Presa de lo que ella llama a la “maldición Boucolon”, su apellido de soltera, puesto que parte de su familia ha muerto de esta dolencia, Maryse Condé (Pointe-a-Pitre, Guadalupe, 1937) apenas puede hablar o escribir. No ve, necesita ayuda para todo… Refugiada en un pequeño pueblo del sur de Francia, rodeadad de su familia, hijos y nietos, la escritora confiesa a El Cultural que ha vivido la pandemia "como todo el mundo, con terror"... La charla se interrumpe. Se cansa tanto que cualquier asunto la agota de inmediato, pero no deja de escribir, mejor dicho, de dictar: pese a todo, ha acabado una novela, El Evangelio del Nuevo Mundo, que le ha ido recitando a su marido, Richard Philcox, su traductor al inglés. Hoy se encuentra agotada, pero feliz, sobre todo con la publicación en España de La Deseada (Impedimenta).
Nacida y criada en Guadalupe, una nación caribeña no soberana donde el colonialismo persiste en gran medida bajo sutiles disfraces, pero donde la alternativa, la independencia absoluta de Francia, resulta para la mayoría de sus habitantes un riesgo aún mayor, Condé vivió en varios países de África Occidental, como Guinea, Ghana y Mali, provocando la ira de los gobiernos por su rebeldía y sus denuncias de toda forma de tiranía, abuso y corrupción, hasta que finalmente se instaló en Francia. Doctora en literatura comparada por la Sorbona y profesora emérita de francés en la Universidad de Columbia en Nueva York, es autora de una veintena de novelas y obras de teatro, así como de varios volúmenes de memorias.
Los desastres de Guadalupe
Pero si algo ha convertido a Condé en una escritora de fama mundial ha sido la concesión en 2018 del premio New Academy, el llamado Nobel alternativo, sin duda el menor de los reconocimientos que ha suscitado su obra. "Sí, me alegré mucho de recibirlo. Me alegré por mi marido, que siempre me ha animado a seguir; por mi familia, que durante años me vio escribir prácticamente a cambio de nada; y, sobre todo, por mi tierra, Guadalupe, de quien los medios solo hablan cuando hay ciclones o catástrofes naturales. De hecho, esto mismo fue lo que dije en Estocolmo".
Presa de una vocación que la domina desde los diez años, a menudo recuerda cuál es su principal deseo al escribir. Lo que pretende, por encima de todo, es "contrariar a mis lectores, hurgando en las heridas mejor maquilladas, intentando que mis mejores dardos no pasen desapercibidos". De esos dardos hay muchos en la última novela que ha publicado en España, a vueltas con la maternidad, los abusos, el deseo y la ambición.
"Me alegró recibir el Nobel alternativo por mi marido, que siempre me ha animado; por mi familia, que durante años me vio escribir a cambio de nada; y, sobre todo, por mi tierra, Guadalupe"
Pregunta. Escribió La Deseada en 1997. ¿Qué recuerda hoy de la novela, qué la inspiró?
Respuesta. En la Guadalupe donde crecí, la noción de familia solo existía para los "békés" (criollos blancos) y en el núcleo social de la pequeña burguesía de color, de la que yo formaba parte. Solamente en estos círculos se veían familias con un padre y una madre. En su mayoría, los niños de las demás clases sociales ignoraban quién era su padre. Tan solo conocían a su madre, que se mataba a trabajar para mandarlos a la escuela y vestirlos. Tras mucho buscar, a veces descubrían que su padre era un viajante, o un funcionario, o incluso un cura. Años después, una de mis hijas, que es abogada, solía contarme historias de niños abandonados, violaciones, incestos… Y así, de manera natural, terminé escribiendo sobre el tema. Pero propuse una solución: pensé que lo que contaba era aquello en lo que nos hemos convertido, lo que hemos conseguido por nosotros mismos; y que el trauma del pasado, a fin de cuentas, no importaba.
Rastros de la autora
P. ¿Qué cambiaría hoy del libro, si lo escribiera ahora, casi tres décadas después?
R. La sociedad guadalupeña, afortunadamente, ha evolucionado mucho. En general, los hombres de ahora son más responsables y se hacen cargo de su descendencia. Algunos incluso van a buscar a sus hijos a la escuela, se implican en sus juegos y en sus distracciones.
P. ¿Qué le resultó lo más difícil de narrar en este libro, el abandono, los abusos, la soledad?
R. Lo más difícil de escribir fue el matrimonio de Marie-Noëlle con Stanley, el músico de jazz que deseaba componer La Sinfonía del Nuevo Mundo. En esa parte, mi intención era abrir un paréntesis de sueño en mitad de una realidad muy dura.
P. ¿Qué les prestó de usted misma a las protagonistas de la novela, en Ranélise, Marie-Noelle?
R. Ningún escritor puede decir cuánto hay de sí mismo en sus personajes. Hay algo de Maryse Condé en las tres mujeres del libro. Físicamente, quizás Marie-Noëlle sea la más cercana a mí: como yo, Marie-Noëlle estuvo enferma de los pulmones; se convirtió en profesora de universidad…
P. De todas formas, y a pesar del tiempo transcurrido, ¿puede reconocerse a sí misma como la misma mujer, la misma narradora, que escribió Hérémakhonon, su primer libro, en 1976, o La Deseada?
R. Espero haber evolucionado mucho desde esa época. En Hérémakhonon me centré, sobre todo, en luchar contra el simplismo de la Negritud. Vivía en África, en Guinea; y estaba descubriendo las diferencias entre las sociedades negras. Empecé entonces a considerarme discípula de Frantz Fanon, para quien el mundo negro es una mera creación de Occidente. En La Deseada quería hablar de problemas específicos de Las Antillas.
Optimista incurable
P. Los últimos tiempos, Francia ha sido escenario de virulentos enfrentamientos sociales y raciales. ¿Cree que algo está cambiando, que es posible soñar con una Europa más justa y acogedora con el extranjero, con el otro?
"No me gustan las etiquetas. Para mí, la literatura es lo que une a los hombres. Descubrí mi vocación leyendo Cumbres borrascosas de Emily Brontë. No puede haber nada más alejado de mí"
R. Soy optimista y creo que el cambio llegará. Como canta el grupo de rock francés Téléphone, "un día la tierra será redonda". De momento, la idea de raza, que tanto daño nos ha hecho, por fin está desapareciendo, a pesar de los dolorosos acontecimientos que tienen lugar en Estados Unidos y en el mundo. No obstante, todavía hacen falta mucho valor y mucho esfuerzo para llegar a la creación de un mundo armonioso y tolerante. Este es, de hecho, el tema de mi último libro, de próxima publicación en Francia: El Evangelio del Nuevo Mundo.
P. ¿Tiene ya clara su identidad, ha descubierto si es una autora caribeña, criolla, africana, francesa, afroiamericana, o quizá le molestan las etiquetas, los intentos de domesticarla y clasificarla?
R. No me gustan las etiquetas. Para mí, la literatura es lo que une a los hombres. Descubrí mi vocación leyendo Cumbres borrascosas de Emily Brontë. Emily Brontë es una autora inglesa, hija de un pastor protestante, que vivía en el condado de Yorkshire, en Inglaterra. No puede haber nada más alejado de mí, nada más diferente.
P. Es autora de docenas de novelas, relatos, obras de teatro. ¿Qué le impulsa a seguir escribiendo (o dictando)?
R. Para mí, escribir es vivir. Solo muerta dejaré de escribir.