De joven, cuando era un estudiante de la Universidad de Londres, Hisham Matar (Nueva York, 1970) empleaba la hora de la comida para visitar la National Gallery de la ciudad. Para su visita seleccionaba una sola obra, un solo cuadro en el que detenerse durante unos minutos que, de alguna manera, eran un oasis. Esta costumbre la adquirió en 1990, poco después de que el gobierno de Gadafi secuestrara a su padre. Había una escuela que en un principio no terminaba de comprender pero a la que se vio volviendo. Se trata de la escuela de Siena, cuyos principales artistas fueron Duccio, Simone Martini y los hermanos Lorenzetti.
A la ciudad de la Toscana viajó muchos años después para observar de cerca los frescos del Palazzo Publicco y la Pinacoteca Nacional de Siena. Para entonces, la hora que de joven empleaba para ver un cuadro se había dilatado y había derivado en algo aún más lento, tanto que las celadoras del museo le invitaron a tomar asiento. Aunque la idea no le entusiasmó, terminó cediendo. Así, Hisham Matar entraba en el museo, cogía su silla y la llevaba consigo cada día. Fruto de aquellas visitas sosegadas y reposadas, llenas de preguntas y de reflexiones, surge Un mes en Siena, novela que en España edita Salamandra.
Durante aquella estancia no tenía la intención de escribir, de hecho, había acometido el viaje con la idea de ver todas esas obras que tanto le gustaban y descansar. “Acababa de terminar un libro que había salido de mis venas, sentía que había llegado hasta el final de él y, aunque nadie lo había leído, necesitaba descansar”, apunta el escritor. Sin embargo, una vez allí se dio cuenta de que había otro motivo para su visita: “Reconciliar todo el esfuerzo que había dedicado a saber qué había ocurrido con mi padre”.
Un paseo por la mente de Hisham Matar
Un mes en Siena es a la vez un ensayo sobre la escuela sienesa, una crónica de viaje y un diario en el que Matar reflexiona sobre asuntos como la vida, la muerte o el arte. Su lectura es como entrar en su mente y pasear por unos pensamientos y sentimientos que nos llevan de Siena a Roma, de Trípoli a Londres, de su mujer a un jordano que conoció en las calles de la ciudad.
Este estilo híbrido se debe a que a Matar le interesa la existencia. “Mi sentido del tiempo es denso, el momento que vivimos es muy poroso y esa porosidad de la existencia es muy interesante. A la hora de escribir me gusta crear una prosa que pueda absorber todas las capas del tiempo”, reflexiona el escritor.
Pregunta. ¿Qué es lo que tanto le atrae de la escuela de Siena?
Respuesta. Me gusta el hecho de que no hay mucha confianza en sus pinturas. En la pintura del Renacimiento y en la obra de artistas como Caravaggio, Tiziano o Miguel Ángel hay mucho músculo, sabían que estaban en la cima de sus habilidades, en la cima de la Historia del Arte y se les respetaba mucho. Sus obras transmiten la sensación de estar en su plenitud. En la escuela sienesa, sin embargo, hay más dudas, están pensando, buscando y me gusta ver eso. Espero no ofender a nadie pero seguramente por mi cultura y porque no he crecido con la iconografía cristiana, cuando veo las obras de Duccio o los hermanos Lorenzetti no veo los santos y las vírgenes. Para mí, usaban este lenguaje para hablar del drama humano. Creo que eso es lo que realmente les interesaba y lo hacían con un lenguaje que el hombre y la mujer de la época pudiera entender.
P. Hay un momento del libro, cuando habla de la salida de una obra de Duccio de su taller, en el que menciona que, en cierto modo, se ha perdido el poder de la simbología del arte. ¿A qué cree que se debe?
R. Estamos en un momento de tremenda fragmentación y creo que estamos buscando un territorio común y, a lo mejor, la sensación de estar desubicados es ese espacio común. En un lugar como la Siena de esa época, con un lenguaje unificado, creían que era una bendición lo que veían en las obras, como una señal divina. En estos cuadros se hace evidente que los pintores respetaban mucho este tono pero creo que hay algo más en estas obras que hace que sean interesantes también hoy.
El aburrimiento como espacio creativo
P. ¿Qué le llevó a observar un solo cuadro en cada visita a la National Gallery de Londres?
R. El arte es algo explícito, lo tienes delante, está enmarcado, pero te engaña porque todo es apariencia. Lo miras y crees que lo has visto. Hay un estudio sobre el tiempo medio que la gente pasa frente a un cuadro en un museo y es de alrededor de unos cuatro segundos. No se puede decir que no lo han visto, porque lo han visto, pero he descubierto que al mirar un cuadro de esta manera hace que se revelen muchas cosas, se convierte en una ubicación que organiza tu pensamiento, como una conversación muy buena de la que surge otra parte de ti y de tu mente.
P. Efectivamente, las visitas suelen ser rápidas. ¿Qué recomendación le haría al visitante de un museo?
R. No quiero predicar a nadie pero creo que hay obligaciones a las que tenemos que responder. Solía odiar los museos porque era un exceso. Cuando pagas por entrar a un museo tienes la sensación de tener que verlo todo. En este sentido, aconsejaría que traten de ir a una sola sala y que se centren en la calidad de la atención porque hablamos de cómo contemplar cuadros pero hay algo más amplio que es qué significa prestar atención de verdad a algo o a alguien. Todos sabemos cuándo estamos verdaderamente escuchando o cuándo alguien nos ve de verdad.
P. ¿Puede esto deberse a que vivimos rápido y tenemos demasiados estímulos que nos distraen con facilidad?
R. Nos asusta aburrirnos, lo vemos como una enfermedad de la que te tienes que curar cuando en realidad el aburrimiento puede ser un espacio creativo. Hay cosas que no se pueden lograr si siempre te gobiernan tus intenciones. Para mí, parte de lo que hace la literatura es cambiar la atmósfera y el tiempo y, por eso, me interesa el carácter, la textura y el ritmo de la prosa.
Tras las huellas de su padre
P. En Un mes en Siena asegura que ha dejado de buscar pistas sobre lo que le ocurrió a su padre. ¿Hasta qué punto su memoria atraviesa el libro?
R. Siempre he vivido con la asunción de que conseguiré respuestas pero en Siena me di cuenta de que lo más probable es que no las obtenga y tenga que vivir con esas preguntas. Fue un momento de mucha reflexión y tanto la ciudad como estos cuadros me han servido como herramientas para pensar y sentirlo. Creo que, en cierta manera, el arte puede brindarnos esperanza en el sentido de que el arte representa un momento de actividad mental y emocional concentrada que te muestra una gama de posibilidades. Es lo opuesto a que no te importen las cosas.
P. Al final del libro hace una reflexión muy bonita en la que manifiesta que ir a un museo a ver una obra es como ir a ver a un viejo amigo. ¿Eso debería de ser el arte, un amigo con el que podemos hablar, aprender y reflexionar?
R. Creo que nuestra cultura subestima el arte porque hay transacciones y hay un tema de valor en torno a las manifestaciones artísticas. Evaluar algo indica que tiene que pertenecer a un tipo de industria. Por este y otros motivos, el lugar que ocupa el arte se ha complicado pero es evidente que lo necesitamos. Solo hay que ver la cantidad de gente que va a los museos, aunque quizá solo vayan por obligación. También creo que cada persona que haya estado delante de un cuadro de manera genuina ha dejado algo de sí mismo en la pieza y cuando lo contemplas, la obra ha absorbido tantas miradas y pensamientos que se convierte al mismo tiempo en un objeto y en un reflejo de lo que hemos proyectado todo sobre él.