“Esta es la primera novela de la que conozco la fecha exacta de cuando surgió: 29 de abril de 2017”, explica, sonriente como siempre, Rosa Montero (Madrid, 1951), que confiesa que la idea original se le ocurrió viviendo una escena muy similar a la que abre el libro. “Yo iba a dar una conferencia en un AVE a Málaga y de repente nos paramos en mitad de la nada, en un pueblo horroroso como el que describo. De repente se me ocurrió uno de esos ‘y si’ que son sueños que sueñas con los ojos abiertos: ¿y si alguien de repente se baja, se compra ese apartamento feísimo y se queda allí encerrado?”, se preguntó la escritora. “Y me entró esa emoción tremenda de cuando tienes una historia que no te cabe en la cabeza y supe que tenía que contarlo, que compartirlo”.
Ese fue el germen de La buena suerte (Alfaguara), una novela absorbente y llena de misterios que da una vuelta de tuerca a los habituales temas de la autora, construyendo un fiel reflejo de nuestro complejo modo de vivir. Muy atenta a no deslizar pistas sobre el extraño comportamiento del extraño protagonista, “porque la historia tiene una estructura engañosa, es como un caleidoscopio lleno de misterios que se suceden y hasta se contradicen”, Montero reconoce que terminar la novela durante los meses de la pandemia ha cambiado su perspectiva. “El borrador es de enero, pero hay un confinamiento, hay una reinvención de la vida y hay la sensación de que somos un juguete del azar”, todos detalles que han cobrado nueva importancia tras esta experiencia colectiva.
P. El protagonista de su libro comete un acto desesperado para dejar todo atrás, pero comprende poco a poco lo que quizá desde fuera es obvio, ¿nunca podemos huir del pasado o de nosotros mismos?
R. Nunca. Aunque, por otro lado, quería recalcar que sí puedes reinventar tu vida, él de hecho la reinventa. O sea, tú eres tú con todo tu pasado, pero tu futuro está por escribir. No somos dueños de nuestras circunstancias, en realidad, somos unas pequeñas hormigas pataleantes y no controlamos para nada nuestras vidas ni la realidad, como nos ha enseñado clarísimamente la pandemia, pero, aunque el azar pese tanto sí podemos elegir la respuesta que damos a esa realidad y en esa elección estamos ganando o perdiendo la vida, literalmente.
P. Afloran aquí temas habituales en su obra como el fracaso, el paso del tiempo, el miedo a la muerte, pero también a la vida, y la necesidad de amar... ¿Un escritor nunca escapa de sí mismo al escribir o son cuestiones tan omnipresentes e inagotables que siempre están agazapadas en cada historia?
R. Todos escribimos siempre sobre las mismas cosas, y nunca para enseñar, sino para aprender, para poner un poco de luz en tus obsesiones y tus tinieblas. Yo escribo, primero, para perder el miedo a morir, y, segundo, para soportar justamente el dolor y el horror de la vida. Y tengo la sensación de que en esta novela lo he conseguido más que nunca y de una manera más pura, más sencilla, con esa difícil sencillez que decía John Steinbeck. Por otro lado, mis obsesiones son básicamente los temas esenciales de la literatura y de la vida, sí, de ahí, quizá, la suerte que tengo de tener lectores, porque hace unos meses he descubierto con bastante pasmo que mis novelas, en realidad, están llenas de personajes muy estrafalarios. Son lo contrario, digamos, a la novela costumbrista de personajes prototípicos. Los míos siempre son gente rara, pero sin embargo la gente se identifica con ellos. Pensar eso me dejó maravillada, satisfecha e ilusionada, ya que me indica que de alguna manera he conseguido rozar esa esencia común y básica que todos tenemos, porque muy dentro de nosotros todos somos iguales.
Luchar contra el mal absoluto
P. En las varias historias que se entrelazan en el libro tiene un peso capital, de muy distintas formas, la familia, ¿por qué le concedes tanta importancia?
"Las religiones se inventaron para darle al mal un lugar en el mundo, para darle un sentido y poder soportarlo. La literatura cumple hoy ese papel"
R. Tú no escoges las historias que cuentas, sino que éstas te escogen a ti, nacen del inconsciente, como sueños que sueñas con los ojos abiertos. Pero la parte consciente de esta historia nace de que quería escribir una novela sobre la esencia de la vida, su alegría y su angustia, una novela sobre el bien y el mal. El mal, ese mal sin sentido, horrible, que nos desarbola y no podemos soportar. Como dice una frase de la novela, las religiones se inventaron para darle al mal un lugar en el mundo, para darle un sentido y poder soportarlo. Quería escribir del mal justamente para eso, para poder soportarlo, porque la literatura puede cumplir ese papel. Y en mi opinión, el mal absoluto, llevado al extremo, es el que ocurre en el seno de las familias, el que se manifiesta cuando un lugar que debería ser un refugio se convierte en un infierno.
Así, la escritora explora varias relaciones paternofiliales frustradas, casi siempre por la dejadez y la violencia, y añade además unos bien salpicados elementos del mundo real en forma de estremecedores casos de familias de padres que abusaron durante años de sus hijos o de vástagos que terminan con sus progenitores. Pero a pesar de la crudeza, Montero insiste en que la literatura es capaz de contrarrestar lo estremecedor de la vida. “Mientras escribía esta historia me he sentido protegida de ese mal, el libro es una celebración de la fuerza de la vida y de que el bien, en última instancia gana al mal. Creo que hay en él una luz que siempre vence a las sombras y realmente me ha dado mucha energía para afrontar los últimos tiempos. Ha sido en ese sentido una novela muy sanadora, muy serenadora, esa sería la palabra, serenadora.
P. "Inventar consuela” asumen tus personajes cuando la realidad duele o no gusta. ¿Qué sería del ser humano sin la capacidad de inventar historias?
"Todos arrastramos una especie de penacho transparente de las vidas no vividas y compartimos la sensación de querer alguna vez escapar de la propia"
R. Efectivamente, inventar consuela y por eso es lo que hacemos todos. Escribiendo, si escribimos, pero si no leyendo, o yendo al cine o viendo una serie. Los seres humanos necesitamos esas mentiras, esos inventos, esas posibilidades de vernos en otras vidas. Como decía Fernando Pessoa, la existencia de la literatura es la prueba inequívoca de que la vida no basta. Y es así, necesitamos como seres humanos esas otras vidas soñadas. Precisamente lo que me emocionó tanto de mi primera idea para esta novela es que conectó con esa sensación que alguna vez hemos tenido todos de querer escapar de nuestra propia vida. Todos arrastramos una especie de penacho transparente de las vidas no vividas, y esa sensación de encierro de querer escapar de nuestro destino y cambiarlo por cualquier otro.
P. “Envejecer es la gran tragedia del ser humano”, dice el personaje de Felipe secuestrado por un anciano a quién no reconoce, pero incapaz de suicidarse como planeaba... ¿se aprende a negociar con la vejez, como con todo en la vida?
R. Por supuesto que sí. Otra cosa que uso mucho en toda mi literatura y que me parece que ayuda a dimensionar correctamente la vida y a quitarnos el peso de la autoimportancia es el sentido del humor, que es una de las herramientas de la sabiduría. En efecto, este personaje, incapaz de soportar envejecer, planea su fin, pero poco a poco lo va dejando, un día porque está resfriado, otro porque no se siente bien... seguro que es lo que me va a pasar a mí también.
Una vida que merezca la pena
P. El amor, la necesidad de amar, incluso a pesar de uno mismo es aquí de nuevo como elemento redentor... ¿qué papel concede al amor en la vida?
"El amor por las personas es, junto al miedo y el humor el otro elemento central de mi escritura. Una vida que no se vive con los otros no merece la pena"
R. El amor por las personas es, junto al miedo y el humor el otro elemento central de mi escritura. Al contrario que mis personajes, siempre misántropos con problemas, yo creo que mi mayor logro en la vida es ser amiga. Tengo amigos desde hace 40 años con toda la inversión, el cuidado y el trabajo que implica eso y tengo amigos desde hace dos años, lo que evidencia que estoy abierta a seguir invirtiendo ese esfuerzo y ese cariño... Siempre he tenido la absoluta certidumbre de que una vida que no se vive con los otros no merece la pena y de que la gente que teme exponer sus sentimientos opta por morir en vida. Necesitamos amar al otro.
P. En este sentido, el libro explora también el miedo a vivir la vida, ¿experiencias como los últimos meses deberían enseñarnos a perderlo?
R. Personalmente pienso que sí, pero no sé cómo puede haber afectado a todo el mundo. Quizá para la gente muy misántropa el encierro ha sido un agravante, un motivo más de miedo... Ojalá toda esta delirante situación sirviera para que nos replanteáramos nuestras vidas e intentáramos mejorarlas. Deberíamos procurar que este parón nos haga pensar en nuestra felicidad y plantearnos qué le está faltando a la vida loca esta rápida que estamos llevando, para volver a aspirar a ser felices, eso que soñamos de adolescentes y que luego vamos olvidando. No quiero sonar ingenua, pero ojalá. En cuanto a mí, como hablábamos hace unos meses todavía no lo he procesado como para escribir sobre ello. Saldrá porque es una situación muy bestia, tremenda, y la literatura sale sin que la busques, pero no creo que salga de manera directa. Por de pronto, ya estoy con otro libro para el que llevo ya un tiempo tomando notas. Será uno de esos ensayos locos que yo hago, tipo La loca de la casa o La ridícula idea de no volver a verte, un ensayo sobre creación y locura, algo que me pega mucho.
P. Sus libros siempre dejan un poso optimista de la vida sin por ello ocultar sus muchas y graves hipotecas. ¿El balance es bueno? ¿Existe la buena suerte?
R. Sí, pero mi optimismo no es voluntarista, es que lo siento así. Creo que en la vida hay mucha luz y cuando vemos la oscuridad tenemos que recordar que la luz existe. En cuanto a la suerte, he aprendido que la hacemos nosotros. Lo que enseña la novela es que la buena suerte siempre depende de que la busques, de que quieras tener buena suerte.