciones se adormilan en susurros plenos de complicidad".
Así describe Ignacio Aldecoa (Vitoria, 1925 - Madrid, 1969) la hora del crepúsculo en el Madrid desierto del verano, en donde su protagonista se mueve a la deriva, entre las terrazas de los cafés y las tabernas populares a las que acude con un fotógrafo bohemio. La atmósfera de Los pájaros de Baden-Baden evoca la respiración interna de unos personajes burgueses aplastados por el calor y el aburrimiento. La acción del relato se desarrolla en un tiempo delimitado: los días de julio y agosto, hasta las primeras lluvias de septiembre. El calor en la ciudad despoblada es un protagonista más.
Una joven algo perdida se ha quedado en Madrid para escribir un libro. A mediados de los años 60 una mujer sin marido resultaba una mujer incompleta. Elisa, universitaria y bella, refugiada en las habitaciones sofocantes de su casa, tiene miedo de la futura derrota de su cuerpo: "Ahora la abrazaba el temor de la vergüenza de la edad: de sus treinta y cuatro años y su soltería".
Aun así, Elisa es capaz de sentarse sin compañía a la hora del ocaso en una terraza del paseo de Rosales. Ante una mujer atractiva y solitaria, rodeada de cuadernos de trabajo como un muro simbólico, los Rodríguez de aquellos calurosos veranos sólo se atrevían a franquear la muralla intelectual si previamente habían sido presentados. Para entender la sensualidad reprimida de aquel tiempo –y es un punto central que conecta directamente el deseo no exteriorizado con el calor manifiesto en este relato–, hay que fijarse en los diálogos a medias de los otros dos hombres que asedian a la protagonista con el mayor de los disimulos.
Ricardo, casado con una compañera de estudios de Elisa, la aborda por casualidad en la terraza de Rosales: "Pero ¿qué haces tan sola? Pero ¿qué haces aquí? Esto se avisa, traidora". Confianzudo, simpático, comenta que está guapísima y prepara el camino para volverla a ver otro día, en una piscina, en una terraza nocturna a las afueras de Madrid, huyendo del calor. Empieza, como táctica, dando un poco de pena: "Yo, de Rodríguez, como un perro sin amo. Por la mañana, el Ministerio. Como en cualquier parte. Luego la siesta y a aburrirme".
Un confidente maduro
Hay otro Don Juan llamado Pedro, un médico. También saldrá con Elisa a las terrazas. Su esposa y Elisa son buenas amigas. Él hace de confidente maduro; cuando los celos pueden con él, imaginamos que esta declaración inconclusa viene de lejos: "Si tú hubieras sido razonable… Elisa, si tú hubieras querido… Lo mismo en el verano que en el invierno… A veces no cuentas con que los demás, con que yo…". Elisa le corta bruscamente: "No sigas".
Sólo el fotógrafo artista, en su desenvoltura y a golpe de cubalibres, consigue conquistarla, para decepcionarla pronto. "Yo creo que en el estudio hace más calor, pero puede que usted esté más cómoda […] El blancor de los azulejos y el agua de las pilas dan una impresión de frescor".
Ella ha acudido a ver al artista para contratar unas fotos para su trabajo. El desorden de la casa bohemia, el joven que baja las escaleras, con shorts y una camisa atada a la cintura, a por "un gran trozo de hielo", las artísticas fotografías en las carpetas, el cubalibre que anuncia otras copas. El narrador omnisciente describe lo que debió pensar Elisa: "El hielo en los vasos estaba lleno de campanillas y luceritos".
Los pájaros de baden-baden (1975)
Mario Camus, consumado adaptador de obras literarias, colaboró con Ignacio Aldecoa en Young Sánchez (1963) y Con el viento solano (1965). Con el escritor ya fallecido, el director se lanzó a la traslación a imágenes de Los pájaros de Baden-Baden, desplegando su sobrio, elegante y funcional estilo en un filme melodramático que no renuncia al humor (ni a la tragedia). Con los franceses Catherine Spaak y Frédéric de Pasquale en los roles principales, la película incide en la imposibilidad de aunar el mundo de la acaudalada burguesía madrileña de Elisa y el de los outsiders de la sociedad que representa el fotógrafo Pablo.
En las novelas de veranos tórridos siempre se bebe un alcohol específico. Al inicio del relato de Aldecoa, Elisa toma un sorbo de cerveza para comprobar que está "desagradablemente tibia". Su amigo Ricardo llama al camarero y pide: "Cangrejos y cerveza muy fría". Con el bohemio, beberá cubalibre con mucho hielo. Los personajes de Los caballitos de Tarquinia, de Marguerite Duras, de veraneo en la calurosa provincia de Viterbo, beben sin parar Campari. Es esta novela de Duras una de las mejores historias sobre un verano abrasador. Profundo, existencial, amenazante, es el calor de Argel en El extranjero, de Camus.
En el entierro de la madre del protagonista "el resplandor del cielo era insostenible". En un momento dado el cortejo funerario pasa por un camino en obras recientes: "El sol había hecho saltar el alquitrán. Los pies se hundían en él y dejaban abierta su carne brillante". En El extranjero, el protagonista bebe café con leche, como en otros lugares de África donde se aplacan las altas temperaturas con bebidas calientes. En un relato de los Cuentos romanos, de Alberto Moravia, el calor de Roma invita a tomar Martinis.
Elisa, en Los pájaros de Baden-Baden, sentada en Rosales "como si estuviera en un mirador que al mismo tiempo fuese un muelle", ve tornarse de rojo la tarde madrileña como si se tratara del Mediterráneo. "Había dejado sus cuadernos abandonados sobre el mármol del velador y miraba al mar resultante de muchos mares de verano", escribe Aldecoa. El autor de Con el viento solano, más surrealista ibérico que realista, tertuliano insomne, esposo de la escritora Josefina Rodríguez, fue amado por el cine y Mario Camus llevó a la pantalla varias de sus obras, entre ellas estos Pájaros de Baden-Baden.
['Luz de agosto', de William Faulkner: canción triste del profundo sur]
Nuestros padres y abuelos repetían en verano esta frase: "Madrid en agosto, con dinero y sin familia, Baden-Baden". Se atribuye a Francisco Silvela, Presidente del Consejo de Ministros entre 1899 y 1903. Una invención paradójica, comparar el lujoso balneario de la Belle Epoque, en Baden-Baden, al suroeste de Alemania, con el castizo Madrid de finales del XIX, caluroso, popular y de sillas al fresco con botijos. La ironía de Aldecoa es retratar a un puñado de seres varados en un Madrid marítimo y solitario y hacer un guiño al público con ese Baden-Baden lejano, fastuoso y soñado.