La escritora antillana Maryse Condé (Pointe-à-Pitre, Guadalupe, 1937) lleva años trabajando sobre la diáspora negra y la historia de la esclavitud. Figura junto a los autores de Martinica, Aimé Cesaire y Édouard Glissant, o los narradores más jóvenes Lydie Moudileno y Raphael Confiant, entre los grandes escritores francófonos de ultramar comprometidos con la manifestación de la conciencia colectiva de la negritud y sus avatares históricos.
Maryse Condé, todavía poco conocida en España, está considerada como un “monstruo sagrado” de las literaturas francófonas y ha recibido prestigiosos premios internacionales, entre ellos el llamado Premio Nobel alternativo, que le fue otorgado en 2018, cuando no se entregó el Nobel de Literatura a causa de los problemas internos de la Academia Sueca. A raíz de la Ley Taubira, promulgada en Francia en 2001, reconociendo la trata y la esclavitud como crímenes contra la humanidad, se creó el Comité Nacional de la Memoria de la Esclavitud, que Marysé Condé presidió varios años.
Añadir estos datos a la biografía de Condé, especialista en literatura comparada y profesora en universidades de todo el mundo, es recordar cómo algunas grandes autoras pueden pasar a segundo plano de no existir la voluntad de darlas a conocer. En este caso, Impedimenta se ha propuesto publicar en castellano la obra rica, profunda y comprometida de la escritora antillana, con la cuidada traducción de Martha Asunción Alonso.
Maryse Condé escribió Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, publicada en Francia en 1986, con esa vocación de manifestar la dolorosa experiencia humana de la esclavitud y el extrañamiento de una mujer mestiza, rechazada y acusada de brujería. “Tituba y yo convivimos en la más estrecha intimidad durante un año. En el transcurso de nuestras interminables conversaciones me contó todas estas cosas”, escribe la autora en el exergo de la obra. La habilidad de Condé consiste en rescatar, de un modo imaginativo, la historia de Tituba, personaje real, la única acusada negra en la caza de brujas de Salem, en 1692.
Con los pocos datos disponibles, ya que los historiadores de los juicios de brujería de Massachusetts apenas repararon en ella, la escritora guadalupense resucita a Tituba para que ella misma, en primera persona, narre sus desventuras, y las de sus gentes cercanas.
“Abena, mi madre, fue violada por un marinero inglés en la cubierta del Christ the King un día de 16**, mientras el navío zarpaba rumbo a Barbados. Yo fui fruto de aquella agresión. De aquel despreciable acto de odio.” Así inicia su historia Tituba, evocando el viaje de su madre esclava, desde Ghana a Barbados. Tituba quedará huérfana a los pocos años, su madre será ahorcada en público por atentar contra el patrón, que trató de violarla.
Maryse Condé subraya la rebeldía que como negra, como esclava y como mujer, Tituba posee de sí misma
Tituba, entonces, será criada por Man Yaya, una vieja curandera que le enseñará a sanar con hierbas y a hablar con los muertos. Pese a su aire de leyenda oral contada de generación en generación, alrededor de un fuego de esclavos antillanos, la historia de Tituba es compleja y corrosiva. Maryse Condé desnuda el alma de la protagonista, entre cuentos de aparecidos y violencias intolerables contra los negros y los diferentes, pero se subraya la toma de conciencia y la rebeldía que como negra, como esclava y como mujer, Tituba posee de sí misma. Bajo el exotismo y la rebelión, Tituba encarna la experiencia común de un grupo humano maltratado y marginalizado.
En la novela, las presencias sobrenaturales de Abena y Man Yaya acompañan a Tituba, y componen con ella un triángulo femenino de resistencia y rebeldía. El deseo y el amor físico irrumpirán en la forma de John Indien, el compañero de Tituba. La metáfora del amor como esclavitud cobra aquí todo su sentido. Al obligarla a casarse con su hombre, ella pasará a ser esclava de la misma ama blanca, cruel y mezquina.
La sucesión de hechos, en los que se entremezclan, magia, sensualidad y violencia, conducirá a la pareja hasta América. Es en su traslado a Salem, Massachusetts, donde llegan ambos como esclavos del Reverendo Samuel Parris, cuando se encuentran con el puritanismo generalizado de la población, mezclado con el temor a una mujer negra. Tituba, sin las armas de simpatía y “negrerías”, dice ella, de su compañero, que sabe seducir con gracia, sufrirá el desprecio racial, sexual y de clase.
Discriminada, temida por los relatos del más allá que cuenta a las niñas de la casa, acabará siendo el chivo expiatorio de un episodio de sinrazón e histeria colectiva de un pueblo que caerá bajo el pánico de las supersticiones más terroríficas.
El racismo machista
Los juicios de “las brujas de Salem” se saldaron con los ahorcamientos de diecinueve personas, la mayoría mujeres, encarcelamientos y torturas. La Tituba de carne y hueso se benefició de un indulto general, para el resto de las mujeres acusadas, decretado en febrero de 1693 por Sir William Phips, gobernador de Bay Colony.
Se sabe que fue vendida como esclava, y es de nuevo en ese punto donde Condé recrea una realidad paralela. Concede otra vida a Tituba, en la que se siguen desencadenando las fuerzas del fanatismo, la traición - también se recoge un episodio de odio contra los judíos- y la brutalidad. En medio de sobresaltos, Tituba se procura unos momentos de sensualidad, sosiego y rebeldía final.
Añade la autora un epílogo para dar cuenta, con la voz de Tituba, de que las abyecciones de las sociedades racistas componen una larga historia de crueldad contra los negros y aún más, contra las mujeres negras. Las fuerzas irracionales no desaparecen en cuatro o cinco siglos. En la nota histórica final, Condé achaca al racismo histórico la circunstancia de que la única “bruja” negra de Salem no fuera tomada en cuenta por la documentación de los hechos.
Se ha dicho antes que la historia de Tituba es narrada con el colorista lenguaje de los cuentacuentos de las Antillas, y que la autora evita el exceso de pathos en los episodios más dolorosos; sin embargo los demonios colectivos lanzados contra la realidad negra están ahí, convertidos en literatura. La voz de Tituba, con sus sonoridades y su tragedia, cuenta una magnífica historia antigua y de hoy.