Cuesta imaginar una comunidad más represora y misógina que la del pueblo norteamericano de Salem en el XVII, cuyo puritanismo paranoico desembocó en el juicio criminal a unas brujas que nunca fueron tales (y gloria eterna a las pocas que, en cierto modo, sí lo eran, como la esclava Tituba que Maryse Condé recrea en una novela editada por Impedimenta).

Cauterio

Lucía Lijtmaer

Anagrama, 2022. 222 páginas. 18,9 €

En contraste, también cuesta imaginar una comunidad más autosugestionada acerca de su propia apertura moral y política que aquellos circuitos de post-universitarios que hace una década, en Barcelona o Madrid, enfrentaron la crisis reconfigurando el discurso progresista, y, sobre todo, fundando estructuras capaces de transformarlo en fenómeno(s) electoral(es).

En Cauterio, Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) cuenta las historias de dos mujeres envueltas en esos períodos, y lo hace mediante un montaje de capítulos paralelos que convergen en un final feérico que representa la continuidad del linaje feminista a lo largo del tiempo. Porque ni Deborah Moody ni Pilar (la primera, un personaje histórico, anterior al suceso que teatralizó Arthur Miller; la segunda, una ficción afín a la autora) lo tendrán fácil en sus respectivos medios.

Lijtmaer parece decirnos que, en una cultura eminentemente masculina, el progreso se contenta con diluir (sin prisas y sin destruirla) la represión femenina en formas indirectas, en cierta vaguedad atmosférica; al menos, mientras no le obliguen a sacar el colmillo.

El juicio acerca de las dinámicas de poder en entornos supuestamente comprometidos es demoledor. Esto no significa que iguale dos contextos cuyas violencias son tan disímiles, ni mucho menos. De hecho, uno de sus aciertos es dejar surgir aristas incómodas que problematizan la tentadora linealidad de la escritura/lectura ideológica: traiciones al ideal sororo, claroscuros de las protagonistas, asimetrías en los paralelismos y las síntesis históricas dibujadas…

Pero en sus giros dramáticos clave, Cauterio no deja lugar a dudas: tarde o temprano, la voz de una mujer lúcida se descubrirá mediatizada por voluntades ajenas, y tendrá que reconstruirse desde esa certeza. ¿Cómo lograrlo? ¿Quemando, arrasando, cauterizando…? Pues sea, y que arda Airbnb.

'Cauterio' pone en funcionamiento mecanismos narrativos eficaces, perfilando dos voces o estilos diferenciados

Y que el lector no deje pasar ciertos detalles narrativos que añaden capas de conflicto al mundo material que habitan Deborah y Pilar. Por ejemplo, las dos grandes mesas de roble que pasan frente a nuestros ojos en siglos y países diferentes, elementos de apariencia menor que apuntan a la clase social y el dinero como motores de deslealtad. Lo resalto por si estoy dando la impresión de haber leído un texto discursivo más que novelístico.

Cauterio pone en funcionamiento mecanismos narrativos eficaces y, sobre todo, logra perfilar dos voces o estilos diferenciados. Reconocemos dos retóricas, dos imaginarios, incluso (incipientemente) dos ritmos prosísticos. Una opinión: los pasajes ambientados en Salem cautivan más que los contemporáneos, rondados a ratos por el tono populista.

Por otra parte, Cauterio se interna en el análisis y la representación de los afectos contemporáneos, un tema recurrente en la literatura del último lustro, con highlights como Mañana tendremos otros nombres, de Patricio Pron. Crónica de una mala vieja monogamia disfrazada de buena, la historia de amor de Pilar sí que apoya su eficacia narrativa en uno o dos subrayados ortopédicos, aunque a cambio facilitan la tarea de reconocer la distancia entre el narcisismo moral y una verdadera lealtad a los vínculos. Y la manera que Pilar escoge para lograr su Cauterio está a la altura de las circunstancias urbanas, políticas y personales que la rodean: bien por ella.