No soy nada dado a los maximalismos que practican muchos de mis colegas, señalando obras maestras a cada paso, o, en momentos menos eufóricos, de la década o del siglo. Pero es evidente que este trabajo que Sequeiros (Buenos Aires, 1971) ha ido haciendo y deshaciendo a lo largo de unos veinte años es verdaderamente prodigioso desde la misma declaración que supone la portada: esa personal recreación del duodécimo arcano mayor del Tarot, el ahorcado (poderoso símbolo de purificación merced a la inversión del orden terreno y que señala, por tanto, el final de un ciclo para que un hombre, aquí el propio autor, restituya su ser), despellejado como Marsias por su vanidad, con una vagina ventral como herida más evidente, y esa exclamación de Nietzsche, Nein sagen (No decir), a la que el filósofo sumaría su Nein wollen (No querer) y su Nein tun (No hacer), como una posible guía de conducta.
¡Qué mejor pórtico para adentrarse en el territorio-purgatorio de La Mala Pena, una geografía que los lectores de anteriores obras de Sequeiros conocen bien, o, para ser más precisos, con la que están familiarizados, en la medida en que hablamos de un creador que ha optado siempre por cultivar cierto hermetismo acerca de ese mundo de sombras poseído por la ansiedad de la culpa, la libido y el impulso de la reparación!
Así que yo les pediría a ustedes que no se esforzaran demasiado por interpretar la iconografía de este libro, que tiene más de autoanalítico que de autobiográfico (otro de sus valores en los tiempos de sobreabundancia del yo), y se dejaran arrastrar únicamente por una cierta apertura de espíritu y por la poética que desprende este artefacto elaborado para dar fe del conocimiento como transformación, operación de la que ni el autor ni el lector, afortunadamente, pueden salir indemnes.
Pido al lector se deje arrastrar por la poética que desprende este ‘Romeo muerto’, del que ni el autor ni el lector pueden salir indemnes
Acepten, como decía Rilke, que la belleza quizá sea tan solo una forma mitigada de lo horrible y verán cuán pronto todos esos rincones (el café Misterio, el bar Las Pausas Púnicas, el hotel Sod, que ha terminado por canibalizar a Romeo, los baños públicos del Muro de la Leche, o la barraca de Circe) poseen una hermosa fisicidad de lo inconsciente que respira al compás de la carga de quienes los ocupan o transitan por ellos. Unos personajes tan fascinantes como Ambigú, el justiciero transexual, Nostromo Quebranto, Fanny Pelopaja, o nuestro Romeo Resuello, entre otros, todos fruto de la manifestación disolvente de un narrador único embarcado en un proceso inducido de escisión.
Si así lo hacen, comprobarán que este libro no nace del delirium tremens de un artista que vivió muchos años aherrojado por el alcohol, aunque sobre este apeadero del ánima en tránsito caiga una persistente lluvia de orujo, sino que disecciona muchas de las fuerzas irracionales que nos habitan a todos cada vez que Eros y Tánatos entran en conflicto dentro de nuestra mente y nos asomamos mínimamente a los comportamientos psíquicos que gobiernan el comportamiento de nuestra personalidad y en ocasiones el secuestro de nuestra voluntad.
Romeo muerto podría haber sido el punto final del viaje a una realidad que empieza por parecernos de ribetes oníricos y que termina por desvelarse, gracias al yo pensante de Sequeiros, como una realidad poliédrica plenamente auténtica, pero, si el dibujante cumple su palabra, habrá en el futuro más viajes a La Mala Pena, tres más, de los que solo espero que tanto él como nosotros salgamos depurados, y que nos pondrán en contacto con nuevas vivencias traumáticas, y, por qué no, a veces neuróticas, hasta alcanzar ese destino en el que nos aguarda el trauma inicial que desencadenó en su caso tanta desgracia y tanta impotencia.
Entre tanto, yo me confieso tan fascinado ante este libro como lo estaba Hannah Arendt con los textos de Hermann Broch, que, según dijo tras la muerte de éste, le recordaba a esos artistas de la evasión que contemplaba en las ferias, cuya profesión era dejarse atar para demostrar de qué forma tan magnífica podían deshacerse aún de las ataduras más finas.