Mural de Diego Rivera, expresión de la leyenda negra en América
Partir de una perspectiva original, establecer conexiones inéditas y opinar libremente con intención de polemizar sobre un asunto, son las características que distinguen al ensayo. Es lo que ha hecho la profesora Elvira Roca (El Borge, 1966), un ensayo que, si no ha generado aún un debate intenso, es porque lleva pocos meses en la calle. Esperemos que se discutan sus ideas, porque son provocadoras, apasionadas y tocan cuestiones de actualidad. Roca aborda la Leyenda Negra y la vincula a un concepto más amplio, la imperiofobia, enfermedad de la opinión producida por el agente patógeno de la propaganda, que han padecido todos los imperios y cuya versión más actual sería el antiamericanismo.En el caso español, este mal afectó a su imperio cuando existió -desde finales del siglo XV a 1898- y se ha cronificado en forma de hispanofobia. La Leyenda Negra, forma específica de antiespañolismo, nació hace siglos y pervive hoy dentro y fuera de nuestras fronteras. ¿Por qué?
Eso es lo que trata de esclarecer el volumen. Primero rastrea el origen de la Leyenda Negra dentro de una actitud amplia de rechazo y denigración de los imperios, empezando por Roma hasta el norteamericano. Luego identifica los contenidos básicos de esta construcción propagandística contra toda potencia hegemónica -barbarie, codicia, fanatismo religioso, violencia- y explica cómo se han atribuido tales culpas a los españoles -genocidio americano, Inquisición, militarismo, racismo, incultura-. Y por fin denuncia la vigencia de la Leyenda Negra con unos rasgos muy nítidos desde la Ilustración hasta nuestros días, un prejuicio cuya particularidad más singular, y que a la vez le dota de eficacia, es que no solo pervive entre quienes la crearon -extranjeros-, sino que se pasea con buena salud entre los propios españoles, que nos la creemos.
Eso es lo más penoso y peligroso, según Roca, que hayamos asumido los tópicos que se reprochan a la historia de España. Según su argumentación, fueron los humanistas italianos, alemanes y flamencos quienes forjaron la propaganda antiespañola en reacción contra la potencia dominadora en ascenso. Luego los protestantes de todo lugar unieron España y catolicismo porque necesitaban demonizar a sus enemigos. Después actuaron las potencias rivales, Inglaterra, Holanda y Francia, celosas de un imperio transcontinental envidiado. Y para remate ayudaron a la Leyenda los Estados Unidos cuando se lanzaron a sustituir a España en América.
Historiar prejuicios es delicado porque supone estudiar medias verdades, las mentiras más persuasivas. Para ello Roca lidia sin miedo con literatura de diversa naturaleza, manipulaciones más o menos hábiles y colaboradores ingenuos o malintencionados, pues de todo hubo. Hay que reconocer que frente a los notables éxitos de la propaganda extranjera y protestante, las respuestas españolas y católicas tuvieron mínima repercusión.
Lo más lamentable, según la autora, es el proceso de interiorización de la Leyenda Negra, que arranca de la abrumada reacción ante el llamado desastre de 1898. Sin embargo, la pérdida de Cuba y Puerto Rico no fue más que el certificado de defunción de un imperio ya fenecido. Las elites intelectuales y políticas de enton- ces, en lugar de buscar en ellos mismos y en la historia reciente las causas de la liquidación, optaron por lo más fácil, que fue achacar el colapso del imperio a quienes lo habían puesto en pie en el siglo XVI y XVII, y de ahí que asumiesen los puntos principales de la Leyenda Negra. Por pereza intelectual y por intereses ideo- lógicos la propaganda vence a la historia.
Un caso evidente es la Inquisición, que si bien ha sido objeto de una notable revisión gracias al esfuerzo de los historiadores en las últimas décadas, sin embargo poco de ello ha calado en la opinión pública, sea más o menos formada. Se sigue pensando sobre el Santo Oficio en los términos de antaño, esa visión negra y criminal erigida por los protestantes por motivos obvios, posteriormente proyectada por los ilustrados europeos y hecha suya por españoles como Goya o Llorente. Pues bien, está viva hoy incluso entre universitarios españoles -doy fe de ello por mi experiencia docente. La lucha entre la búsqueda crítica de la verdad y las impresiones prejuiciosas, heredadas y compartidas por la mayoría, no tiene fin y es una tarea tan hercúlea como incierta.
Ahí se sitúa el ensayo de Roca, en la denuncia del catálogo de mentiras y medias verdades que han alimentado la Leyenda Negra y que la mantienen fresca, transformada en verdad por efecto de la repetición y la falta de reacción de quienes tienen la responsabilidad de combatirla.
No hace falta estar de acuerdo con todo lo que dice la autora. De hecho hay planteamientos suyos francamente discutibles, como por ejemplo que el afán de denunciar la reiteración de determinados tópicos por la historiografía le lleve a impugnar la totalidad del trabajo de algunos historiadores españoles muy meritorios; o que induzca a confusión porque mezcla fenómenos como el victimismo nacionalista con la oposición a lo imperial y con la confrontación ideológica o religiosa, fenómenos cercanos pero de diferente configuración y sentido; o que tienda a simplificar las categorías y las comparaciones y con ello desenfoque las particularidades de cada caso.
Aunque no creo que Elvira Roca haya pretendido que el lector esté de acuerdo con todo lo que dice. De hecho, deja clara su postura personal desde el principio y el tono desinhibido, irónico a veces y apasionado siempre de su escritura revela que su objetivo es la agitación del panorama somnoliento dominante, denunciar sin tapujos algunos de los lugares comunes donde habita una parte amplia del mundo académico español. Es honesta intelectualmente y por eso quiere polemizar contra convencionalismos facilones. Ojalá el libro sirva para debatir, como espera la autora y quien firma esta reseña.