La viudaJosé Saramago

Traducción de Antonio Sáez. Alfaguara. Barcelona, 2021. 320 páginas. 18,90 €. Ebook: 8,99 €

He abierto con inusual curiosidad La viuda. Siempre me ha resultado llamativo que siguiera sin traducirse a nuestra lengua la primera novela de José Saramago (Azinhaga, 1922-Lanzarote, 2010) decenios después de su publicación con el título Terra do pecado (1947). La mayor parte de los libros del escritor portugués han tenido una amplia recepción, además de buena y a veces polémica, lo cual hacía sospechar que se debiera a tratarse de un insatisfactorio libro primerizo. El que el autor se apartara de la escritura durante cuatro lustros, hasta que no sintió la necesidad de decir algo y supo cómo realizarlo, avalaría esa presunción. (También tardó, por cierto, medio siglo en ver la luz la segunda obra, Claraboya, que apareció póstuma).

El misterio continúa porque la causa de ninguna manera puede achacarse a falta de calidad. Quizás haya otra razón: La viuda es una historia completamente tradicional, un relato anclado en todos y cada uno de los requisitos de la narrativa decimonónica. Hasta el título refleja esa filiación: como tantas obras de aquella etapa de la narrativa clásica, pone una referencia o una mención a una mujer que se convierte en el eje del argumento; recuérdese: La Regenta, Sotileza, Doña Perfecta, Eugenia Grandet, Madame Bovary, Anna Karénina, y bastantes más.

En efecto, La viuda cuenta de modo por completo convencional la peripecia de una mujer todavía joven y agraciada, María Leonor, tras la muerte de su marido. Tiene que ocuparse de sus dos niños y debe afrontar la administración de la finca agrícola cercana a Lisboa donde vive. Cuenta con algunos apoyos (el médico local, un sacerdote anciano, un cuñado también médico, un capataz o una criada) que le sirven de precaria ayuda o le crean graves conflictos íntimos. Entre unas cosas y otras, esta mujer hiperestésica sufre profundas depresiones, de las cuales nunca llega a recuperarse, y la vida se le convierte en un infierno. Su día a día será un calvario y el mundo le pasa cruel factura cada vez que vislumbra un horizonte de paz. La historia toma un rumbo definitivo trágico, en el que, al margen de las afecciones psíquicas de la mujer, reconocemos el sentimiento existencialista generalizado en Europa en los años de escritura del libro.

Misteriosamente inédito hasta ahora en España, 'La viuda', debut del escritor, es bastante más que el trabajo de un afanoso diletante

Esta amarga historia se ahorma en los parámetros de la novela psicologista, en lo que Juan Goytisolo llamaba novela de la intimidad. Todos los personajes aludidos son escrutados con penetración en la mente y en sus complejas pulsiones y se logran muy completos retratos anímicos y morales. El corazón de la historia lo roban un par de ellos de tormentosa relación, la protagonista y su criada Benedita, en cuya evolución desde una especie de abnegada Benina galdosiana hasta una arpía exhibe el autor cualidades de introspección sobresalientes.

El foco puesto de forma tan exclusiva en lo íntimo determina que el otro, la vertiente exterior, por seguir con la etiqueta de Goytisolo, quede reducido a muy poca cosa. La cuestión social no ofrece la menor tensión y se recrea el ambiente propio de la novela idilio perediana. Sí tiene cierta envergadura la cuestión religiosa, pero se trata con suma delicadeza, como un juego amable entre el libre pensamiento y las creencias del conservadurismo clerical. Todo ello porque Saramago se centra en el asunto para él prioritario, una reivindicación cerrada y voluntarista de la vida como obligación de la existencia. Como sea, se impone la determinación de vivir, triaca contra las adversidades, incluso si son tan tremendas como las que se nos cuentan.

De este modo, la historia íntima de La viuda toma un vuelo filosófico y conecta con el resto de la obra de Saramago. Se distancia, sin embargo, por un relato omnisciente y sujeto a la alternancia rigurosa de narración y descripción más por la ausencia total de recursos vanguardistas. Como novela de las de toda la vida, tiene notables aciertos y merece muy positiva consideración. Es bastante más que el trabajo de un afanoso diletante.