Frente a la indigencia anecdótica preferida por un amplio sector de nuestra última narrativa, Ana Merino (Madrid, 1971) se inclina a narrar historias sólidas y complejas en Amigo. También poeta, saltó en El mapa de los afectos, premio Nadal 2020, a la narrativa, y su nueva incursión en este género señala un fondo unitario de su escritura, la exploración de los sentimientos que subraya ese primer título.
Amigo aborda el asunto insinuado, la amistad, por medio de una intencionada ambigüedad: el sustantivo remite a un personaje real de la novela, Joaquín Amigo, y a otro, imaginario, Agapito, íntimo de la protagonista, una mexicana, Inés Sánchez Cruz, fundadora de un máster de Escritura Creativa en la universidad de Milwaukee.
Para analizar la amistad despliega Merino una copiosa materia argumental, tan diversificada que en realidad Amigo aglutina hasta tres novelas colindantes pero en buena medida independientes.
La primera pertenece a un subgénero ya un tanto codificado, el relato de campus que desmenuza las interioridades de los departamentos universitarios americanos. Que la autora sea española –aunque no el único escritor nuestro que ha abordado esa realidad; ya lo hicieron Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina– facilita la exposición de dicha peculiaridad. Y que ella misma haya dirigido un programa docente idéntico le sirve para apurar la observación. No puede hablarse de autoficción, pero sí de sacar jugo a valiosas experiencias personales.
De cualquier manera, la estampa del campus reproduce lo habitual –el cainismo de los grupos cerrados– y en ello mete a un indeseable, el tal Agapito, que acosa a Inés y le hace la vida imposible. Es un tipo cuya extrema maldad pormenoriza la narradora para encontrar algo que lo justifique (por cierto, un egoísmo tan feroz como el de un personaje del último libro de José María Merino, y no es lo único que comparte Amigo con el veterano narrador leonés).
Ana Merino hilvana bien, con pericia que supone algo más que simple destreza constructiva, muy diversas peripecias
Otra trama de la novela da cuenta de la investigación que Inés lleva a cabo en el archivo desconocido de Joaquín Amigo, personaje secundario de la Edad de Plata, íntimo de Federico García Lorca y asesinado por los republicanos al poco del crimen que acabó con el poeta granadino. Con entusiasmos de diletante, explora Inés ese vínculo y lo amplía a las relaciones de Lorca con Salvador Dalí y otros colegas de entonces y al comportamiento de Luis Rosales.
La trama restante, cuyo detalle no debo dar, explica la misteriosa conducta de Agapito y supone, además y sobre todo, un cambio temático absoluto. La amistad queda en un telón de fondo sobre el que surgen dos motivos de larga tradición literaria que la desplazan. Ahora lo que Ana Merino aborda es el asunto del doble y el de la identidad. En consonancia con ese quiebro, el relato se encamina por la vereda de lo paranormal y de la fantaficción.
Ana Merino hilvana bien, con pericia que supone algo más que simple destreza constructiva, tan diversas peripecias. El narrador en tercera persona, aunque resulte un tanto convencional le sirve de seguro apoyo para facilitar la mínima unidad exigible a una historia novelesca. Y esta, las vicisitudes y sufrimientos de Inés, resulta atractiva, se sigue con interés y mantiene alerta la atención por la línea de suspense que se acentúa y resuelve, en una afortunada estrategia formal, en el último trecho del libro.
No termina de convencer la forzada sutura de tramas y pesa en exceso la impresión de una muñeca rusa. Pero sobre esta reserva prevalecen en Amigo los valores: la celebración de la amistad y una proclama vitalista con un nítido y reconfortante mensaje a favor de afrontar y superar las adversidades de la vida.