Las turbadoras sombras de Benjamin Black
En 'Quirke en San Sebastián' Banville firma una nueva magistral inmersión en las zonas oscuras que pueblan el corazón humano con aroma a despedida
9 marzo, 2021 09:16Octava entrega protagonizada por el melancólico patólogo Quirke, al que en esta ocasión John Banville/Benjamin Black (Wexford, Irlanda, 1945) sitúa de vacaciones en San Sebastián con su esposa Evelyn, una psiquiatra que comprende a Quirke. “Supongo que te inquieta que estemos tan a gusto”, le dice su mujer, cuando el patólogo se queja y se pregunta si son felices o normalmente infelices. Porque la insana curiosidad de Quirke y su tendencia a la insatisfacción le impide relajarse incluso estando frente a La Concha. Sin embargo, lo sorprendente es cómo Banville/Black vuelve a escribir una novela en la que el lector siente que está junto a un ser querido y, sobre todo, un libro en el que todo está conectado con las otras siete entregas, como si fuera ¿una despedida?
Por las páginas de Quirke en San Sebastián recordaremos cuando los Griffin rescataron al Quirke niño del orfanato de Carricklea, la muerte del periodista amigo de su hija Phoebe, la inclusión del inspector Strafford en esta aventura (personaje con el que el escritor ha empezado otra saga de novelas policiacas), las alcantarillas de la política con el ministro Bill Latimer y Ned Gallagher, cuando las circunstancias se cruzan en el camino de Quirke y cree ver a April, amiga de Phoebe, que fue asesinada por su hermano en la tercera parte de esta serie, En busca de April.
Como siempre, Black traza un viaje tranquilo por el exterior, en el que no hay persecuciones ni escenas espectaculares, pero que está lleno de nubarrones en el interior de cada personajes. La dinámica narración que nace del estilismo heredado de Nabokov y Henry James, se mezcla con la mirada de las roman durs (novelas duras) de Georges Simenon, la atmósfera noir heredada de Chandler y Hammett, junto con su dosis de ingenio para sumergirse en las zonas oscuras que pueblan el corazón humano.
Banville firma una nueva magistral inmersión en las zonas oscuras que pueblan el corazón humano con aroma a despedida
Incluso el asesino que aparece en estas páginas, Terry Tice, poco o nada tiene que ver con los asesinos de las novelas actuales. Y cuando ese criminal a sueldo se cuestiona: “Qué oficio tan raro, inventar historias y esperar que la gente pagara por leerlas”, uno advierte la fina ironía de Banville/Black tanto como el recorrido existencialista que representa cada una de sus aproximaciones al género.
En las novelas de Quirke el lector no encontrará un trepidante thriller, ni una intriga retorcida, simplemente la azarosa vida que golpea cuando menos te lo esperas. Y esto que parece tan fácil y que es tan complicado es lo que consigue Banville/Black en una historia de sombras y secretos en la que la familia y sus vínculos están tan presentes como todo lo que se oculta para no ser herido. De este modo, Black regresa a una de sus entregas más siniestras y oscuras, En busca de April, para contaminar una placidez que parece inevitable y, también, como siempre, para reflejar las consecuencias de “los casos” en los que se embarca en problemas para su vida personal.
Las intrigas familiares están en la base de sus obras, con independencia de que sirvan para ensombrecer cuestiones de más altura. Quizá sea esta entrega la más turbadora, precisamente por el contraste que el de Wexford establece con el escenario. Todo se refleja más relajado, al menos en apariencia, pero a la vez más difuso, con un mal presentimiento del que nuestro héroe no se puede desprender, uno que nace de las tinieblas.