La salvación poética del isonauta Jorge Riechmann
Fiel a lo múltiple del terreno poético, el autor da testimonio en 'Mudanza del isonauta' de casi todo aquello que sucede en el mundo
8 febrero, 2021 09:18La bibliografía de Jorge Riechmann (Madrid, 1962), profesor de Filosofía y pionero del ecologismo, abruma. A su condición de ensayista (ecosocialismo, cambio climático, sostenibilidad, poesía…) y traductor (Char, Müller…), se suma la de poeta. Para conocer mejor su obra, no está de más leer Un lugar que pueda habitar la abeja, conjunto de entrevistas editado por Alberto García-Teresa.
Sus primeros libros poéticos están reunidos en Futuralgia y los siguientes en Entreser. Después llegaron Rengo Wrongo, Poemas lisiados, Himnos craquelados, Ars nesciendi y Grafitis para neandertales. En Tusquets, donde aparece Mudanza del isonauta, había publicado Conversaciones entre alquimistas y El común de los mortales. Lleva como subtítulo la palabra griega enkráteia, esto es, poder sobre uno mismo o autodominio.
Tras dos años sin poesía, “pues los cataclismos / están mudando su rostro: // yo tengo que mudar de piel”, escribe. Para él, ésta “tiene algo de herramienta de exploración y descubrimiento para seres desorientados”. No evita la “dimensión de conflicto” ni cierra los ojos a la realidad. Cree, con Gamoneda, que “la poesía o es sustancialmente realidad o no es poesía”. “Escritor es aquel que hasta que no escribe, no comprende”. Quien dice “lo que ha de ser dicho”: “Limítate entonces / a tratar de decir lo que ves”. “Para conocer”. ¿Poesía comprometida?, le preguntan, y responde: necesaria. La suya se “pega mucho al cuerpo de la vida”. Nada humano le es ajeno. A favor de la “resistencia”. Más que “puro verso”, citando a Viñals. El libro está lleno de citas. Y no sólo literarias o filosóficas, también periodísticas.
Se compone de un prólogo, siete poemas y cinco epílogos. Esos siete poemas largos se despliegan, a su vez, en muchos más, una forma de proceder ya habitual en él. No pocos llevan un título o comentario al final, entre paréntesis. De pronto, un haiku, una copla.
El tono es deliberadamente prosaico (“esto no es literatura / y quizá tampoco poesía”). Sin verbosidad ni “manoseo metafísico”. Sentencioso. De epifanías, no de aforismos (“la poesía no sabe”): “No he logrado / alcanzarme / cuando huía”. De claridad evidente. Reflexivo. Didáctico incluso. Y político, sin duda. Propio del manifiesto. Atento a lo que se dice, pero sin olvidar que “la poesía es, sobre todo, cuestión de buenas formas”. Porque somos seres de palabra. De lenguaje.
¿Cuáles son sus asuntos? Fiel a “lo abierto” –“el terreno de la poesía es múltiple”–, da testimonio, atento al sufrimiento y la compasión, de casi todo aquello que sucede y pasa. Por ejemplo, del cambio climático y el calentamiento global (“más que molestias”, “todo lo demás resulta irrelevante”): ¿y “si esta vez fuera el fin del mundo / el fin del mundo?”. Reitera que estamos al borde de la catástrofe. O ya cayendo en el abismo. Sí, el modo es apocalíptico. Más allá, la pobreza, la globalización, el capitalismo, la muerte, la sustentabilidad, los animales, el plástico… También poesía, amor y amistad. Pero “seguimos deletreando la espiral”: no cambiamos. Por “pereza” acaso. “Has de cambiar tu vida”. “Se deslíe”. “Hacerse cargo”.
¿Estamos ante la inservible crítica al final de los tiempos? El poeta siente vergüenza. Sin embargo, “el sentido de la vida es vivirla”. Sin “ego”. Aceptar “la belleza de todos los días”. En pos de la utopía: “lo necesario imposible”. Con Auden, “amarnos los unos a los otros o morir”. “Frágiles comunidades / de humildes seres libres y justos”. “Hazte sencillo”. De los “epílogos” destacaría “Lugares”, “Poder y no poder” (un análisis del “sí se puede” de Podemos, donde milita, mas con distintos “peros”, que debería leer Pablo Iglesias) y “Apesardé” (“nada humano se construye / sino sobre el frágil zócalo de un apesardé”).
“Todo puede ser salvado” es, para Jorge Riechmann, el lema de la poesía. Contra lo calamitoso de la situación, se atisba una esperanza. “Estemos a lo que de verdad importa”.
PLÁTANOS, su sombra rumosa
en esta plazuela de un Madrid exhausto de rigor
bajo el verano; el temblor amistoso de las ramas
me transporta absurdamente a alguna pequeña ciudad
“en el Midi francés, digamos que hacia 1950… Ay, cuando
aun”
“el mundo estaba abierto, cuando cabía soñar”
con una Europa que cultivase fresca
apacible fértil inteligencia bajo los plátanos
en las plazuelas y los abetos de las sendas
de montaña
(café Mür)