Música soviética, creatividad bajo la sombra del gulag
'El piano soviético' plantea una cuestión moral: ¿cómo consiguió el régimen soviético tanta creatividad? ¿Qué crímenes alimentaban ese criadero?
9 marzo, 2021 09:19El piano soviético deja en el lector un recuerdo, lejano, pero inquietante, de las novelas de Le Carré. Su trama externa era de intriga, pero el verdadero asunto era siempre moral: por qué se hizo espía, qué le llevó a traicionar a su país y, sobre todo, qué me parece a mí, simpatizo con su dilema o no, me cae bien o mal, quiero que le pesquen, que logre escapar o que lo canjeen en el Checkpoint Charlie…
En El piano soviético pasa algo parecido. El asunto es musical, los gigantescos pianistas que vinieron del frío, pero, entre sonata y sonata, asoma siempre la cuestión moral: cómo consiguió el régimen soviético tanta creatividad, qué crímenes, cometidos muchos de ellos sobre los propios pianistas, alimentaban ese criadero y qué me dice sobre la naturaleza del arte el interesado interés que mostraron por él los “ingenieros de almas”. Para dar en la diana de la contradicción moral del arte soviético, a la vez maravilloso y malvado, Ciammarughi (Milán, 1981) recurre a una cita de un gran poeta ruso, Ósip Mandelstam: “Solo aquí se respeta la poesía, puesto que matan en su nombre. En ningún otro país matan por motivos poéticos”. A él, por ejemplo, que murió en el Gulag.
El libro describe la peripecia vital de los grandes pianistas que produjo la URSS: Vladímir Horowitz, Nikolái Médtner, Emill Gillels, Nikita Magaloff, Shura Cherkassky, Sviatoslav Richter, Lazar Berman, Andrei Gavrilov, Vladímir Áshkenazi y varias docenas más. Están, además, sus profesores, igualmente legendarios: Anna Yésipova, Aleksandr Goldenweiser, Heinrich Neuhaus. En Occidente los admirábamos arrobados a todos ellos. Su música nos llegaba con dificultad y siempre rodeada de bruma y misterio. Parte de esa gloriosa tradición pianística acabó enraizándose en España: dos alumnos de Goldenweiser, el gran Dmitri Bashkirov (profesor de Dmitri Alexeev, Eldar Nebolsin, Stanislav Iudenich, Kirill Gerstein, David Kadouch, Claudio Martínez Mehner y muchos más) y Galina Eguiazarova (profesora de Radu Lupu, Arcadi Volodos y el joven Juan Pérez Floristán) establecieron escuela en Madrid hace ahora treinta años.
Entre sonata y sonata de estos pianistas que vinieron del frío asoma una cuestión moral: cómo logró el régimen soviético tanta creatividad
Ciammarughi identifica al desencadenante de este aluvión de fantásticos artistas del piano: Anatoli Lunacharski, comisario de Educación durante la primera década del régimen y paladín de la fuerza transformadora del arte y, en concreto, de la música. Fuerza que, como todas, tiene su lado oscuro. Lunacharski fue el propagandista que estuvo detrás de los logros de la vanguardia artística del primer sovietismo y el creador del eficacísimo sistema ruso de conservatorios que todavía ojea el talento musical por toda Rusia y sus repúblicas y lo encauza férreamente hacia la excelencia.
El idilio de los artistas con el régimen duró poco. Pronto llegó la dictadura del “realismo socialista”, a la vez cutre y sangrienta, pero el sistema de conservatorios perduró. Además, los pianistas, violinistas y violonchelistas se beneficiaron de la naturaleza abstracta, difícil de encasillar ideológicamente, de su oficio. Les fue mejor que a los compositores o a los poetas. A los intérpretes rara vez los fusilaban o los enviaban a los campos, aunque sí, en muchos casos, a sus familiares y amigos. Muchos de los pianistas mencionados en este libro perdieron seres queridos en el gulag o fueron chantajeados, aterrorizados u obligados a convertirse en delatores. Ni siquiera la adhesión al régimen les libraba del peligro.
Impresiona el relato de la caída en desgracia y detención arbitraria del gran Neuhaus, comunista modélico y padre musical de Richter. Perdió todos los dientes por el escorbuto después de nueve meses a pan y agua en la Lubianka. Ciammarughi ordena con calma implacable los tipos de víctimas de las persecuciones soviéticas: rusos de origen alemán, judíos, aristócratas y homosexuales. Casi todos los pianistas citados en el libro entran en una o varias de estas categorías.