Conforme al espíritu de la colección de “Españoles eminentes” auspiciada por la Fundación Juan March en la que aparece, esta biografía de Luis Vives (1493-1540) trata de captar el ethos ejemplar del personaje en su contexto histórico y en su proyección actual. Su autor, José Luis Villacañas (Úbeda, 1955), reputado catedrático de filosofía en la Universidad Complutense y director de la Biblioteca Saavedra Fajardo, cuenta para ello con un acreditado bagaje como historiador de las ideas políticas, los conceptos y las mentalidades, habiendo publicado, entre otros destacados trabajos en esa línea, La formación de los reinos hispánicos (2006), ¿Qué imperio? Un ensayo polémico sobre Carlos V y la España imperial (2008), La monarquía hispánica (2008), El cosmos fallido de los godos (2017) o los dos volúmenes de Imperio, Reforma y Modernidad (2017-20).
Villacañas sabe, no obstante, que escribe a contracorriente. Por eso avisa de que lo suyo ha de ser, necesariamente, un ensayo de biografía. Haría falta un Chesterton o un Stefan Zweig, nos dice, para captar el nervio espiritual del que posiblemente sea nuestro primer filósofo moderno, hilarlo en la trama del tiempo y engarzarlo de la forma debida con un presente donde su legado se hubiese sedimentado y fructificado en la conciencia colectiva. Pero el lazo de la transmisión histórica está quebrado en nuestro caso. Difícil sopesar la tradición cuando lo que procede, más bien, es reconocer cuánto nos distancia y separa de un nexo vivo con ella.
Explica Villacañas que haría falta un Chesterton o un Zweig para captar el nervio espiritual del que fue el primer filósofo español moderno
Así, aunque esta biografía difiere sustancialmente de la valoración que hiciera Ortega y Gasset del periplo del humanista valenciano al reducirlo con ironía a un mero “nacer, estudiar, publicar y morir”, en su planteamiento se percibe cierta sintonía de fondo con el empeño orteguiano de salvación patria. La deuda siempre pendiente de España con la Ilustración y la modernidad es lo que late con viveza en los muchos compromisos emprendidos por José Luis Villacañas dentro su rica y extensa trayectoria profesional, del estudio concienzudo de Kant y sus derroteros idealistas al examen de la sociología crítica alumbrada por Max Weber.
También de sus incursiones en la historia conceptual de la mano de Reinhart Koselleck o Hans Blumenberg, o de sus aproximaciones a Habermas, Niklas Luhmann o Foucault a sus perspicaces análisis de las relaciones entre protestantismo, secularización y teología política. Todo eso encuentra aquí, en esta pulcra y precisa reconstrucción de la vida y la obra de Vives, donde el positivismo historiográfico se combina eficazmente con la hermenéutica, un punto nodal para explicar el destino de España “en la más crucial divisoria de aguas de la historia europea”.
A la hora de intentar esclarecer las raíces del problemático tránsito de nuestra nación por esa divisoria entre tradición y novedad, Villacañas ha protagonizado alguna que otra sonada polémica, como la que le llevó a replicar al bestseller de la historiadora Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra, con una visión mucho más crítica del modo en que debíamos tratar de confrontarnos y reconciliarnos con todo aquel pasado. Su libro Imperiofilia y el populismo nacional-católico (2019) no negaba la existencia de construcciones distorsionadas de la imagen de España en medio de las luchas ideológicas de calvinistas y anglicanos contra la política imperial, que fueron las que acuñaron esa leyenda negra, sobre todo a partir del reinado de Felipe II; pero se resistía a blanquear los aspectos más siniestros de la Inquisición o de la Conquista de América, detectando en el deseo de un relato más luminoso y homogéneo de la Historia de España la necesidad de curar algunas heridas narcisistas del presente.
Vives buscó un nuevo equilibrio social a partir de un cristianismo racional, pero no halló un 'ethos' colectivo donde asentar su sueño de convivencia
Más allá de filias o fobias, Villacañas sitúa al Imperio hispano ante su incapacidad objetiva para devenir Estado moderno. Como explica en este libro recogiendo algunos finos análisis de trabajos anteriores, como es el caso de Imperio, Reforma y Modernidad, en este punto de nuestra historia se produjo una suerte de inversión paradójica: la España de los Austria quiso madurar un nuevo orden demasiado pronto, pero quedó atrapada en las viejas formas del providencialismo y del espíritu de cruzada. Vives, uno de los mayores humanistas del Renacimiento, en nada inferior a su colega Erasmo —pese al juicio dominante establecido por Marcel Bataillon— percibió la necesidad de compensar este desfase con un reparto más equitativo del poder temporal.
Por eso receló tanto de Carlos V, aunque también lo hizo del resto de monarcas europeos. Buscó afanosamente un nuevo equilibrio a partir de un cristianismo racional, capaz de abarcar generosamente a las distintas confesiones. Consejero de papas y reyes, promovió sin descanso la concordia y el encuentro conciliar para resolver las disputas con el luteranismo, sabedor de que la lógica de la guerra no permitía ganador alguno ni posibilitaba la construcción del nuevo orden que Europa esperaba.
Asimismo, Vives prefiguró formas modernas de auxilio social con escritos como el dedicado al socorro de los pobres; reclamó el avance del conocimiento frente a la rancia escolástica; trabajó en la reorganización de las disciplinas humanísticas; divulgó los saberes con claridad de lenguaje e hizo notables contribuciones a la psicología y la filosofía moral. Pero una y otra vez vio frustradas sus mejores expectativas. La razón de Estado conducía inexorablemente a Europa a la guerra y hacía del sueño hispano de Respublica christiana una dolorosa caricatura, sostenida después durante siglos.
Villacañas narra en esta obra de referencia la tragedia de un tipo humano ejemplar sin encaje posible en las condiciones de su patria y de su tiempo
El profundo cristianismo de un converso, que sintió muy de cerca los rigores de la Inquisición, que los padeció en lo más íntimo, acusados los suyos de prácticas judaizantes y muerto su padre en la hoguera; que se formó en el exilio —París, Brujas, Lovaina, Oxford— y que nunca terminó de regresar a su tierra natal, no halló un ethos colectivo donde asentar su sueño de convivencia pacífica. Con amargura, aunque sin resentimiento, describiría así su situación en una carta a Juan Maldonado: “Allí, en España, leen poco mis obras, menos las entienden, menos aún las compran o se preocupan de ellas, dada la frialdad de nuestros compatriotas por el afán de las letras”.
La tragedia de un tipo humano ejemplar, sin encaje posible en las condiciones de su patria y de su tiempo, es lo que plasma perfectamente Villacañas en este libro llamado a convertirse en obra de referencia en su género. Lo que más impresiona de este penetrante retrato es la constancia y el temple moderado de Vives, la dignidad de su callada resistencia al infortunio: una fuerza que nace de su insobornable confianza en el poder de la razón para educar al individuo y sembrar de futuro el mortecino presente. He aquí nuestro hombre para todas las horas, que estaba aún por descubrir de la manera más rotunda.